Quizás detenido en el tiempo. Hace unos 15 años, desde ojos extrañados de profesora, observaba a la directora de un liceo muy grande ubicarse a modo de portera para que los estudiantes, en ese caso de bachillerato, no salieran del edificio en los recreos. Esa salida era sinónimo, muchas veces, de que no volvieran a la siguiente clase. Implacable, surgía la pregunta: ¿no será que hay que cambiar algo dentro de los centros educativos, para que los alumnos opten por quedarse? Hoy vemos estudiantes que se aburren, que aprenden muy por debajo de lo que desearíamos, y también a los que se alejan de la educación formal. Los problemas de convivencia se han ido incrementando, y la vida cotidiana en escuelas y liceos se ha vuelto muy compleja (¿cuánto incide una propuesta que no resulta relevante?).

Por otro lado, algunas señales indican que para el mundo adulto las cosas tampoco son fáciles. Un malestar docente en aumento, importante ausentismo, estrés, burnout (1). Altas cargas horarias, muchas veces en más de un centro educativo. Es difícil sostener el adecuado equilibrio emocional y vincular para enseñar y para comprometerse con la tarea.

Sin embargo… ¡cuánto convocan!

Escuelas y liceos continúan siendo lugares que convocan y concentran a nuestros niños y adolescentes. Allí llegan, día a día, cargados de las expectativas que la sociedad continúa trasmitiéndoles. Aun en un mundo tan cambiado.

Se perpetúa la ilusión de que se abrirán nuevas puertas, ya para estudiar, ya para acceder a determinados trabajos, a lugares de valoración social. Promover cada año, cada ciclo, lograr ciertas calificaciones, tienen el reconocimiento social. Como contracara, llevan a la sensación de fracaso a quienes no lo logran.

Las escuelas y liceos generan oportunidades. Y esas oportunidades tienen que ver con el encuentro con otros y otras. Aseguran el acceso a lo diverso, a diferentes formas de vincularse, de vivenciar el conocimiento, de ser ciudadano, de transitar la vida. Encuentro entre pares, encuentro con otros adultos.

Es aquí donde se puede acceder a “buenas dosis de postas parentales”, como sostiene Carmen Rodríguez (2), o sea, al vínculo con adultos significativos. Los alumnos aprenden algo de los contenidos, pero mucho de la relación pasional que tiene el docente con el contenido. El aula resulta ser el lugar donde se distribuye esa posibilidad de ser afectado por otros adultos. La escuela, afirma Axel Rivas (3), sigue siendo un factor crucial de transformación personal, por eso nadie quiere perdérsela.

Además, y en tiempos de escasa socialización “cara a cara” más aún, los centros educativos resultan vitales para los procesos de integración de la sociedad.

¿Nuestra propuesta educativa fue pensada para todos y todas?

La importante cantidad de estudiantes rezagados y que abandonan el sistema educativo formal continúa diciéndonos que algo no está bien. Estamos muy lejos de lograr que la finalización de la educación media sea una meta alcanzable para la mayor parte de nuestros jóvenes. Más aun, a la edad que corresponde hacerlo.

La pobreza ha sido señalada como una culpable sustancial de los resultados educativos. Pero vemos cómo otros países, aun con igual o mayor pobreza, alcanzan mayores logros y equidad educativa.

Se ha apuntado a generar propuestas educativas distintas, desde una perspectiva que entiende que ese es el modo en que los diversos estudiantes pueden encontrar una propuesta adecuada de acuerdo con sus características: “Este chico no es para el liceo”, “esta chica debería ir a un FPB [Formación Profesional Básica de UTU]”. Esta perspectiva naturaliza que completar los ciclos educativos obligatorios, y hacerlo a la edad que corresponde, es algo sólo para algunos y algunas. ¿Será que no todos/as son capaces de aprender? Tal vez debamos preguntarnos: ¿de aprender qué y cómo?

El mundo ha cambiado radicalmente. A la información y al conocimiento se puede acceder de muchas formas. Sin embargo, escuelas y liceos, atados a normas y programas, perpetúan rutinas. Sigue primando la concepción de que enseñar equivale a “volcar” contenidos, bajo el supuesto de que todos aprenden lo mismo y de que el docente posee el saber. Un saber acabado que se deposita en otro.

Esto, a su vez, ocurre en un sistema que regula fuertemente a los centros, todos hacen lo mismo y, al mismo tiempo, desde contenidos estrictamente definidos. El margen para que las capacidades de los actores educativos y su creatividad se expresen es limitado.

¿Es esta propuesta educativa la que permitirá a las nuevas generaciones explorar y desarrollar todas sus potencialidades? ¿Contempla a la diversidad de estudiantes?

Tiempos de transformarnos

Es hora de que docentes, familias, sociedad toda, como herederos de esta cultura, interpelemos la concepción educativa que subyace al funcionamiento de los centros educativos. Es lo que nos permitirá asumir la cuenta pendiente que como país tenemos con las nuevas generaciones, la de generar un sistema educativo integrado, que sea inclusor. Donde todos los niños/as y adolescentes, con sus diferentes formas y ritmos de aprendizaje sean protagonistas de su aprendizaje, avanzando desde su singularidad. Esta será la forma genuina de cuidar sus trayectorias.

Implica, necesariamente, cambios profundos. En primer término, una estructura organizativa que promueva otro tipo de vínculos de los centros educativos, los docentes y los estudiantes con el conocimiento. Dejar de ser reproductores para pasar a ser interlocutores situados y constructores de conocimiento.

Estudiantes participativos requieren centros educativos en que la participación sea la práctica cotidiana para todos los actores que allí conviven diariamente. Contar con estudiantes motivados demanda docentes motivados. Tener estudiantes constructores de aprendizaje exige que también sus docentes lo sean.

Se trata de crear “contextos fértiles” en los centros educativos, afirma Blejmar (4). Esos contextos harán posible que todos/as los niños/as accedan a aprendizajes significativos y desarrollen todas sus potencialidades. Avanzar hacia una educación inclusiva significa comenzar a transitar este camino. Ya es hora de comenzar a andar.

Prof. Virginia Piedra Cueva

Diplomada en diseño y desarrollo curricular, integrante de Eduy21

Notas

1.Se refiere al malestar de los docentes ocasionado por las condiciones psicólogicas y sociales de trabajo. Tiene como consecuencias el cansancio, la irritabilidad, el insomnio, la depresión, la ansiedad. Puede llegar al extremo, conocido como burnout o síndrome del quemado.

2.Carmen Rodríguez, psicóloga, doctora en educación y especialista en políticas de infancia, adolescencia y juventud, uruguaya.

3.Axel Rivas, doctor en ciencias sociales, profesor y licenciado, argentino, autor de Revivir las Aulas y Caminos para la Educación, entre otros.

4.Bernardo Blejmar, profesor y licenciado en educación, argentino, autor de Gestionar es hacer que las cosas sucedan y El lado subjetivo de la gestión.