Como sociedad no estamos reconociendo qué es una comida “saludable”. Estamos confundidos. Pensamos que los productos light son sanos. Evitamos pensar que algo empaquetado con aditivos, conservantes, colorantes, emulsificantes y saborizantes artificiales no es bueno. No alcanza con saber que un comestible contiene grasas, azúcares y sal –no por decir esto estoy admitiendo que sean buenos–, sino que deberíamos conocer el total de los ingredientes que contiene lo que ingerimos.

“Alimento” es lo que un ser vivo toma o recibe para su nutrición. “Comestible” es simplemente algo que se puede comer. El consumo indiscriminado de productos procesados (comestibles) es un factor relevante para el desarrollo de enfermedades crónicas. Por el contrario, los alimentos que brinda la tierra sirven al cuerpo como herramientas para nutrirnos.

Es frecuente asociar el consumo de azúcares, grasas y sodio con hipertensión, diabetes y obesidad. Pero rara vez asociamos los hábitos alimenticios con el cáncer, las enfermedades autoinmunes, el cansancio o los dolores articulares. Si hay una variable que podemos ajustar para prevenir enfermedades y vivir en salud, es la nutrición. El sistema inmune está compuesto de células que deben estar bien nutridas para cumplir su función protectora. El cáncer, considerado epidemia en Uruguay, traduce una falla del sistema inmune. Un sistema inmune se mejora con alimentos y no con comestibles. Los procesados son muy relevantes en cuanto a alergias, inflamaciones, cefaleas, sobre todo en un sistema inmune bombardeado.

El alimento real no requiere etiquetado. El comestible sí, porque tiene riesgos asociados. Evaluar sus ingredientes requiere una correcta lectura del empaquetado, una decodificación que no toda la sociedad hace,lamentablemente. El etiquetado sobre valores de sodio, azúcar y grasas es importante, pero está lejos de ser todo lo que deberíamos aprender a leer en la descripción de algo que nos va a “construir”.

La lista de ingredientes en los comestibles se ordena según su proporción total en el producto. El primer ingrediente es el más abundante y el último, el menos. A veces encontramos un producto llamado “light” pero su etiquetado indica que tiene azúcar entre los primeros ingredientes, como algunas sopas “light”.

Lo ideal es consumir productos con pocos ingredientes. Evitar los alimentos altamente procesados, al menos como base de la nutrición. A la hora de consumir productos procesados, es fundamental identificar sus ingredientes como alimento y no números o siglas ilegibles a simple vista.

Al mirar la tabla de macronutrientes (grasas, azúcares y proteína), contamos calorías pero no nos detenemos en observar sus ingredientes. Compramos productos “bajos en grasa” pero altos en ingredientes de baja calidad y aditivos artificiales que atentan contra nuestra salud, sin tener información al respecto.

Los aditivos se agregan para que los productos duren más en la góndola (conservantes), salgan más baratos, tengan mejor apariencia (colorantes), tengan mejor sabor o sean más adictivos (resaltadores del sabor como el glutamato monosódico o el jarabe de maíz de alta fructuosa).

Edulcorantes que empalagan

Light y edulcorantes van de la mano en las góndolas. Muchas veces, aditivos como los edulcorantes permiten comercializar productos “libres de azúcar”. Varios estudios recientes demuestran que los edulcorantes, además de ser cancerígenos, pueden generar obesidad y diabetes, paradójicamente. También es conocido que los dulces aumentan las ganas de seguir comiendo.

Comúnmente se asocia el consumo de azúcar con la diabetes y la obesidad. Pero no podemos despreciar su capacidad adictiva: es considerada de ocho a nueve veces más potente que la cocaína. El azúcar se asocia a la irritabilidad, además de ser uno de los combustibles preferidos de las células cancerígenas. También está vinculada a la incómoda –y prevalente– distensión abdominal, popularmente conocida como “panza hinchada”. Olvidamos que hasta una sopa light tiene azúcar, el ketchup, el café, las galletitas, el pan. 80% de una chocolatada en polvo es azúcar.

Para “endulzar” habitualmente se usan azúcares más edulcorantes no calóricos, algo que genera rechazo en los niños a los dulces naturales como la miel o los dátiles. La mayor parte de los productos que se industrializan para los niños tienen aditivos como el jarabe de maíz de alta fructuosa. Este es un producto más tóxico que el azúcar, asociado a cardiopatías, déficit atencional, irritabilidad e hiperactividad, entre otros. Pero es “tan rico”, “tan dulce”, está tan extendido su consumo, y además calma la ansiedad, que parece el “alimento natural”. Sin embargo, altera y adormece las papilas gustativas. No es difícil comprender por qué los niños rechazan los dulces naturales.

“Saludable” es una palabra que está perdiendo validez y credibilidad. En Uruguay pensamos que comer sano es no comer fritos ni grasas. Sin embargo, no toda grasa es mala. No toda grasa saturada es mala. La leche materna contiene grasas saturadas y es el mejor alimento para un lactante. El aceite de coco también tiene un alto porcentaje de grasas saturadas y es un excelente nutriente a nivel encefálico, protector cutáneo, antiséptico, entre otras propiedades. Si las dietas bajas en grasas funcionaran, este sería otro planeta.

Un buen ejercicio: decodificar etiquetas

Recorrer el supermercado y mirar las etiquetas es un buen ejercicio. Si se cuenta con una aplicación en el celular como The Chemical Maze (entre otras) se puede obtener información validada sobre los efectos adversos de los aditivos alimentarios. Un ejemplo es el E282, más conocido como propionato de calcio; un conservante habitual de los panificados asociado a dolores de cabeza, irritabilidad, congestión nasal, problemas neurológicos, insomnio, problemas de aprendizaje, hiperactividad. Y cito sólo uno de los cientos de aditivos que hay en una góndola.

Hemos perdido la referencia. Buscamos lo fácil, lo accesible, lo rápido. Nos merecemos la alegría de sentir la diferencia de comer alimentos, comida real, en vez de comestibles “ladrones” de energía. No se necesita tanto tiempo para sentir la diferencia.

La mayoría de las patologías crónicas prevalentes en Uruguay amainan o incluso desaparecen utilizando el alimento como medicina. ¿Perdemos tiempo en la cocina, o lo ganamos? Si no comemos de manera consciente es poco probable que nos vaya bien. El camino al cambio no es tan complicado: volver al alimento real, a cocinar con lo que nos da la tierra. Reaprender a cocinar más allá del gluten, los lácteos, los azúcares y los procesados. Volver a la cocina.

No dejemos que nos vendan como saludables productos que lejos están de nutrirnos. La industria deslumbra con espejitos de colores e imágenes de mujeres delgadas.

Aumentar el conocimiento sobre los productos que ingerimos es decidir informadamente. Para eso el etiquetado es importante, pero sigue faltando información y una correcta decodificación por el usuario.

¿Realmente nos sorprende que la obesidad sea una realidad para 39% de los niños uruguayos? ¿O que entre 1999 y 2013 la obesidad en adultos haya aumentado de 52% a 65%? Los médicos ya no nos sorprendemos al ver niños con patologías de adultos, es parte de nuestra práctica clínica habitual.

¿Si en todo el supermercado hay una góndola de productos saludables, qué se vende en el resto de las góndolas, y qué haremos para cambiarlo?

Dra. Cecilia Vitola