En la década y media que vamos recorriendo del milenio, la democracia en América Latina se ha visto vigorizada por la emergencia de la serie de gobiernos progresistas, los cuales acceden y se mantienen por medios democráticos y hacen de la cuestión democrática una parte de su programa. Esta revalorización de la democracia por parte de las izquierdas tiene sus antecedentes en la lucha contra las dictaduras y en el fracaso del socialismo real como opción no democrática.

Sin embargo, en los tiempos más recientes aparecen algunos elementos que pueden poner en riesgo la viabilidad de este ciclo, además de la obvia resistencia de las fuerzas conservadoras. Algunas de las causas del retroceso de dichas experiencias son estructurales, tienen que ver con la dependencia de las materias primas y los ciclos del mercado internacional, con la falta de un desarrollo sólido de nuestras economías y con la modificación de los términos de intercambio.

Otras tienen que ver con la oposición de las derechas y el imperialismo. Otras, con los errores y carencias propias, lo que se ha traducido en diferentes expresiones. Una es el malestar de los ciudadanos con la calidad de los bienes y servicios públicos -en seguridad y educación, por ejemplo-. Otra es la desmovilización ciudadana, la falta de opciones ideológicas y de proyectos de largo aliento, traducidos en un relato convocante e identificatorio. A esto se suma la falta de avances en la profundización de la democracia, o sea en la articulación de democracia representativa y participativa, y también una falta de avances en la lucha ideológica y cultural. Se agregan los fenómenos de corrupción, las políticas populistas y la desatención de los equilibrios macroeconómicos.

Se suman también los riesgos de la crisis de legitimidad democrática. La sucesión de gobiernos neoliberales, insensibles a la cuestión social, y luego de gobiernos progresistas con episodios de corrupción que facilitaron, por sus propios fallos y errores, el regreso de la derecha tiene como consecuencia el desencanto con la política y con la democracia.

En este contexto un riesgo ha sido el avance de las derechas. El caso paradigmático es el golpe de Estado “blando” de Brasil. La situación en Brasil parece clara a la hora de valorarla desde el ángulo de la democracia. El golpe se mantiene dentro de las formas constitucionales, pero las fuerza y las pervierte apelando a un contenido carente de validez. Como antes en Honduras y Paraguay.

Otros riesgos para las izquierdas han sido los de quedar entrampadas entre el populismo o el neoliberalismo, o, lo que es peor, entre volver a las recetas y a los ajustes neoliberales o hacer una regresión al autoritarismo y desvalorizar a la democracia. Reaparecen en algunas expresiones de izquierda de la región rémoras pre o antidemocráticas que habían quedado reprimidas durante el ciclo democrático. Ante las dificultades se vuelve a las seguridades y fijaciones del pasado. Todo esto pudo haberse favorecido porque la necesidad de enfrentar la ofensiva neoliberal en los 90 postergó e hizo olvidar la necesaria crítica de los errores y limitaciones del socialismo real.

Esto se traduce a veces en la imposibilidad de admitir que nos equivocamos. Si no cumplimos las expectativas de los ciudadanos, estos nos pueden relevar del gobierno y volver a llamar a la derecha o al centro. Nadie quiere que esto suceda, pero asumir la democracia implica admitir que esa posibilidad está en el orden jurídico.

En ese marco es que el último documento del Foro de San Pablo relativiza a la democracia. Pero el fenómeno es más amplio. A nivel del pensamiento social y del debate intelectual reaparece el tema central de la filosofía política, vuelve a discutirse la democracia. Por supuesto que hay que profundizar la democracia, llevándola a lo económico y social, y ese es el camino al socialismo. Hay que articular la democracia representativa con la participativa con poder de decisión en materias que hacen a la vida cotidiana de las personas. Pero eso no implica limitar o abolir la democracia representativa, en la que se expresa la pluralidad de todas las corrientes ciudadanas.

La experiencia histórica es concluyente al señalar el fracaso de las experiencias que olvidan que la democracia supone que no hay titulares a priori del poder y que son los ciudadanos quienes por su voluntad mayoritaria lo constituyen. Para quienes entendemos que democracia y socialismo son inseparables, la democracia es medio y fin. Si fuera sólo un instrumento, el titular del poder, invocando e interpretando por sí y ante sí los “fines”, podría desconocer los instrumentos e instalar un poder autoritario.

La lección que dejó la caída del socialismo real es clara. Cuando en aras de defender la igualdad se pierde la libertad, al final se pierde también la igualdad, porque los que detentan el poder terminan explotando a los trabajadores y a la población en provecho propio.

Desarrollar la acción política basada en valores implica que estos no pueden subordinarse a los medios empleados. Los procedimientos democráticos que aseguran el ejercicio del gobierno por parte de la ciudadanía son, al mismo tiempo que medios para el buen desempeño de la función pública, fines desde el punto de vista de la ética y los valores. Cuando los medios no están de acuerdo con los fines, los fines se pervierten y terminar por perderse.

