Podría ser un episodio aislado, de esas cosas que pasan cada muerte de obispo. Algo como: vienen tres exaltados, queman una muñeca con la cara de Judith Butler mientras participa en un evento en San Pablo, y después, ya en el aeropuerto y por irse, a la filósofa norteamericana la persigue una exaltada munida de cartelitos que dicen “You ́re not welcome”. Igual eso ya es bastante. Pero hay más. No hay que obviar otros pormenores de la venida de Butler, autora de libros clave como El género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad, de 1990, y Cuerpos que importan. El límite discursivo del sexo, de 1993. Hubo acusaciones de pedofilia, zoofilia (sí, con animales), de antisemitismo, y hasta empujones, que la exaltada le propinó en el aeropuerto. Antes, durante y después, no faltaron las cataratas de odio e intolerancia en internet, que ya no puede ser vista como un universo paralelo en el que la gente bucea muy de vez en cuando, sino el hábitat de criaturas capaces de formar cardúmenes impredecibles.

El problema es que la respuesta convulsiva a la venida de Judith Butler a Brasil no es un episodio aislado. Pensado en un continuum de hechos que se han sucedido con mayor intensidad en los últimos tiempos, pasa a ser una perla más del collar: embate religioso a los planes de educación por medio de la expresa anulación de la palabra “género”, cancelación de la exposición Queermuseu en el Santander Cultural de Porto Alegre y de la obra O Evangelho Segundo Jesus, Rainha do Céu (El Evangelio según Jesús, Reina del Cielo), en San Pablo, por citar sólo un par. En conjunto, son un intento de ponerles la cuerda al cuello a los endebles logros en materia de derechos humanos, que una parte de la población brasileña parece abominar con fuerza inaudita. Cuántos son y de qué son capaces son preguntas que todavía es bravo responder.

Pero volvamos al episodio. Primero hubo una campaña de firmas para evitar la venida de Butler al seminario “Los fines de la democracia”. Bueno, eso pasa: hasta en Estados Unidos la gente se mueve para este tipo de cosas, podrán decir algunos, siempre adheridos a las alucinantes contradicciones de los gringos. La cuestión es que juntaron unas 370.000 personas en una proclama que tenía más de invención y falacia que de conocimiento mínimo de causa. En el texto, dentro de la plataforma Citizen Go, se vanaglorian de cosas como que: “Nuestra nación negó la ideología de género en el Plan Nacional de Educación y en los Planes Municipales de Educación de casi todos los municipios”, al tiempo que agregan: “No queremos una ideología que enmascara un objetivo político marxista” y “Su presencia [la de Butler] en nuestro país en un simposio comunista, [...] no es deseada por la aplastante mayoría de la población nacional”. Juntar el verbo “desear” al adjetivo “aplastante” ayuda a visualizar el carácter de la movilización. (Sobre el fantasma de la amenaza comunista y esa retórica conservadora-paranoica, mejor leer el artículo Patto Sá Motta en la revista Lento de julio).

Por suerte, las autoridades del SESC en San Pablo no fueron tan mojigatas y antidemocráticas como las del Santander gaúcho. La visita de Butler no se canceló y el alboroto previo le hizo publicidad extra. Así que el grupo conservador Direita São Paulo convocó a que los manifestantes se hicieran oír en el evento del 7 de noviembre. Afuera del SESC se juntaron un par de fanáticos (muchos menos de los esperados) con cruces en mano, Biblias y banderas de Brasil. También había manifestantes contrarios. Estos últimos se mantuvieron al margen del fervor de los anti Butler, que gritaban “Quemen a la bruja” y otra sarta de agresiones, que en cualquier otro lugar los llevaría directo a la comisaría. Ya sobre el final, vino la quema de una muñeca con ropa de bruja y soutien, simulando a Butler, al son de un padrenuestro. Pero no se quedaron ahí: aprovecharon y mandaron al fuego muñecos del ex presidente Fernando Henrique Cardoso y de George Soros.

Y hay más todavía. Celene de Carvalho, ducha en lo que a ataques físicos se refiere (agredió a Fernando Haddad, ex alcalde de San Pablo, en un evento de 2015), no se conformó con la quema de brujas y enfiló al aeropuerto de Guarulhos. Fue ahí que interceptó a Butler antes de que embarcara de vuelta a Estados Unidos, en un gesto de lobo solitario que el video amplifica. Butler, ya en tierras más amables, grabó reflexiones sobre su venida a Brasil, y evitó nombrar a la criatura que quiso pegarle unos sopapos. Dijo que el embate, político y teológico, es un manotazo de ahogado en el creciente, e imparable, empoderamiento de modelos que desafían a la familia en el sentido más normativo del término.

Ahora, al margen de Butler, tal vez sea el momento de conocer más el hábitat de estas criaturas. Un militarista como Jair Bolsonaro, con 18% de intención de voto, lo amerita. Tal vez sea entrar a una caverna en la que se presumía que no había más que dos o tres bichos aislados, y darse cuenta de que no sólo son muchos sino que viven en un mundo apocalíptico religioso y turbinado (discúlpese el adjetivo del portugués, pero es que calza a la perfección). Las criaturas claman por salvar a la familia. No parece importarles que alrededor haya una crisis institucional gravísima. No, a las criaturas les importa un bledo la institucionalidad. Claman por la familia y porque Butler y muchos otros no interfieran con una agenda religiosa y oscurantista que sigue avanzando. Como escribió el periodista Leonardo Sakamoto: “Lo más pintoresco de todo es que haya gente defendiendo que el problema de Brasil es una filósofa hablando de derechos, pero se calla frente a un gobierno que entrega dinero público a diputados y rifa derechos laborales y sociales para mantenerse en el poder”.