Valls tenía todas las cartas ganadoras cuando empezó la campaña para las elecciones internas del PS. Estaba respaldado por la cúpula del partido, era el precandidato más conocido por la ciudadanía porque había sido primer ministro de François Hollande y las encuestas le auguraban la victoria en la primera vuelta del domingo 22. Pero tenía un gran factor en contra: se presentó como el heredero de las políticas del presidente menos popular de Francia de los últimos años, que durante su gobierno adoptó de forma sistemática políticas liberales a las que se opusieron sindicatos y organizaciones civiles, como la reforma laboral y la extensión periódica del estado de excepción por la amenaza de un ataque terrorista.

Hamon se presentó como la alternativa para una izquierda que retomara sus valores tradicionales, defendiendo el intervencionismo del Estado en el mercado y el respeto a todos los derechos de los franceses. Entre sus propuestas están la derogación de la reforma laboral -que fue rechazada por los sindicatos-, la continuidad de la negociación colectiva -Valls proponía eliminarla en pos de acuerdos en cada empresa-, el fin del estado de excepción y la creación de un impuesto para las empresas que usen robots -como los drones- para reemplazar su mano de obra. Hamon ha criticado el consumismo excesivo por el cual, asegura, los franceses han “sacrificado derechos sociales y recursos naturales”, y promueve el proteccionismo económico y una política migratoria de puertas abiertas. Hamon demostró que sus convicciones políticas no aparecían sólo en los discursos cuando renunció al cargo de ministro de Educación que Hollande y Valls le habían otorgado, debido a la “deriva liberal” del gobierno.

La victoria de Hamon, con 58% frente al 42% de su contendiente según los resultados preliminares, implica un fuerte revés para Valls, pero también muestra la distancia entre la cúpula del PS, que lo respaldaba, y sus militantes. Esto se produce al cierre de un período de gobierno en el que los propios socialistas se han mostrado divididos, sobre todo en el Parlamento, donde han obstaculizado algunos proyectos del gobierno de Hollande.

Durante la campaña Valls había dicho que si perdía en las primarias se “borraría” del PS. “No podré defender su programa”, dijo, en referencia a las propuestas de Hamon. Por su parte, Hamon había dicho que si ganaba promocionaría una alianza con otros candidatos que representan a la izquierda francesa, como Jean-Luc Mélenchon y Emmanuel Macron, ambas figuras escindidas del PS en distintas etapas -Mélenchon en 2008 y Macron en 2016-, que planteaban críticas similares a las presentadas por Hamon.

El ahora candidato presidencial reiteró tras su victoria que buscará aliarse con esos sectores y también con Los Verdes. “Hay que escribir una nueva página de nuestra historia, y no me resigno a la fatalidad”, dijo, optimista, en su discurso de victoria, en el que volvió a referirse a su propuesta estrella: la creación de una renta básica universal de 800 dólares para todos los ciudadanos franceses, una iniciativa que ha sido criticada por Valls y los sectores más conservadores del PS, que argumentan que un pago de ese tipo desestabilizaría las cuentas del Estado.

La división se vio en la campaña para las primarias, pero el fin de la carrera electoral no garantiza que se termine. Las encuestas indican que el PS no tiene posibilidades de pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 23 de abril, y tampoco le auguran un buen resultado en las elecciones de la Cámara de Diputados, en junio.

Este escenario adverso probablemente sea lo que impulsó a otros dirigentes del PS a manifestar su apoyo a candidatos presidenciales que no pertenecen al partido, sobre todo a Macron. Unos 20 diputados socialistas ya le brindaron su apoyo, mientras que la ministra de Medio Ambiente, Ségolène Royal, referente dentro del PS, ha coqueteado con la posibilidad de respaldar su candidatura. Con la confirmación de que será Hamon el candidato socialista, no se descarta que haya otros referentes del partido que se vuelquen por el ex ministro de Economía, que se define como un defensor de la “izquierda moderna”.