El domingo 10 de diciembre se votó en los dos últimos circuitos de toda la isla en los que todavía ningún candidato había logrado la mayoría necesaria para integrar las Asambleas Municipales de todo el país. Para un principiante con 18 días de contacto con la isla, son miles las cosas que sorprenden, chocan y llaman la atención. Pero sorprende también que ni los portales electorales ni la prensa nacional o internacional mencionen estas elecciones que sí existieron, y que persista la idea de que en la isla reina una dictadura comunista apenas menos drástica que la de Corea del Norte.

Llegar a la Habana Vieja es un viaje en el tiempo: edificios patrimoniales derruidos, carros tirados por caballos, aguas servidas contra el cordón, carteles escritos a mano anunciando venta de frutas o cigarros, balcones en los que la carne de cerdo está a la vista y a la venta, triciclos a pedal llevando turistas mientras esquivan pozos y charcos, y decenas, centenas o miles de autos de los años 50 –los “almendrones”– echando humo por calles bastante descuidadas. Hay hoteles lujosos en edificios restaurados, hay autos lujosos, buses ultramodernos y avenidas limpias, pero no logran cambiar la impresión.

Pero cuando los ruidos bajan al caer la noche, lo que queda –y también sorprende– es que la calle es el espacio público preferido por todos. Será que el hacinamiento, la falta de televisión satelital –y por cable– o el calor llevan a las masas a compartir su vida de puertas y ventanas abiertas, sin vergüenzas. No obstante, el hecho es que allí, en las estrechas veredas, en la calles que podrían estar consagradas a los vehículos a motor o pedal, los vecinos se sientan a conversar, jugar al dominó, tomar ron y –cómo no– a revisar sus celulares.

Votos en las urnas

No sabía que llegaría en las vísperas de unas elecciones. No había oído hablar de ellas. Revisando calendarios electorales en Google, veo que los centros de investigación y la prensa no se molestan en anunciarlas. El Centro Latinoamericano de Geopolítica (Celag), “una institución dedicada a la investigación, estudio y análisis de los fenómenos políticos, económicos y culturales de la región, cuyo objetivo es elaborar saberes e instrumentos para entes decisores de políticas públicas, estrategias electorales o acciones sociales”, tiene un calendario de elecciones en América Latina, pero los comicios cubanos no figuran. La página de la Organización de Estados Americanos tampoco los anuncia, pero tal vez sea porque Cuba no la integra. Flacso España analiza la antesala electoral en América Latina, pero Cuba no figura; tal vez sea porque analiza elecciones legislativas y presidenciales. Latin Reporters sí anuncia elecciones locales y regionales en 2017, pero Cuba tampoco aparece. Al finalizar la primera página de resultados del buscador, nadie se entera de estas elecciones...

Al llegar, tampoco se percibe mucho: no hay balconeras ni afiches en las columnas, pero en los vidrios de escuelas, peluquerías, farmacias y viejos locales públicos hay fotos de los candidatos, con sus recorridos vitales, preocupaciones principales y sus fotos, junto al número del circuito y la dirección del centro de votación. La televisión y la radio llaman a votar y algunos carteles en las carreteras recuerdan que el 26 de noviembre –primer aniversario de la muerte de Fidel Castro– comienza el ciclo electoral 2017/18.

“¿Ya tú fuiste a votar?”. Esa pregunta está en boca de decenas de personas que alientan a sus vecinos a tomar parte del proceso que permite elegir delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular, los que a su vez elegirán después a sus propias autoridades. Este tipo de comicios se lleva a cabo cada dos años y medio y el proceso comienza con la elección de los candidatos en asambleas barriales. Una vez elegidos de dos a cinco candidatos, se hace la votación secreta, como la que tuvo lugar en noviembre. Una semana después se hace la segunda vuelta en aquellos circuitos en los que ningún candidato hubiera alcanzado la mayoría absoluta.

Más que ciudadanos acarreados, parece que todos entienden lo importante que es un alto porcentaje de participantes. Los vecinos se preguntan, se invitan y van a votar. Los escolares, con uniformes de pioneros, custodian las urnas, y los integrantes de las mesas, que son vecinos de la cuadra, cumplen con un ritual de identificación similar al que se conoce en Uruguay. Hay movimiento, pero no hay largas colas. Son tantos los circuitos y las mesas de votación que todo se hace rápido y sin problemas.

