Lo que empezaron a hacer circular en las redes sociales hace algunos días en Colombia no es una inocente pieza publicitaria de campaña política: es una amenaza. En ella, en un collage, aparecen las fotos de los precandidatos presidenciales Claudia López, Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, y del senador Iván Cepeda con una cinta la boca. “Bravucones inconsistentes, los callaremos en las urnas”, dice el anuncio.

El partido político Centro Democrático, dueño de esa campaña, es así: duro, violento, sin escrúpulos, sinvergüenza, y aunque sus integrantes quieran hacer ver esta campaña como algo simple, no lo es. La estrategia mediática del partido político de Álvaro Uribe Vélez para las elecciones del próximo año en Colombia ha llegado al punto en que muestra claramente sus deseos y sus intenciones: callar a sus oponentes, pero no de cualquier forma, sino por la fuerza.

Callar a alguien es quitarle, ni más ni menos, su humanidad, su pensamiento, su forma de ser y de estar en el mundo, su existencia. La amenaza de “los callaremos” inscrita en la campaña no sólo tiene que ver con que sus oponentes no tengan voz, sino con que no sean, con que no estén más, con que ya no existan.

En un país violento como Colombia, jugadas como esa, violentas también, avivan el incendio, le echan gasolina al fuego que, aunque no está realmente a punto de apagarse totalmente, ha empezado a perder fuerza. Quizá lo que ellos quieren es eso: que el país, una vez que ha empezado a apagar el fuego de la guerra, vuelva a ver alzar las llamas interminablemente y tiemble indefenso en medio de ellas esperando el momento de la muerte, pues sólo así pueden justificar a un Mesías, a un salvador que lo rescate. Y ese Mesías, claro, sólo puede salir de su partido político.

Hace unos días, leía una reseña de José Francisco Rodríguez Latorre sobre ¿Por qué filosofar?, de Jean-François Lyotard. Allí, Rodríguez Latorre recordaba, a partir del texto del filósofo francés, que en Los hermanos Karamazov, Fiódor Dostoievski nos muestra que si no se puede hablar, todo está permitido. Y que Albert Camus también, en El extranjero, nos dice que si el mundo calla, la palabra apenas hace ruido porque no tiene nada con qué corresponderse y no hay diálogo con el mundo.

El partido de Álvaro Uribe Vélez no sólo quiere callar a sus contendores en la política, sino que amenaza públicamente con hacerlo. Vuelvo a Dostoievski y al mensaje en Los hermanos Karamazov: si no se puede hablar, todo está permitido, dice el autor ruso. Y esto es lo que tal vez están buscando Uribe y sus discípulos ideológicos: callar a sus adversarios para que todo esté permitido, para que puedan hacer lo que se les venga en gana. Buscar, durante la campaña electoral, que todo esté permitido no es otra cosa que proponer un país dictatorial, autoritario, sin democracia.

Y retomo también el mensaje de Camus en El extranjero: si el mundo calla, la palabra apenas hace ruido porque no tiene nada con qué corresponderse y no hay diálogo con el mundo, dice el escritor francés. Eso también lo quieren, tal vez: que las palabras de ellos sean las únicas, que el mundo de sus contrincantes sea silenciado volviéndolo apenas ruido, para que la voz de Uribe y la de sus partidarios truene fuerte, para que no haya correspondencias de ningún tipo, en fin, para que no haya diálogo con el mundo de nadie, y menos con el de sus contradictores políticos.

Parece que el odio es el requisito principal para pertenecer al partido de Uribe, y la senadora de ese partido Margarita Restrepo, una de sus fieles discípulas y la encargada de hacer circular en las redes sociales la imagen de la campaña del Centro Democrático, lo confirma. Según ella, “la campaña surge de los reclamos recurrentes de la comunidad a invitar a algunos personajes a que guarden silencio y dejen legislar”. Así son los del Centro Democrático: duros, violentos, sin escrúpulos, sinvergüenzas. La única voz que vale es la de ellos, y lo peor: ese “guarden silencio y dejen legislar” duplica la amenaza de la imagen de la campaña o, por lo menos, la reafirma. En otras palabras, lo que esa frase quiere decir es: “Déjennos acomodar el país a nuestra conveniencia. Ah, y no se metan con nosotros, porque los callamos, no con argumentos, sino tapándoles la boca con cinta, a la fuerza”.

Imponer el miedo es una de las formas más crueles y efectivas del poder para intimidar a los votantes y obligarlos a apoyarlo, a meterlos de su lado en la balanza. Y en eso, ellos, los del Centro Democrático, son especialistas.

Si así actúan en campaña, realmente asusta lo que sean capaces de hacer si llegan al poder.