Hace exactamente 18 años fue reelecto Bill Clinton, y rompió así una racha de presidentes demócratas que no lograban renovarse en la Casa Blanca desde 1936, cuando fue reelecto Franklin Delano Roosevelt, gracias a su popularidad y carisma. Esos atributos también tuvieron mucho peso en la reelección de Obama en 2012, pero la situación ha cambiado desde que comenzó su segundo mandato, y la popularidad de hoy del presidente no supera el 40%.

Los republicanos insistieron en presentar las elecciones de ayer como una instancia para castigar al gobierno. “Tiene que haber un repudio a las políticas del presidente. El presidente de alguna manera está en las papeletas”, afirmó el senador Rand Paul, que participó en las campañas de sus correligionarios y cuyo nombre es uno de los que se maneja como precandidato a la presidencia.

Obama tiene en este momento la menor aprobación de su gestión. Todo este último año ha sido de signo negativo para el presidente en cuanto a popularidad, a pesar de que en la economía se están viendo los resultados de su gestión de la crisis económica de 2008: la tasa de crecimiento de la economía es de 3,5%, cuando en 2010 era de 2,5%; el desempleo cayó de 9,5% a 5,9% en los últimos dos años; y 27% de los estadounidenses cree que la economía mejorará en el próximo año, según una encuesta del Pew Research Center.

Los analistas estadounidenses concluyen que no es la economía la que está detrás de la impopularidad de Obama, sino otros múltiples factores que se combinan y dejan la impresión de que el presidente es un mal gobernante. Entre los factores más destacados -sobre todo por su cercanía temporal y no tanto por su trascendencia- están el brote de ébola en África, y la amenaza de que llegue a Estados Unidos, y la tibia reacción ante el crecimiento del grupo yihadista Estado Islámico.

Los demás factores, los que desde hace más tiempo aparecen como preocupaciones de los estadounidenses, son de orden doméstico y parecen derivar directamente de la situación en la que está gobernando Obama, con mayoría demócrata en el Senado -que puede haber perdido en las elecciones de ayer- y republicana en Diputados. Esta situación ha impedido al mandatario impulsar las reformas con las que se ha comprometido. Entre éstas se cuenta la de limitar la tenencia de armas, y se destaca la reforma migratoria.

Esta reforma es de particular importancia para los millones de indocumentados en el país, pero también tiene un peso significativo para los 25,2 millones de habitantes de Estados Unidos de origen latinoamericano que podían votar en las elecciones de ayer, que representan 11% del electorado. Esta población, fundamental para la llegada de Obama a la Casa Blanca, puede haber optado directamente por no ir a votar, o por no renovar su confianza en los demócratas.

Este desinterés no afecta sólo a este sector de la población. Históricamente los demócratas se involucran menos que los republicanos en las elecciones legislativas, lo cual lleva a una menor participación y, por lo tanto, a una votación inferior. Obama ha reconocido esta realidad: “Voten, voten, voten”, dijo el domingo en un acto político en Pensilvania.

El candidato demócrata a gobernar ese estado, Tom Wolf, fue prácticamente el único que recurrió al presidente para su campaña: la mayoría de los demócratas lo excluyó, e incluso algunos lo negaron. Es el caso de Alison Grimes, candidata demócrata al Senado por Kentucky, que en una entrevista se rehusó a decir si votó por Obama en las elecciones presidenciales de 2008 y 2012. Tanto ella como otros candidatos demócratas han destacado que el nombre de Obama no está escrito en las hojas de votación, despegando el nombre del presidente de sus campañas. Esta actitud ha generado una oleada de comentarios en Estados Unidos, ante los cuales el mandatario declaró hace un mes: “Yo no estoy en las hojas de votación, pero mis políticas sí lo están, que no se equivoque nadie”.

Estas declaraciones fueron cuestionadas por quien fue uno de sus principales asesores en las campañas presidenciales, David Axelrod: “Yo no hubiera puesto esa frase ahí”, aseguró. También fue utilizada por el Partido Republicano para mostrar que el distanciamiento que quieren mostrar los candidatos demócratas no es real. En Carolina del Norte, uno de los videos de la campaña republicana muestra a una niña en un concurso a la que se le pide que deletree el nombre de la senadora demócrata Kay Hagan. “Hagan, O-B-A-M-A”, contesta la niña, según el relato del corresponsal del diario español El Mundo. “Correcto”, replican los tres jueces del tribunal académico.

Caras desconocidas

Este distanciamiento de los candidatos demócratas respecto a Obama responde a la suposición de que también hay un alejamiento de parte de los votantes; sin embargo, hay quienes cuestionan si éstos se distancian del mandatario o de la política en general. Como base de esa teoría se argumenta que varios candidatos en estas elecciones -demócratas, republicanos e independientes- son recién llegados al ambiente político y aparecen con posibilidades en las encuestas, a veces frente a reconocidos congresistas.

Uno de los ejemplos es el del empresario Greg Orman, que se presenta como candidato independiente al Senado por Kansas. Según las encuestas, Orman compite cabeza a cabeza con el senador republicano Pat Roberts, que busca su tercera reelección tras 17 años en el Senado.

También Grimes, en Kentucky, es una recién llegada cuyo principal antecedente político es el de haber sido presidenta del Colegio de Abogados del condado de Fayette. Grimes tenía posibilidades de vencer al líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnel, que integra la cámara alta desde 1985.

Otro caso es el de Elise Stefanik, una republicana de 30 años que podría convertirse en la diputada más joven desde que en 1973 fue electa Elizabeth Holtzman, a los 31 años. Stefanik compite para ingresar a la Cámara de Diputados por uno de los distritos de Nueva York y no ha dejado de crecer en las encuestas desde que comenzó la campaña hasta superar el 50%, aunque compite con otros dos candidatos. Uno de sus rivales es otro recién llegado a la política: el demócrata Aaron Woolf, un productor de documentales que no tiene un pasado político.

Los candidatos sin trayectoria política podrían ser una complicación para los partidos por la posibilidad de que se comporten de forma más individual y menos partidaria, coincidieron varios analistas consultados por The New York Times. Además, la cantidad de senadores independientes, que son una excepción en Estados Unidos, podría pasar de dos a tres.

Las encuestas realizadas en los días previos a las elecciones permitían adjudicar 26 de los 36 escaños que estaban en juego en las elecciones de ayer. Si esas previsiones se confirman, el nuevo Senado contará, seguro, con 42 demócratas, 46 republicanos y dos independientes. Los otros diez escaños eran imposibles de predecir por lo ajustado de las encuestas. De ese margen dependerá que un partido u otro cuente con la mayoría o que el Senado quede empatado y que la balanza se incline según la decisión de uno o dos independientes.