“Peluffo y Parodi, los Lennon y McCartney uruguayos”, dice, con toda seriedad y sin ningún atisbo de estar exagerando, un muchacho llamado Luis. Cuenta que escuchaba a Los Estómagos desde niño y un buen día, a principios de los 90, en un parador del Parque Rodó, sonaba “Una vez más”, del primer disco de Buitres. “Y de repente dije ‘pero esta es la voz de Peluffo’. Inconfundible. Porque Peluffo es Peluffo, nadie canta como Peluffo. Y dije ‘pah, volvieron’. Habían nacido los Buitres. Yo no lo podía creer. Me emocionó. Ahí empezó todo de vuelta, mejor todavía”. Y así sigue hablando Luis.

“Los vi tocar y me cambió la vida. Porque yo escuchaba mucho rock, pero era más que nada un rock and roll estadounidense, británico, pero sin mayores transgresiones. Ellos fueron la primera piña grande que recibí a nivel cultural en mi vida”, comenta el periodista Aldo Silva, quien supo ser mánager de la banda en sus albores.

Estos primeros relatos, que aparecen en el documental No es un día más (dirigido por Pablo Rafuls y Diego de la Peña, de Tatú Media), ya marcan el camino que vamos a recorrer en una hora y media. No en vano el subtítulo de la película es “un sentimiento llamado Buitres”. En efecto, el documental no es un repaso de la historia de la banda –ni mucho menos– sino un acercamiento a la perspectiva que los fans de Buitres tienen sobre la banda y a la visión del grupo sobre lo que genera en los fans. Como una casa llena de espejos.

Así las cosas, todo el tiempo se deslizan palabras de significados rimbombantes y poco aprehensibles, que generalmente encontramos en cualquier otro producto que relata una manifestación musical que logra estampar un grado considerable de fanatismo en sus seguidores. Emoción, sentimiento inexplicable, misa, conexión con el público, una canción para cada momento de la vida, para escuchar cuando uno está triste pero también cuando está alegre, y así.

El combustible que ayuda a recorrer el camino del sentimiento está formado por tres sustancias: entrevistas a fans que abarcan un amplio abanico de posibilidades etarias y de parentesco (jóvenes, veteranos, madres e hijas, parejas, hermanas –que se hacen un idéntico tatuaje de la banda para sellar su hermandad buitrera más allá de la sanguínea–, etcétera), el testimonio del núcleo duro de la banda (Gabriel Peluffo, Gustavo Parodi y Pepe Rambao) e imágenes de parte del último recital de Buitres en el Velódromo Municipal, en setiembre de 2015, con primeros planos de los fans entrevistados, que, faltaba más, están adelante del todo, bien pegados contra la valla. Gracias al montaje vemos cómo ese “sentimiento inexplicable” se hace carne en la cara de los fans.

Dada la naturaleza del documental, de la intimidad de la banda hay poco y nada. Por eso, el momento en el que vemos parte de un ensayo es un oasis en el desierto. Peluffo arma la lista de temas y da indicaciones. Parodi sostiene una radio y trata de encontrar la frecuencia correcta para poder escuchar un partido de Nacional. El tecladista larga chistes, y así.

Luego de la función especial para la prensa, conversamos con Diego de la Peña, uno de sus directores. Cuenta que es seguidor de siempre de la banda, pero no tan fanático como Rafuls. De todos modos, hace tiempo que ambos querían hacer algo con Buitres, pero no le habían encontrado la vuelta para que a la banda le interesara formar parte. “La gran pregunta de la película es qué tiene Buitres que enamora y que genera todo lo que genera en tanta gente y en tantas generaciones de buitreros. Eso es un poco lo que quisimos explicar y por eso el enfoque del lado de la gente y también de los Buitres hablando de su gente”, explica De la Peña, y confiesa que llegaron a manejar la opción de enfocarse en la historia de la banda, pero ni siquiera se lo plantearon a los músicos porque creyeron que no les iba a interesar: “Ellos son un poco reticentes a hablar de ellos mismos. Como que no les gusta el show o no se creen el personaje de la estrella de rock, que arriba del escenario sí son, pero abajo no”.

Los realizadores se mandaron un importante trabajo de investigación para encontrar a los Überfans de la banda, y a veces se toparon con alguno de casualidad. Por ejemplo, cuando fueron a buscar al fotógrafo Leo Barizzoni por su archivo y de repente vieron que era un “fanático del carajo”. De hecho, es uno de los que más lagrimea en plena entrevista. Como suele pasar, quedaron varias historias afuera del producto final. Como la de un muchacho que grafiteó la letra de una canción de Buitres a lo largo de un paredón en la rambla para conquistar a una chica. Lo logró. Los filmaron en el toque, pero después, cuando fueron a entrevistarlos, ya se habían separado. Habrá que probar con otra canción...