Isidro Baldenegro López tenía 51 años y su lucha consistía en oponerse a la tala en las montañas en una parte de la Sierra Madre Occidental, una cadena montañosa que abarca todo el oeste mexicano. Por eso recibió, en 2005, el premio ambiental Goldman, el más prestigioso del mundo en esta materia, al igual que la hondureña Berta Cáceres, que fue asesinada en marzo de 2016.

La oposición a la tala del monte nativo fue herencia para Isidro: su padre, Julio Baldenegro, había sido un líder de los indígenas tarahumaras. Esta es una de las tribus que viven en la Sierra Madre Occidental, en una de sus partes más altas, conocida como Coloradas de la Virgen, territorio que considera propio y en el que busca evitar la tala. Julio murió baleado en 1986. Las condiciones de su asesinato nunca fueron aclaradas ni se juzgó a nadie por el delito. Según sus familiares y algunas investigaciones periodísticas, Julio fue asesinado por sicarios que obedecían las órdenes de grupos que talan y venden madera ilegalmente. Julio e Isidro se oponían a la tala, tanto ilegal como legal, del monte nativo, llevada adelante en los últimos 30 años por empresas privadas y estatales.

Tras la muerte de Julio, Isidro tomó su lugar y en 1993 fundó una organización civil que recibió respaldo nacional e internacional y tomó medidas de lucha pacífica, como sentadas y marchas no violentas. Las medidas tuvieron algunos éxitos, pero sistemáticamente el gobierno volvía a entregar concesiones para la tala en Coloradas de la Virgen, indicó a los medios Isela González, directora de la Alianza Sierra Madre, una organización que trabajaba junto a los tarahumaras en la defensa del bosque. En el marco de su lucha, Baldenegro fue arrestado sin orden judicial en 2003 y estuvo preso durante más de un año, hasta que lo liberaron por falta de pruebas, en una detención que fue calificada de política por organizaciones sociales.

La situación en la zona se ha vuelto cada vez más peligrosa en los últimos años, indicó González, y Baldenegro terminó abandonando la región en 2016, después de que fueran asesinados cuatro activistas y de haber recibido reiteradas amenazas de muerte. El fin de semana volvió para visitar a su tío, en cuya casa fue asesinado el domingo de tarde a balazos, igual que su padre.

La Fiscalía mexicana informó que el asesino ya fue identificado, que había un operativo en marcha para detenerlo y que se desconocían los motivos del crimen.

El asesinato de Baldenegro fue condenado por organizaciones civiles mexicanas e internacionales. El crimen “es una trágica ilustración de los peligros que enfrentan quienes dedican su vida a defender los derechos humanos en América Latina, una de las regiones más peligrosas para los activistas”, dijo la directora de Amnistía Internacional para América, Erika Guevara-Rosas. Además, el relator de las Naciones Unidas sobre la situación de los defensores de los humanos, Michel Forst, condenó el asesinato “indignante y absurdo”, y exigió justicia a las autoridades mexicanas. Por su parte, la filial de Greenpeace en México publicó un comunicado en su página web en el que se pregunta: “¿Qué tan fuerte era su voz, que tuvieron que silenciarla? [...] ¿Hasta cuándo tendremos que seguir contando los casos de activistas asesinados?”.

Según el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, una de las organizaciones ecologistas más importantes de México, entre 2010 y 2016 se produjeron, al menos, 303 ataques a activistas ambientales.