Si se trata o no de terrorismo. Si se debe o no retirar las banderas confederadas. Si el uso de la palabra despectiva nigger es o no un asunto central. Todos esos dilemas dejó a los estadounidenses el ataque de Dylann Roof, que mató a nueve afroestadounidenses en la ciudad de Charleston, un feudo del segregacionismo y también de la lucha por la igualdad racial. En plena campaña electoral, los estadounidenses se encuentran frente a estos temas no resueltos.

La precandidata presidencial demócrata Hillary Clinton dijo el martes que lo ocurrido hace una semana en la Iglesia Africana Metodista Episcopal Emanuel, de Charleston, fue “un acto de terrorismo racista”. Así lo definió en un discurso sobre el racismo en Estados Unidos, aunque el término “terrorismo” fue evitado por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por su sigla en inglés) a la hora de describir el tiroteo en el que un joven blanco defensor de la segregación racial asesinó a nueve creyentes negros y dijo que los tenía que matar porque “violan” a sus mujeres y quieren “tomar” el país. Varios amigos de Roof dijeron a medios estadounidenses que él les había dicho que tenía “un plan” que iba a ejecutar para desatar una “guerra racial”.

Clinton insistió en que se trató de “un acto de terrorismo racista perpetrado en una casa de Dios”. La vocera del Departamento de Justicia, Emily Pierce, también dijo el viernes que se investiga lo sucedido en Charleston “desde todos los ángulos, incluido como un crimen de odio y como un acto de terrorismo doméstico”.

Sin embargo, el director del FBI, James Comey, dijo el mismo día que en su opinión el tiroteo no encaja con la descripción de un acto terrorista. “El terrorismo es un acto de violencia o una amenaza que busca influir en una entidad pública o en la ciudadanía, por lo que es más bien un acto político, y basándome en lo que sé, no veo que fuera un acto político”, dijo.

El debate había empezado a horas del ataque en los medios estadounidenses, que se preguntaron enseguida por qué se hablaba de “crimen de odio”, del acto de un desequilibrado, y si no se lo podía calificar de “terrorista”. El diario Washington Post opinó igual que Clinton. Según esa publicación, aunque se puede definir el terrorismo de distintas maneras, la mayoría coincide en que ese tipo de actos implican violencia, sus autores no responden a un gobierno, tienen motivos políticos, sociales o religiosos, e intimidan a un espectro de personas que va más allá de las propias víctimas. Para el diario, lo que hizo Roof coincide con esos criterios.

“Si el ataque hubiera sido perpetrado por un musulmán gritando ‘Alá es grande’, lo que ya es un gran suceso noticioso sería mucho más importante porque encajaría muy bien con la narrativa político-mediática según la cual los musulmanes son el principal problema terrorista de Estados Unidos”, escribió Peter Bergen, analista de seguridad nacional para el canal CNN. En su artículo, publicado en la versión digital de este medio, Bergen agrega que 26 personas fallecieron por actos jihadistas en el país desde los atentados del 11 de setiembre de 2001, mientras que fueron 56 las víctimas de actos racistas o en contra del gobierno.

El primero que argumentó a favor de que se hablara de “terrorismo” fue el famoso presentador Jon Stewart, que horas después del ataque denunció, en un largo editorial, durante su programa: “Si hubiera sido terrorismo islámico… ¡Invadimos dos países, gastamos miles de millones de dólares y hemos perdido miles de vidas estadounidenses! Hoy hacemos volar máquinas de muerte por el cielo de cinco o seis países. Todo eso para mantener a los estadounidenses a salvo, hacemos todo lo que está en nuestro poder. ¡Hasta torturamos gente!”, dijo. Hizo ese repaso para señalar la diferencia entre esas reacciones y la que hubo ante el ataque de Charleston. Agregó que “no logra entender” a qué se debe la falta de una reacción más fuerte cuando, dijo, “nos matamos a nosotros mismos”, entre estadounidenses.

Supremacismo en campaña

El ataque en la iglesia de Charleston también tuvo consecuencias en el financiamiento de la campaña electoral republicana. El gobernador de Texas, Greg Abbott, anunció el lunes que va a devolver 1.000 dólares que había donado para su campaña Earl Holt, el líder del Consejo de Ciudadanos Conservadores. Este hombre, defensor de la supremacía blanca, fue citado en un manifiesto por el autor del tiroteo, Dylann Roof, como su inspirador ideológico. Abott dijo que entregará 1.000 dólares al Ejército de Salvación de Austin, una organización vinculada al cristianismo protestante.

