Estaba parado al pie de la escalera mecánica del shopping de Punta del Este, desorientado, cuando vi aparecer a Rodney Da Silveira, que venía también con cara de que las demasiadas luces lo confundían. Quienes lo conocen saben que se trata de un individuo más bien dado a la nocturnidad, aun cuando no se sabe bien si su afección al periodismo vinculado a cuestiones prostibularias es el origen o la consecuencia de su gusto por la iluminación insuficiente. Me comentó alguna vez, y lo confirma otra gente, que es dueño de un archivo de entrevistas oscuras que ocupan una pieza entera de su residencia en el noreste del país, habitación presidida por un retrato suyo junto a una conocida figura de los carnavales de su capital departamental. Las historias de Rodney alcanzarían para llenar cómodamente un libro, pero en este caso su estampa viene a cuento por las carreras de carretillas de Aiguá.

Nos saludamos estentóreamente entre la concurrencia del local comercial y, como en una burbuja, empezamos el ritual de preguntarnos por los puntos en común, dentro de los que es un mojón inevitable Pablo González, un amigo profesor de matemáticas e impulsor primigenio y constante de las carreras de carretillas en lo que él llama “el punto G” de Maldonado, Aiguá, que según el Instituto Nacional de Estadística, tiene una población que ronda los 2.500 habitantes y de cuyas viviendas hay un tercio que no está ocupado. Rodney sólo conocía de Aiguá unos ranchos que se encuentran a la orilla del pueblo, yendo para el cementerio, que habían sido objeto de sus investigaciones y de los que me contó algunas historias escabrosas. Y yo sabía del pueblo por mis constantes viajes entre Maldonado y Treinta y Tres, que indefectiblemente hacen una breve escala en ese pueblo tranquilo de calles llamativamente anchas y fachadas de colores vivos, conocimiento que reforcé a raíz de mis visitas a Pablo, que se mudó allí hace unos años y con quien visitamos las sierras de la región, un hermoso salto de agua cuya ubicación me guardaré de revelar, y salimos en una improvisada comparsa carnavalesca en la que me tocó hacer de parturienta.

Es particular el ambiente humano de este enclave serrano, integrado por gente tradicional del pueblo y de la zona rural circundante, muchos de ellos descendientes de canarios, y por una fauna inmigratoria que abarca desde funcionarios públicos —profesores, por ejemplo— y una colectividad que coquetea con la disciplina hippie, la bioconstrucción y el reggae, lo que da como resultado una mezcla más que interesante. Hay un magnetismo raro en esas calles que fueron proyectadas con el optimismo de una región pujante que esperaba un aumento de población que jamás se concretó y por donde es posible, después de haber recorrido los aproximadamente 80 kilómetros que unen el pueblo con Maldonado en bicicleta, sentarse al cordón de la vereda y observar cómo, durante dos demoradas cuadras, una señora camina por el medio de la calle sin que nada más se mueva.

Con Pablo es así: de pronto estamos en una conversación y, una vez que la idea brota, estamos los dos en camino a la FM comunitaria Magoya porque un rato antes se nos había ocurrido que las guasadas que estábamos diciendo podían ser, tranquilamente, un programa de radio. Fue en esa época cuando tuvimos contacto por primera vez con Rodney Da Silveira, que andaba de visita por el estudio y a quien le hicimos una entrevista jugosísima que ya quisieran haber tenido unos cuantos medios de la capital. El programa se terminó, claro, pero la locura no. Corría el año 2011 y estábamos en medio de los arbitrarios festejos del Bicentenario, que como a los argentinos se les había puesto que había algo que conmemorar, a nuestro gobierno también. En lo personal, oscilaba entre la discrepancia, la prescindencia y la nostalgia ucrónica, que compartimos con Rodney, de no haber podido permanecer en el Imperio del Brasil, con los consecuentes títulos mundiales. Pero, sin haberlo previsto nunca, terminé estando en el centro mismo de los festejos en la ciudad de Aiguá, con un micrófono y rodeado de risas. Todo porque un día Pablo les había contado a sus alumnos que se tenía que comprar una carretilla y que, coincidentemente, un amigo de él también, lo que motivó que algún gurí le propusiera que hicieran una carrera.