Estas elecciones son, desde 1992, las que permiten elegir a los candidatos barriales para el gobierno local. Desde la misma fecha, pero cada cinco años, se hacen las elecciones para integrantes de la Asamblea Nacional del Poder Popular, “órgano supremo del poder del Estado”. Este cuerpo, que comenzará a ocupar el remozado edificio del Capitolio, será el que elija en 2018 al sucesor de Raúl Castro, actual jefe de Estado y de Gobierno, y al nuevo Consejo de Estado, de 31 miembros.

Decir que el último domingo de noviembre y el primero de diciembre fueron vibrantes jornadas democráticas puede parecer un chiste. Es predominante la idea de que la isla es una especie de dictadura de partido único en la que los ciudadanos forman parte del libreto, pero tienen prohibida la actuación. Sin embargo, en las calles de La Habana en noviembre y en las de Trinidad (donde estaba en diciembre) no fue posible ver acarreos, ni movilizaciones militarizadas.

Sin poder verificar que efectivamente fueron 7,6 millones los cubanos mayores de 16 años que votaron (más de 85% del padrón), tampoco hay acusaciones o pruebas de que esa cifra sea irreal. Los primeros 11.412 delegados obtuvieron su mayoría en noviembre y en 1.103 circunscripciones se tuvo que ir a una segunda rueda, para completar los 12.515 electos en todo el país, en 24.365 colegios electorales. En dos circunscripciones los candidatos tuvieron que ir a una tercera ronda para conseguir una mayoría absoluta de los votos, exigida por la ley. Los votos en blanco llegaron en noviembre a 3,48%, y los anulados superaron apenas el 3%.

¿Qué elecciones son esas, en las que sólo hay un partido y en las que los ciudadanos no eligen directamente al presidente ni a los gobernantes locales? La primera aclaración la hacen los propios cubanos: los candidatos no son “del Partido”, sino de quienes los postularon, en miles de asambleas de barrio. Es probable que una gran parte de ellos sí sean afiliados al Partido o a la Juventud (UJC), pero no es seguro que les ganaran en todos los casos a quienes no fueran afiliados. Es razonable pensar que haya quien prefiera otro sistema, pero son muchos los que defienden el actual.

Un experimento

Para quienes estamos acostumbrados a la democracia uruguaya, el experimento cubano deja dudas: ¿realmente los delegados barriales serán capaces de definir los grandes temas del barrio, la ciudad y el país? ¿O habrá un grupo de elite en los sectores medios que “cocinará” todo para que sólo puedan salir las posiciones del Partido Comunista de Cuba?

Pero estas preguntas parecen más un tema de los visitantes u observadores externos que de los propios cubanos, más preocupados por saber si sus gobernantes podrán resolver las escaseces que todavía los agobian o si la brecha entre quienes trabajan con el turismo (y sus dólares y euros) y los que no seguirá creciendo.

Los cubanos no parecen esclavizados ni viven para trabajar. Hasta se podría decir que la dedicación laboral no es central en su vida. Tal vez porque los que trabajan poco y los que trabajan muchísimo no obtienen resultados muy diferentes.

El turista prácticamente no entra en contacto con la elite cubana, ni la gubernamental ni la científica ni la artística: el contacto es mano a mano con la gente común. Hay quejas evidentes sobre cómo se resuelven algunos temas de la vida cotidiana, pero no parece tratarse de una población subyugada.

Muchos cubanos creen que la vida “fuera de la isla” es fácil, llena de riquezas, y una parte importante de ellos quisiera salir a vivir la vida, a tener lo que les falta, fuera de Cuba. Muchos viajeros que llegan allí envidian una sociedad evidentemente menos abundante, pero que se mueve a un ritmo humano, sin estrés y sin desperdicio.

Tal vez convenga renovarle el crédito a una experiencia que no es perfecta, que está llena de errores e imprevisiones, pero que a todas luces no es peor que otras formas de organizar la vida social que parecen más prolijas, ordenadas y con mejor prensa.

Roberto Elissalde