El dirigente supremacista también hizo aportes a las campañas electorales para el Senado de Ted Cruz, Rand Paul y del ex senador Rick Santorum, todos ellos actuales aspirantes a la candidatura republicana a la presidencia de Estados Unidos para las elecciones de 2016. Cruz recibió 8.500 dólares desde 2012, y el vocero de su actual campaña, Rick Tyler, anunció que por esto el senador donará 11.000 dólares al fondo para las víctimas de Charleston. “Para el senador Cruz, el racismo no tiene lugar en la sociedad”, dijo el vocero. Otros legisladores, nacionales y estaduales, también recibieron donaciones de Holt y aseguran que las devolverán.

Historia dividida

Clinton, en su discurso del martes, en una iglesia de Florissant, cerca de la ciudad de Ferguson (Missouri), donde fue asesinado el joven afroestadounidense Michael Brown por un policía blanco, también abogó por retirar la bandera confederada del Parlamento estatal de Carolina del Sur. La muerte de Brown, ocurrida hace casi un año, generó indignación y protestas que reavivaron el debate sobre el racismo en el país.

En torno a la bandera giró otro de los debates que se instalaron desde el ataque de Roof. Los legisladores del estado de Carolina del Sur, en el que se encuentra Charleston y que tiene un marcado pasado segregacionista, van a debatir si efectivamente hay que retirar esa insignia de aquellos tiempos del frente de su sede, tal como pidió su gobernadora, la republicana Nikki Haley. Esta dirigente abogó por retirar la bandera en respuesta a las manifestaciones que así lo reclaman y que comenzaron después del ataque.

La cuestión también se está debatiendo en otros estados del sur de Estados Unidos que en su momento se unieron en torno a esa bandera. Ésta fue adoptada durante la Guerra Civil (1961-1965) por los 11 estados de la Confederación, secesionistas -y que defendían la esclavitud-, y que se enfrentaron a los estados norteños de la Unión.

Para muchos estadounidenses, la bandera confederada no sólo es una reliquia de la historia, sino también un emblema racista. En todo caso, era un emblema que Roof reivindicaba, de acuerdo con las fotos que publicó ese joven de 21 años en redes sociales.

El gobernador de Alabama, Robert Bentley, mandó a retirar ayer las banderas confederadas de la sede del Parlamento de su estado. El republicano aclaró que la medida es en respuesta al ataque de Charleston, que ninguna ley de Alabama prohíbe retirar las banderas confederadas, y que no quiere que el asunto se convierta en una “distracción” porque prefiere atender “el presupuesto y otros asuntos” que considera más importantes, según citó la agencia de noticias Efe. Su par demócrata de Virginia, Terry McAuliffe, anunció el martes que su estado retirará la imagen de la bandera confederada de todas las matrículas de vehículos emitidas en el territorio, porque en su opinión es un símbolo “divisivo y dañino”. En ese estado, este símbolo ya no flamea frente al Congreso local.

La bandera “no debería ondear allí [en el Parlamento de Carolina del Sur]. No debería ondear en ningún lugar”, dijo la ex secretaria de Estado estadounidense que busca ser presidenta. De paso, Clinton instó a seguir el ejemplo de la cadena de supermercados Walmart y otras empresas, como Amazon o eBay, que anunciaron que dejarán de vender esa bandera o productos en los que aparezca.

Clinton consideró que dejar de enarbolar la bandera confederada es “sólo el comienzo” de lo que hay que hacer, y pidió reformas profundas para luchar contra el racismo y la violencia armada que podrían implementarse no sólo mediante la legislación sino también en la educación, además del control de armas. “La larga lucha de Estados Unidos con el tema de la raza está lejos de haber terminado”, advirtió.

El presidente estadounidense, Barack Obama, que en las horas que siguieron al ataque evitó ahondar en el asunto del racismo y prefirió insistir en el problema del uso de armas en el país -asunto al que le da relevancia pero no logra resolver-, cambió de enfoque el lunes. Dio una entrevista al programa WTF with Marc Maron, que se emite dos veces por semana por internet, en la que habló largo rato sobre el racismo y su propia condición de mestizo (su padre era negro y de Kenia, y su madre, una estadounidense blanca).

Obama dijo que se ha recorrido un camino en este tema pero agregó: “No estamos curados del racismo”. Sin embargo, lo que más destacaron los medios fue que el presidente usó la palabra nigger (un término peyorativo para referirse a una persona negra). La mayoría se limitó a decir que el mandatario usó “la palabra con ‘N’”. Fue el caso del periódico digital Huffington Post, del canal CNN, de la revista Time y del diario USA Today; todos evitaron citar esa palabra tabú. El derechista canal Fox News llegó al extremo de taparla con el “bip” reservado a las malas palabras. Sin embargo, el propio Obama la usó en un marco particular: “No sólo se trata de que sea maleducado decir ‘nigger’ en público. Eso no es lo que permite medir si el racismo todavía existe o no”.