La gracia del asunto es que el adolescente fue escuchado y, poco tiempo después, empezaba a circular la novedad de las carreras que estaban haciendo con las carretillas tuneadas, decoradas al gusto de sus pilotos y tripulantes. La novedad de que algo se movía entre las sierras no tardó en llegar a los oídos de las fuerzas vivas locales, de resultas de lo cual los carretilleros fueron invitados a participar en los desfiles del Bicentenario, metidos como cuña entre las caballerías gauchas, el simulacro de Bomberos y unos espectáculos de música. No se habló de otra cosa. La primera etapa, en la que había que sortear obstáculos a altas velocidades, concitó la atención del público aigüense agolpado en la esquina de la plaza que, rato más tarde, debió migrar enfrente, al fondo de la comisaría, donde tendrían lugar las pruebas más llenas de barro.

Me falta decir que mi papel en la emergencia fue el de relator de las carreras. Si bien había coqueteado en mi imaginación con relatar partidos de fútbol, no se me había ocurrido cómo podría poner en palabras el delirio de unas personas que dejaban la vida tratando de obtener el mejor tiempo en una desaforada carrera de carretillas. Rodney, que me sirve de testigo, comentó que yo me esforzaba por inaugurar “un estilo de relato para la peculiar puja, en el que oscilaba entre las modalidades propias de los relatores de jineteadas, raids hípicos y ciclismo, siempre con la presión a cuestas de provenir de Treinta y Tres, que ha sabido tener 'relatores de crecientes', como fueron el Maestro Pinho o Emilio Méndez Carbone”.

En 2012 se vivió un año en que los vehículos sólo se movieron para girar en un inédito “pericón carretillero”, sin obviar relaciones ni coreografías. Los carretilleros tomaron también contacto con los organizadores del “Rali de carretillas” de Vila de Cruces, en la provincia gallega de Pontevedra, los pioneros del carretillerismo a nivel mundial. La mancha, sin embargo, se cernía sobre la inocencia. Adoptaba la forma de la copia y el mercantilismo. Un minuano, dedicado al negocio de los cumpleaños de quince, registró embelesado todas las evoluciones de la fiesta y luego, convenientemente compiladas y grabadas en cedés, pretendió venderlas a los aigüenses. No contento con haber intentado adueñarse de los derechos mediáticos, organizó su propia carrera en Minas, para la cual tuvo la precaución de realizar sondeos para la contratación del improvisado relator. Los organizadores originales contaban con el empuje de un amateurismo colectivo y fue así, a pulmón y ganas, que produjeron su propio documental casero. “Hicimos la primera película, meta editar videos toda la noche, la madrugada… la primera película, que fue más casera, fue hecha por nosotros mismos, todo el verano estuvimos editando videos, investigando cómo se hacía porque ni idea teníamos y algo salió”, le comentó Gastón Fernández a Rodney, en una nota que salió en la página informativa de nuestro rocambolesco amigo periodista.

El fenómeno de las carreras se extendió al punto de que se supo que existía una versión sanducera de la competencia, lo cual fue el detonante para que los carretilleros cerraran filas, se presentaran como un colectivo a los fondos concursables de la Intendencia de Maldonado y obtuvieran financiación para que Camila Rijo, cineasta aigüense que en la época cursaba su carrera, dirigiera Carretilleros de Aiguá, un muy lindo documental que actualmente se puede encontrar en YouTube y que, en su momento, fuera presentado frente a públicos rebosantes en la Casa de la Cultura de la localidad serrana, además de participar en el Festival de Cine de Punta del Este y de circular por los liceos de la zona. La película da cuenta especialmente de la segunda Expo-rally, en 2013, que se realizó íntegramente en el fondo de la comisaría, adecuado para la ocasión con unas gradas que le valieron el apelativo de “Primer Estadio Carretillero”, que logró cobrar especial notoriedad a partir de la presencia de ciertos personajes de la escena televisiva y radial de la capital. Ya no era sólo Rodney quien escribía sobre la fiesta sui géneris de las sierras sino que gente de todo el país tenía la posibilidad de ver las patinadas de los esforzados competidores por las pantallas de la televisión.

