Si bien el golpe de Estado y la dictadura dialogaron con el fútbol y el resto de los deportes, falta mucho para terminar de entender cómo. Algunos textos, como el de Andrés Morales (1), intentan describir la manera en que los represores locales fueron menos exitosos que los argentinos a la hora de vehiculizar el fútbol; por ejemplo, para integrar la pelota a un orgullo nacional que incluyera pueblo y autoridades. Ni en su etapa comisarial, ni en la fundacional, ni en los estertores transicionales, la dictadura logró que el fútbol jugara su partido.

Es cierto que el Mundialito de 1980 fue una apuesta, pero mucho menos clara que la del Mundial de 1978 en Argentina. El tiro del Mundialito salió por la culata; se convirtió en gran medida en la catarsis colectiva posfestejo tras el triunfo del No en el plebiscito que acababa de realizarse.

De repente

Esa mañana el niño entiende lo que ha pasado. En sus 11 años de vida sólo registra en los hechos una situación de tan alta intensidad dramática, que corrompe el ambiente con tristeza y oprime. Son las siete de la mañana, pero no se registra el movimiento rutinario de cada mañana. No hay mate pronto, ni madre batiendo a cucharita el Vascolet, ni se escucha el ritmo casi intimidante de hay que ir a clase, tu padre se va a trabajar, tus hermanas tienen que ir a la escuela, a ballet, tenés que ir al club…

Hace frío. Mucho frío. El niño es dejado de lado. Los padres están sentados al borde de la cama de estilo que tienen desde que se casaron, hace poco más de una década. La radio preside con modernidad vintage la mesa de luz más alejada del balcón, la más cercana al ropero. Las portátiles prendidas alumbran a media luz aquella oscura escena. En la radio, además de la marcha, hay un locutor que habla del Estado, de las garantías, de la disolución de las cámaras, y del presidente, que desde unas horas atrás era y será para siempre el dictador Juan María Bordaberry.

Ricardo, que vivía cinco casas más allá por la vereda de enfrente, ya había cruzado, como nunca lo había hecho tan temprano en la vida, a comentar que no había clases, que se anticipaban las vacaciones, que podíamos ir a jugar al fútbol en la ficticia cancha de la esquina. Vivir en el Parque para esos niños era una maravilla sin igual, con pelotas picando todo el día. Fútbol por todos lados. Y deberes, claro, y piano, y solfeo.

Íbamos solos al estadio todos los fines de semana, porque los menores de 12 años entraban gratis y sin mostrar la cédula. A los clásicos, o cuando jugaba Uruguay, había que ir “con alguien” y entonces aparecían padres, tíos o vecinos que nos llevaban.

Ya no. El niño no entiende o no quiere entender que se viene el drama. Que habrá que resistir, que empieza el paro general, que no es que haya vacaciones, es que simplemente no hay clases.

Apenas tres días atrás habían empezado, en Bogotá y en el cuarto de los padres del niño, las eliminatorias para el Mundial de Alemania de 1974. Un relator de voz joven y caudalosa traía las imágenes del encuentro desde la misma radio que tres días después anunciaría, en repugnante repetición, que “el Presidente de la República decreta: Primero. Declárase disueltas la Cámara de Senadores y la Cámara de Representantes…”.

Pero todavía es 24 de junio, y desde Radio Ariel, Víctor Hugo Morales dice que en El Campín de Bogotá están jugando por Uruguay Héctor Patín Santos, Walter Indio Olivera y Juan Chueco Masnik, Luis Peta Ubiña, Alberto Cardaccio y Mario Zoryez, Luis Negro Cubilla, Víctor Espárrago, el sanducero Omar Rey, Ildo Maneiro y Rubén Romeo Corbo. Los dice así, como se recitaban los equipos por aquella época: golero, los dos backs, la línea media con los jases y el centre-half, y la línea atacante. En el Campín, y en la cama grande de los padres, el Patín Santos volaba de palo a palo cuando los colombianos la pateaban de lejos, o cuando la pelotita de ping pong era devuelta con malicia abajo, contra la pata derecha, por la pared de la cabecera. Después entraron el joven Fernando Morena y el ya añoso Francisco Tano Bertochi, porque Hugo Bagnulo quería ganar aun cuando ya había sido expulsado el Indio Olivera.

