Si bien todo indica que los responsables del atentado de ayer en la capital de Tailandia cumplían órdenes directas de su dios, no es menos cierto que el beneficiario inmediato es el gobierno militar, garante de la paz y custodio, por largo tiempo, de las urnas y los dineros públicos.

El explosivo había sido fijado a un poste eléctrico situado frente al templo budista hindú de Phra Phrom y el hotel Grand Hyatt Erawan, en una zona céntrica y turística de Bangkok. Las calles fueron cerradas debido a otra bomba activada, que fue desmontada por equipos militares. El número de muertes roza la veintena y hay un centenar de heridos.

La televisión tailandesa nos recuerda que el artículo 44 de la “constitución provisional” pone a todo el país bajo jurisdicción de la Justicia militar y centraliza el poder represivo en la junta que controla a la Policía y el Ejército. Pese a todo, al cierre del informativo y bajo los acordes de la “canción de despedida” aparecen escolares, y el rey y miembros de la junta militar besando niños.

Es que el golpismo en Tailandia, además de siniestro, tiene algo de bufonesco. En sus inicios, en 2014, el gobierno, tuvo que eliminar a toda prisa escenas que mostraban a un colegial pintando un cuadro de Adolf Hitler (y siendo felicitado por sus compañeros de clase) de una película propagandística con la que el actual dictador, Prayuth Chan-ocha, buscaba promocionar los conocidos valores de “patria, familia y trabajo”.

Hoy Tailandia sufre la oscuridad de la represión desenfrenada, invisible para los turistas que aún ven sólo el país de las sonrisas y no las torturas, desapariciones, abusos y saqueos.

Entretanto, los países de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN, por sus siglas en inglés) -Brunéi, Birmania, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Vietnam y Tailandia- siguen en rumbo de integración, pisando este año el acelerador.

Hace dos días, en una mesa redonda universitaria (una de muchas que hay últimamente sobre la ASEAN) alguien me preguntó sobre el Mercosur, a lo que respondí que tenía -dentro de sus problemas- un mérito que podía ser mostrado como positivo: la cláusula democrática. No me impresionaron ni los silencios molestos ni las sonrisas divertidas, porque la pregunta había sido planificada de antemano buscando inquietar (un incierto estatus de intelectual veterana y viajada me legitima como provocadora).

Ocurre que discutir de la ASEAN sirve para discutir de política. Hay plena conciencia de que una organización creada con el objetivo de promover la armonía económica y social se transformó, en esencia, en un club cómodo para jefes de gobierno célebres por su perfil autoritario y dictatorial. Al acordar principios como la no interferencia de la ASEAN en los asuntos internos de sus miembros, evitaron cualquier discusión de cuestiones políticamente delicadas para la región.

En las universidades y en otras partes, entretanto, la resistencia se organiza; surgen imprentas, redes, eventos culturales y también acciones de sabotaje administrativo, económico y logístico allí donde se puede. En el plano internacional, se trata de promover el boicot y hacer el vacío a un régimen sangriento. La muerte -inevitable y considerada inminente- del venerado rey Bhumibol es uno de los ejes de la situación. Quien tenga el control del timón cuando el monarca muera será quien más se beneficie del reparto posterior. Entre la oposición hay cierto consenso de que lo peor en términos de corrupción y saqueo aún está por venir. Y también en represión.

Una represión que se manifiesta hoy en todos los detalles de la vida cotidiana, hasta con el arresto de jóvenes que hacen de forma ostensible el saludo boy scout de la saga Los juegos del hambre.

Afortunadamente, cuando estas palabras sean publicadas ya me habré ido de la ciudad de Mae Hong Song.