La inquietud de algunas personas es necesaria para mover al resto. Pablo nació en un tiempo previo a la ritalina y su superávit atencional logró zafar del etiquetado tan al uso en nuestros días químicos, lo que me lleva a pensar que quienes caemos en el rol de docentes u organizadores de lo que sea tenemos la obligación de ser inquietos, más inquietos que los estudiantes, más inquietos que los participantes, más que el público. De ahí viene la creatividad, esa necesidad de hacer cosas nuevas o encontrar nuevas maneras de hacer las cosas, un impulso vital. Por eso fue que un día se había hecho el Pericón Carretillero, con relaciones y coreografía y, más tarde, entre los dos, pergeñamos unos encuentros poéticos que cayeron bajo la etiqueta de “Campoemato de Improversación”. Los autores convocados para la lid, entre ellos varios pesos pesados de las letras locales y nacionales, produjeron textos en un tiempo reducido de acuerdo a las consignas delirantes que proponía la organización, como consecuencia de lo cual terminamos editando un libro antológico titulado Poemas carretilleros, que se presentó a la inusual hora de las once de la mañana, entre la niebla reinante en la Fomento de Aiguá, de modo que tuvimos la oportunidad de ver a personajes notoriamente noctámbulos proyectando sus voces a través de los altoparlantes del evento, imagen que aparece poéticamente registrada en la crónica “Poetas en la niebla” que escribió Rodney, en un acto integrador que, según él ha consignado y tuvimos ocasión de comprobar, movió a algún empresario de la noche a incorporar ciertas lecturas de poesía, claro está que adecuadas al contexto, a algunas veladas que me encantaría contar pero que ahora no vienen al caso.

Volviendo a la diversión familiar de las carretillas, ese día de mayo de 2015 la fiesta tuvo lugar en la Fomento de Aiguá, un predio enorme que acostumbra a albergar las fiestas criollas del pago. En la previa, debo admitir que tuve cierta desconfianza de que el lugar nos quedara grande pero, claro, se necesitaba espacio para instalar “La Carretilla Más Grande del Mundo”, un monumento de madera, de más de diez metros de largo, que se iba a inaugurar ese día. No obstante, mi preocupación se vio refutada por una afluencia enorme de gente. Desde la torre que me habían destinado para que relatara otra vez el chapoteo se veía la polvareda levantada por decenas de autos que llegaban no sólo desde Aiguá sino de toda la región. Por supuesto que no sólo el público estuvo compuesto por paisanos de varios pagos sino que también los competidores llegaron de todas partes y la fiesta fue tan completa como agotadora. Me acuerdo que había barajado la posibilidad de acompañar a Rodney en unas incursiones que pensaba hacer para investigar cierta inmigración pero no hubo forma: a las nueve y algo de la noche di con mis huesos en el sobre de dormir y no pude despertarme como hasta las nueve del día siguiente.

Las repercusiones de la última fiesta se fueron apagando con los meses, pero nunca del todo, ya que era frecuente que la gente preguntara cuándo se hacía de nuevo, que comentara que se había quedado con ganas de ir o que se refiriera a algo de lo vivido. La frecuencia de las Expo-rallys ha sido bianual: hubo grandes explosiones carretilleras en 2011, 2013 y 2015 y muchos, en legítima demanda y porque no llegan a ver el intenso trabajo que significa organizar algo tan grande y complejo, piden que se hagan más seguido. Como el mundo no ha tenido a bien terminarse, este domingo 5 de noviembre nos vamos a encontrar todos en la Fomento de Aiguá para renovar el jolgorio, así que quienes estén leyendo este texto recién publicado tienen poco rato para llegar hasta el norte del departamento de Maldonado a embarrarse o a ver cómo otros lo hacen. Las cosas suceden en grupo, todas juntas, y a veces hay que dejarse llevar por los acontecimientos. Cuando nos encontramos con Rodney en las inmediaciones del cine, yo esperaba a mi amada y él venía acompañado, se ve que andaba de gira turística, y nos metimos en una burbuja de dos minutos hablando de carretillas y de Pablo, de la capacidad que tiene para poner todo un pueblo patas arriba, entre otras cosas, y de que nos teníamos que juntar, salir a tomar una, a concretar cierto proyecto que habíamos esbozado alguna vez. Se fue un instante antes de que llegara mi patrona, a quien no pude escuchar en su plenitud porque justo me sonó el teléfono: era Pablo, que quería ver si podíamos escribir algo para invitar a competir en carretilla a los ex jugadores Antonio Pacheco y Álvaro Recoba para que se sumaran a la boxeadora aigüense y al campeón uruguayo de jabalina.

Por más datos: carretilleros.wordpress.com

Texto: Fernández de Palleja | Fotos: Camila Rijo Bringa.