El niño no pudo avisarles lo que pasaba en Uruguay, y los celestes se fueron en democracia de Bogotá para llegar a Quito con sus familias viviendo en dictadura. Cuatro días después del golpe, el 1º de julio de 1973, en el Atahualpa de Quito, y el hombre no recuerda si también en aquella cancha de piso de lana que amortiguaba las palomitas para los cabezazos contra el arco del ropero, Uruguay ganó 2-1 con goles del Negro Cubilla y del Nando Morena. En la misma radio oscura, oráculo de golpistas y miserables, salía la voz del joven cardonense anunciando a Héctor Santos, Juan Masnik y Gustavo de Simone, Luis Ubiña, Alberto Cardaccio y Mario Zoryez, Luis Cubilla, Víctor Espárrago, Fernando Morena, Ildo Maneiro y Francisco Bertocchi. Bagnulo esta vez hizo entrar al joven y talentosísimo rochense de Liverpool Denis Milar, y para cerrar el partido al experiente zaguero Néstor Soria.

En blanco y negro pero gris

Para Alemania 1974, las eliminatorias comenzaban a ser el vía crucis conocido. La fecha del 5 de julio de 1973 es histórica, pues se transmitió (por primera vez en directo) un partido de las eliminatorias desde el Centenario, evitando así la aglomeración humana en un espacio público. Willington Ortiz, futuro crack del fútbol colombiano, nos clavó el único gol del partido y sentó el más terrible precedente en la vida de Sergio Gorzy. Desde que Filípides salió de Maratón, desde que María Magdalena consiguió trabajo, desde que a Solís se le ocurrió la mala idea de desembarcar por estas costas, era la primera vez que Uruguay perdía en Montevideo un partido de una competición oficial. Ganando estábamos adentro y seguramente se habría repetido tres días después la idea de televisar y jugar ante poca gente. Pero marchamos. Así las cosas, había que derrotar a Ecuador por más de dos goles de diferencia.

Fría y oscura estaba aquella noche de miércoles 5 de julio, y el botija, que nunca había dejado de ver a la celeste desde que su padre lo llevó por primera vez a la Olímpica, en el partido con los ingleses campeones del mundo en el 68 o el 69, apenas si habrá esbozado la idea de ir.

La huelga general llevaba nueve días, igual que el golpe, y por más que el fútbol fuese maravilloso, aquel partido no servía más que como posible punto de encuentro para enriquecer la resistencia. Estaba todo oscuro y el relator anunció el gol del endiablado Willington Ortiz, que daba la victoria a los colombianos y complicaba a Uruguay. Faltaban 20 minutos para que terminara el partido y los colombianos, dirigidos por el yugoslavo Toza Veselinovic y con Pedro Antonio Zape en el arco (que, un par de años después, se haría famoso por atajarle un par de penales a Morena) darían el golpe con el gol de Ortiz y quedarían liderando su grupo. Uruguay debía vencer a Ecuador el domingo siguiente, y por lo menos con dos goles.

Era domingo de tarde. Jugaba Uruguay, era la clasificación al Mundial. Nadie. Ni el padre, ni el tío Vasco, ni los vecinos Benítez, u Olascoaga, lo pudieron llevar a ese partido en el que iban a pasar cosas. ¿Qué iba a pasar? Parece que unos vecinos del Cerro y de la CNT se le acercaron al Peta Ubina, también de la Villa del Cerro, para plantearle algo en relación a lo que podría hacer la selección para apoyar la huelga general. Parece que ahí apareció Cubilla, cuestionando la pertinencia de la gestión y señalando que aquello era fútbol y no tenía nada que ver con política.

