Desde el año pasado se destacaba, en el difícil terreno de los pronósticos preelectorales, una convicción con aspecto de verdad evidente: la de que el prestigio y la popularidad de Tabaré Vázquez serían suficientes para que su ingreso a la campaña despegara al Frente Amplio (FA) de sus competidores en las encuestas sobre intención de voto, ubicándolo como claro favorito para ganar un tercer período consecutivo de gobierno nacional, quizá incluso en primera vuelta y con mayoría parlamentaria. Sin embargo, los primeros meses de actividad de Vázquez como precandidato no han producido tal efecto, y puede ser interesante considerar por qué.

El ex intendente de Montevideo no ha dejado de ser el aspirante que cuenta con mayores preferencias de la ciudadanía. En otras palabras, es el que arranca de un “piso” más alto, y no tiene sentido reprocharle que no gane votos entre los decididamente antifrentistas, que conforman un núcleo consolidado desde hace muchos años (el “piso” de la oposición) y para quienes cualquier candidato del oficialismo es a grandes rasgos lo mismo. El problema está localizado en otra parte. La campaña es un conjunto de competiciones simultáneas por diferentes electorados, que se suman para determinar un resultado global, y quizá ocurra que Vázquez no resulta, en este momento, un factor de convocatoria desequilibrante en algunos sectores de la ciudadanía. A su vez, da la impresión de que algunas de las causas de ese fenómeno no tienen que ver con que él sea como es ni con los reproches que le formulan, desde el oficialismo, quienes se oponen a su postulación.

Después de diez años de gobierno nacional del FA, la principal motivación para desear que continúe puede parecerse bastante más al deseo de no perder lo ganado que al de ganar algo nuevo. Más a no retroceder que a seguir adelante. Y eso, por supuesto, complica la siempre difícil tarea de lograr votos en el territorio de los indecisos y los nuevos votantes, así como la no menos difícil de generar entusiasmo entre quienes tienen una definida identidad frenteamplista.

A esto puede sumarse que, por circunstancias relativamente casuales, el año pasado Uruguay y su “presidente más pobre del mundo” adquirieron una notoriedad internacional inusitada que de algún modo desmerece a Vázquez. Con independencia de la opinión que cada cual tenga, dentro del país, sobre la imagen de José Mujica fuera de él, las comparaciones resultan odiosas para los vazquistas ya que, además de empequeñecer los logros propios de su líder en materia de reconocimiento internacional (como los vinculados con el Plan Ceibal y las medidas contra el tabaquismo), reducen globalmente su estatura y lo hacen verse más gris y previsible, al tiempo que dejan flotando la idea de que un segundo gobierno suyo será menos resonante que el actual.

Es poco probable que estas cuestiones se resuelvan mediante promesas electorales en las áreas que, según las encuestas, más preocupan a la ciudadanía, como las de seguridad pública y educación. Lo que tiene para ofrecer el FA en tales materias y en las demás no puede independizarse de lo que ya está definido por sus organismos con miras a este período electoral, y tampoco de la gestión realizada durante casi diez años. A la vez, Vázquez no puede convertirse en una persona distinta de la que la ciudadanía uruguaya conoce (y en muy considerable medida aprueba). Por lo tanto, puede resultar crucial, en el juego de imágenes de la campaña, quién lo acompañará en la fórmula frenteamplista.

La candidatura a la vicepresidencia ha representado por lo general, en la historia del FA, un complemento. El Liber Seregni de 1971, retirado del Ejército hacía menos de dos años, fue acompañado por Juan José Crottogini, que contaba con una larga y destacada trayectoria universitaria. En 1989 lo acompañó Danilo Astori, que además de su perfil académico simbolizaba un enlace con generaciones más jóvenes y con la resistencia a la dictadura. En 1994, la presencia de Rodolfo Nin Novoa en la fórmula encabezada por Vázquez era una fuerte señal de la ampliación de la convocatoria frenteamplista en el marco de alianzas más amplias. En 2009, después de unas elecciones internas muy peleadas, la presencia de Astori dio fuertes garantías a muchos de los que (fuera del FA pero también dentro de él) desconfiaban de Mujica.

La integración de la fórmula frenteamplista para los comicios de octubre puede ser un factor de reactivación interna y de convocatoria potente a jóvenes e indecisos. Pero si se define con la mirada puesta en la relación de fuerzas interna, considerando sólo una reducida cantidad de nombres ya conocidos y proyectando la imagen de un Vázquez condicionado por los juegos de poder dentro del FA, esa oportunidad puede perderse, y con ella la de una sorpresa tonificante que sacuda el tablero.