La puteadas de Federico Luppi sí que resistían un archivo. Pero descontextualizadas, en programas como TVR, lo ponían al nivel de la desmesura deportiva, y sacaban carcajadas de aquellas actuaciones memorables de los años 80, sobre todo en algunas películas que definieron una época brava, de discurso enfático: Tiempo de revancha, Plata dulce, El arreglo, Últimos días de la víctima. Los espacios de chimentos tampoco dibujaban una vida privada del todo apacible, contando las penurias económicas a las que lo llevó el corralito económico, siendo ya mayor, y los reclamos por exámenes de paternidad y de cuotas alimenticias que lo conectaban a Montevideo. Lo cierto es que Luppi siguió actuando hasta que lo acompañó el cuerpo, ese espigado y temperamental porte que tanto se prestaba para el naturalismo más barrial como para el tono amedrentador a lo Corleone o el mundo fantástico del mexicano Guillermo del Toro. Eso fue hasta abril pasado, cuando a raíz de una fuerte caída empezó el deterioro que terminó con su muerte, ocurrida ayer en Buenos Aires. Había nacido en provincia, en Ramallo, en 1936, con la vocación de ser dibujante de historietas, para lo que se matriculó en Bellas Artes, aunque trabajó incluso como corredor de seguros. Llegó a ser figura de teatro, cine y televisión no sólo en Argentina sino en España, especialmente desde que cobró protagonismo con El romance del Aniceto y la Francisca, dirigido en 1967 por el inconfundible Leonardo Favio. También fue convocado recurrentemente por Adolfo Aristarain y Héctor Olivera; con el segundo hizo nada menos que La Patagonia rebelde, en 1974, sobre novela de Osvaldo Bayer, film por el que la mayoría del elenco debió marchar al exilio, pero también un policial como La muerte blanca (Cocaine Wars, 1985), producida por el rey del bajo presupuesto, Roger Corman. Así como participó en una enormidad de trabajos, renegaba de unos cuantos. Igualmente es cierto que no faltaron premios del cine latinoamericano y europeo, como la Concha de Plata por su actuación en Martín (Hache) en 1997. Y valga decir que en su filmografía tuvo tiempo para -literalmente- subirse al tren de una producción uruguaya, Corazón de fuego, que Diego Arsuaga estrenó en 2002. El público teatrero también recuerda la visita de Luppi, en dupla con Julio Chávez con El vestidor, pieza que llegó en 1998 a la VIII Muestra de Teatro de Montevideo. Activo como estaba, Luppi volvió a la Patagonia, al menos en la ficción; en realidad se filmó en Andorra la que fue su última aparición en pantalla, la película de suspenso Nieve negra, estrenada este año, en un papel secundario junto a Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, de otra generación con garra.