Los gurises no fueron al estadio, pero fue mucha gente, muchísima, algunos con volantes, otros armados, pero no para intimidar a los ecuatorianos, que antes de la media hora ya perdían 3-0 y que terminaron siendo derrotados 4-0, sino para “defender a la democracia”. Aquel día en el Centenario Bagnulo puso de titulares a Héctor Santos, Gustavo de Simone, Juan Masnik, Luis Ubiña, Alberto Cardaccio, Mario Zoryez, Luis Cubilla, Francisco Bertocchi, Fernando Morena, Víctor Espárrago y Denis Milar. La dictadura conseguía muy indirectamente su primer logro deportivo: ir al Mundial 1974.

El chalet Susy

En 1976, el año más cruel de la represión, el conocido operativo del chalet Susy se rozaría con la pelota. Se trató de aquella operación de blanqueo de los 24 uruguayos secuestrados en Argentina y torturados en el centro clandestino de detención Automotores Orletti. Los 24 militantes, en su mayoría del Partido por la Victoria del Pueblo (entre los que se encontraban Alberto Mechoso, Adalberto Sosa, Sara Méndez y el recientemente fallecido Sergio López Burgos) fueron trasladados a Uruguay en el “primer vuelo”.

El 26 de octubre de 1976, 14 de ellos fueron trasladados al chalet Susy, en Shangrilá, para montar una farsa de detención de “sediciosos” que pudiera instalar la idea de que la represión todavía tenía trabajo por hacer en el país, ante la presencia de células activas de militantes armados. Y de paso, para poder seguir recibiendo los diez millones de dólares por año de la enmienda Koch, que Estados Unidos analizaba cortarle a Uruguay en el entendido de que los países del Cono Sur en los que se había suspendido la lucha armada no debían seguir recibiendo ayuda económica ni militar.

Al otro día, miércoles 27 de octubre de 1976, Peñarol y Nacional jugaban un extraño clásico de entresemana por la Liga Mayor; las noticias de esa mañana pendulaban entre las posibilidades de los equipos (el líder del torneo, un Nacional que contaba con los juveniles campeones de 1975 Villazán y De los Santos, y José María Muniz, además de la valla invicta de Omar Garate, contra el retador: el Peñarol de Uruguay Píriz, Víctor Hugo Diogo, Acosta y Lady Nitder Pizzani) y el operativo. Terminarían en empate, tras dos goles de Pizzani y dos de Albino Freyre. Los diarios que los hinchas llevaron para sentarse encima y atemperar así la dureza del cemento del Centenario decían “Capturan Grupos Antinacionales en Balnearios de Montevideo” (El País). Al día siguiente, el empate clásico compartiría espacio con “Duro golpe contra nuevo brote subversivo” o “Shangrilá: desbaratan base y les incautan armamento” (El Diario).

El comunicado oficial celebraba la forma en que las Fuerzas Conjuntas habían “puesto al descubierto un nuevo movimiento subversivo que intentaba operar en nuestro país: el autodeterminado Partido por la Victoria del Pueblo”. Dos días después, el demócrata Jimmy Carter le ganaba las elecciones en Estados Unidos al republicano Gerald Ford, y la enmienda Koch se cancelaría de todos maneras.

Ese miércoles, recién acontecido lo del chalet Susy, farsas similares se montaron en hoteles del centro montevideano, aunque en este caso sólo con “actores” militares. Las sirenas abiertas de los móviles de la Policía hicieron todo lo posible por hacerse sentir. Por supuesto, recorrieron las inmediaciones del estadio, por la multitud que había sido testigo de aquel 2-2 entre Peñarol y Nacional.