Por eso rechazamos tanto las situaciones en que los titulares del poder, invocando e interpretando por sí y ante sí los “fines”, desconozcan la soberanía popular y las libertades democráticas, del mismo modo en que condenamos todas las formas de corrupción y de utilización de los dineros y recursos del Estado, de manipulación y engaño de la ciudadanía, incluyendo aquellas situaciones en que el presunto móvil sea favorecer intereses y estrategias políticos.

En ese sentido parece clara la situación en Nicaragua, donde el gobierno de Daniel Ortega da un golpe de Estado blando liquidando a la oposición parlamentaria. Más allá de estas maniobras seudo legales -como en Brasil, forzando las normas constitucionales- y de la justificación de que los parlamentarios destituidos son la “derecha”, debemos condenar en forma clara e inequívoca esta situación.

En Venezuela la situación es más compleja para quienes nos sentimos demócratas, socialistas y antiimperialistas. Hay una serie de circunstancias que tener en cuenta. Una de ellas es que las sucesivas elecciones democráticas fueron siempre respetadas en su resultado por el gobierno venezolano, tanto cuando ganaron unos u otros. De allí resulta la legitimidad de sus actuales gobernantes, y esto vale para el presidente Nicolás Maduro, para el Poder Ejecutivo y para la Asamblea Legislativa con su actual mayoría.

Los gobiernos chavistas desarrollaron acciones en beneficio de las mayorías postergadas de su país, lo que implicó la reacción contraria de los sectores privilegiados, incluyendo un golpe de Estado abortado en 2002. Se enfrentaron asimismo a las presiones imperiales y por todo eso recogieron la adhesión de las izquierdas de la región.

El colapso de la economía venezolana y la tremenda crisis que vive esa sociedad es consecuencia fundamentalmente de la caída del precio del petróleo, de no haber construido una economía sólida y depender de la renta petrolera, de las políticas populistas que no tienen en cuenta los equilibrios fiscales y el manejo ordenado del gasto publico y de la corrupción. La resistencia y la acción de la burguesía y del imperialismo no pueden negarse, pero el factor fundamental son las opciones y errores de sus gobernantes. Hoy el modelo que encarna Maduro ha fracasado y se sostiene por el peso que tienen las fuerzas armadas.

Si bien la democracia política se mantiene en Venezuela, y por esto mismo fue un error de Luis Almagro invocar en su momento la carta democrática de la Organización de los Estados Americanos, la calidad democrática se ve resentida por muchos factores, fruto de la acción del gobierno y de la oposición. El clima de violencia y la extrema polarización cortan el diálogo, la negociación y la búsqueda de entendimiento, esenciales en la democracia.

Gobierno y oposición son responsables de ese deterioro y son quienes deben encontrar en paz los caminos para superarlo. Si en Colombia la paz puede buscarse y obtenerse, con más razón en Venezuela. El diálogo propuesto e impulsado por figuras tales como los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, de España, Martín Torrijos, de Panamá, y Leonel Fernández, de República Dominicana, parece el camino más adecuado y la manera de ayudar a Venezuela para que en paz y sin interferencias encuentre su camino.

Son necesarias señales claras de la oposición, de buscar y respetar el diálogo, y son necesarias señales claras del gobierno, en el sentido de llevar a cabo este año el referéndum revocatorio y poner fin a la existencia de presos políticos.

La crisis de legitimidad democrática que vive Venezuela sólo puede solucionarse con más democracia. La consulta a la ciudadanía acerca de si desea o no la continuidad de la presidencia de Maduro es imprescindible para restaurar la confianza en la vigencia de las instituciones democráticas. Todos sentimos que la resolución del Consejo Nacional Electoral de suspender el revocatorio obedece al temor del gobierno al resultado del pronunciamiento popular. Los problemas de la democracia se arreglan con más democracia, no con pretextos y subterfugios en los que nadie cree. Es un profundo error regalarle a la oposición las banderas de la democracia.

La historia es muy clara al marcar el fracaso de las experiencias que en aras de los “fines” dejan de lado los “medios” democráticos. Son altamente alarmantes y contrarias a una lógica democrática las amenazas de quitar los fueros o de encarcelar a más dirigentes opositores.

Más allá de los errores de Almagro, lo que de ninguna manera los frenteamplistas podemos admitir es que quien fuera electo senador por el Frente Amplio sea acusado sin pruebas de agente de la CIA. Es volver al discurso y la mentalidad estalinistas: el que no está de acuerdo con nosotros es un agente enemigo. Recuerda a los procesos de Moscú, cuando Iósif Stalin eliminó a todos los que lo enfrentaban en la dirección de Partido Comunista de la Unión Soviética, a quienes acusó de ser agentes de Alemania, Japón o Inglaterra, o de los tres a la vez.

No darles validez a las acusaciones contra Almagro no debe impedir que nos tomemos en serio la situación de Venezuela, las carencias en las necesidades básicas y los riesgos que corre su pueblo.

Ser solidarios y responsables es también, sin estridencias, decir lo que pensamos.