El mundo pasa hambre. No, no es cierto; es sólo una parte del mundo que pasa hambre. Los otros no pasamos hambre. Al contrario, tiramos comida por cientos de miles de toneladas diariamente. Hay cada vez más conciencia de esto y cada vez hay más gente determinada a cambiar esta situación paradójica.

La FAO, el organismo de Naciones Unidas dedicado a la alimentación, calcula que sólo con lo que se tira en Estados Unidos y en Europa se podría alimentar al mundo entero tres veces. Entre los proyectos de la FAO hay muchos destinados a África, uno de los continentes con la distribución más desigual de la comida. En las grandes ciudades africanas la comida se tira y en el campo los niños muestran desnutrición y anemia.

Movimientos de jóvenes en el mundo entero están adoptando dietas en las que se prescinde de comida animal y se busca recolectar hierbas o yuyos comestibles, a veces de las basuras, otras veces de jardines públicos, de parques.

Este movimiento, que en inglés se llama urban foraging, ha hecho muchos adeptos en Escandinavia. Hace unos meses encontré a mi ahijada sueca, Beata, y me contaba que en su clase, de 25 estudiantes de arquitectura, casi nadie comía carne y la mayoría recogía de los contenedores la comida de la semana.

Me contaba que los restaurantes veganos y vegetarianos de Copenhague, en donde vive, acababan de crear una aplicación para smartphones que se llama toogoodtogo (TGTG, demasiado bueno para que se vaya). La aplicación ha hecho furor y hoy existe en Inglaterra y en España.

La idea es simple y fácil de instrumentar. Los restaurantes, panaderías y cafeterías firman un acuerdo con TGTG que les proporciona cajas y bolsas para empaquetar la comida. Al final de cada día avisan que tienen un sobrante y lo embalan. El usuario busca los restaurantes más cerca de su casa y va a buscar esa comida que se habría tirado. Paga entre dos y cuatro euros por bolsa, lo que equivale a 60 y 120 pesos. Si no puede pagar, se la lleva igual; esto no es una reventa, sino una manera de detener el desperdicio y socializar el alimento.

En Francia existe una opción similar: se llama OptiMiam, y se define como la aplicación gourmand del antiderroche alimentario. El concepto es genial y es posible usarlo para ropa o para libros, para todo aquello que a uno le sobra en su casa y que otro podría usar.

En Estados Unidos existe una aplicación llamada Olio, creada por Tessa Cook, la hija de un granjero inglés, y Saasha Celestial-One, la hija de unos hippies de Iowa. En Olio se pueden compartir libros, ropa y comida, se puede intercambiar, vender o regalar.

En Noruega y en Suecia, en donde la basura se recicla íntegramente y en donde hay incluso que importarla de otros países para transformarla en combustible, están preocupados. La gran cantidad de jóvenes (y de no tan jóvenes) dedicados a rumiar los desechos de las ciudades y de los pueblitos hace que la basura empiece a ser un bien a defender y un valor para su reventa.

En Italia la Mafia y la Camorra controlan desde hace años el lucrativo negocio de la basura y tampoco quieren rivales. En nuestro país se necesitaría una aplicación de este tipo para complementar el excelente trabajo que hacen las redes que reciclan comida en el Mercado Modelo, y para que en otros lugares se fortalezcan.

Ana Valdés