A declarar por declarar

Unos meses antes, en el invierno de 1976, el campeonato de Defensor había sido el hecho deportivo más destacado. Y tampoco estuvo aislado del contexto político. Cuenta Gerardo Caetano, integrante del plantel (2): “Corrían rumores de que Defensor era sospechado de ámbito opositor. Recuerdo aquel famoso episodio donde un compañero, un amigo que jugaba con nosotros, Julio Filippini, en el cuarto partido del campeonato, cuando Defensor jugó contra Nacional, le dedicó el gol a su hermano, que estaba preso por la dictadura, y a sus compañeros del Penal de Libertad”. Cuentan aquellos jugadores que, al otro día, aquella dedicatoria (en el micrófono de Víctor Hugo Morales en Radio Oriental) le valió una “invitación” a declarar a la Jefatura de Policía. El resto del plantel se salvó. Luego, cuando salieron campeones, la vuelta olímpica al revés que hicieron llamó la atención.

Beethoven Javier, lateral de ese equipo, vuelve a unir fútbol y política en declaraciones a un sitio web: “La realidad es una sola y es la que voy a contar ahora. Estábamos dentro de un sistema en el cual nos sentíamos contrariados. En las concentraciones hablábamos mucho de esto… y no solamente en lo deportivo. Entonces dijimos que íbamos a dar la vuelta olímpica al revés, para demostrar que se podía cambiar el futuro de todo el sistema”.

Bajá esa llave

La eliminatoria para Argentina 1978 tampoco fue fácil. Uruguay debía jugar contra Venezuela y Bolivia. El partido en Caracas tenía calor político: el secuestro, el 26 de junio de 1976, de Elena Quinteros en la Embajada de Venezuela en Montevideo había traído consigo la ruptura de relaciones entre los países, con decenas de asilados políticos en Venezuela, donde muchos otros uruguayos residían desde hacía varios años. Entre otros, el futbolista Hamlet Tabárez, primo del actual entrenador de la selección nacional.

Hoy es el presidente del Centro Uruguayo Venezolano. En una entrevista reciente con radio El Espectador, contó: “No sólo me quedé en Venezuela por el fútbol, sino también por la parte política. Yo fui de la Mutual de jugadores y antes militaba en el Partido Socialista. Y tenía muchos amigos tupamaros. Mi viejo me dijo que sería bueno que me quedara en Venezuela”. El día del partido “había muchos compañeros, el Frente Amplio funcionaba en Caracas. Además conocíamos a mucha gente de la embajada venezolana en Montevideo, como al funcionario Batista, al que le arrancaron a Elena de las manos”. Esa organización de uruguayos en el exilio germinó en acciones dentro del estadio Brígido Iriarte de Caracas. Sobre todo en una pancarta, que decía “Abajo la dictadura en Uruguay”. Según recuerda Hamlet, “la pusieron en un lugar donde no podían dejar de filmar, atrás del arco de Venezuela”.

Ese día estaba complicado en Montevideo. Era el debut de la selección de Hohberg, que había andado volando en amistosos contra clubes. Cuando por fin se consiguió un lugar donde verlo, allá sobre el córner izquierdo del ataque uruguayo se veía un cartel que decía “Abajo la dictadura en Uruguay”. El Trapo Olivera, puntero de Wanderers, estaba clarito por aquel lado y además había sido el autor del gol. Venezuela empataría y días después, Uruguay perdería 1-0 ante Bolivia y quedaría afuera del Mundial de Argentina.

Las contradicciones del sistema

En 1980 vino el Mundialito y el triunfo fue limpio en la cancha de los uruguayos. En 1981 se jugaron las Clasificatorias para España 1982 y Uruguay otra vez afuera, volviendo de Lima con gente demorada y declarando por un presunto intento de soborno; en 1982, después de las internas, Peñarol fue campeón de América, y en la calle se coreó “y llora, y llora / Pacheco y Cobreloa”, y en 1983, cuando el Chifle Barrios se la metió en un tornillo a Pumpido, la gente ya gritaba libremente que se iba a acabar la dictadura militar, y se acabó nomás.

*Referencias:


(1) ”Fútbol, política y sociedad”, en La Gaceta. Revista de la Asociación de Profesores de Historia del Uruguay, N° 24, agosto de 2002.

(2) En el libro Rompiendo la historia, 
de Joselo González.