Francia atraviesa aguas desconocidas. El escenario cada vez recuerda más al vivido en Austria en diciembre: sin los partidos tradicionales en la segunda vuelta y con un partido nuevo compitiendo con la ultraderecha.

En estas circunstancias, se ha hablado todavía poco (o no lo suficiente) de Emmanuel Macron, ex ministro de Economía del gobierno socialista de François Hollande y ahora candidato a la presidencia de la República por la plataforma En Marche! (¡En Marcha!), creada por él mismo en abril del año pasado y cuyas siglas —fíjense bien— coinciden con el nombre y apellidos del candidato. Su figura en estos momentos vuela. Y lo hace con el viento a favor de haber pillado a sus rivales por sorpresa y a contrapié. Los últimos sondeos muestran un empate técnico entre su candidatura y la de Marine Le Pen. Su notoriedad creciente (su “remontada”, por así decir) tiene que ver con un éxito simbólico: competir en el territorio de las representaciones con Le Pen y hacerlo desde lugares de enunciación atractivos.

Lo llamativo del fenómeno Macron es que retoma algunos de los principales lugares comunes del discurso del Frente Nacional y los ancla en un sentido común vinculado a lo que podríamos llamar, junto a Nancy Fraser, “neoliberalismo progresista”. De este modo, compite con la retórica de Le Pen en lo que esta tiene de outsider, de unión por encima de las ideologías, de proyecto novedoso y de ruptura con los partidos tradicionales.

¿Cuáles son esos terrenos comunes que pisan Emmanuel Macron y Marine Le Pen?

1. El agotamiento del eje izquierda/derecha.

Tanto Macron como Le Pen afirman regularmente que el eje izquierda/derecha sobre el que ha pivotado la política del último siglo está liquidando sus últimas existencias. Ya no nos sirve para hablar de la realidad que nos rodea con nuestros contemporáneos.

Macron se esfuerza por situar la disputa política en un plano que atraviesa tangencialmente el eje derecha/ izquierda. Sostiene que su proyecto se propone luchar por “la superación de la oposición izquierda/derecha”, puesto que, según él, esta es la única “condición para la reforma del país”. Su objetivo es la unión de todos los “progresistas”, entendiendo que esta categoría: 1) no está necesariamente asociada a la izquierda, 2) es más amplia que la categoría “izquierda”. Para Emmanuel Macron, la identidad política “progresista” trasciende los límites de la izquierda, puesto que “existen progresistas tanto en la izquierda como en la derecha”. Son quienes “quieren entrar en el nuevo siglo, en la economía de las competencias, la cualificación y la innovación (preservando la justicia social) y se sienten vinculados a la laicidad y a Europa”. Como contraposición a los progresistas, los conservadores son quienes, tanto en la derecha como en la izquierda, “desean proteger un orden antiguo y dicen ̒no cambiemos las cosas’”, “no nos preocupemos por el problema de la producción pero pidamos antes que se reparta lo que aún no se ha producido”. Conservadores también son, insiste Macron, quienes “desde el lado de la derecha afirman: ‘Ayudemos a los que ya han triunfado a triunfar más’, ‘vayamos a un mundo más injusto’, y no creen en la verdadera movilidad económica y social”.

Marine Le Pen desplaza el centro de la pelea política hacia otro eje distinto al derecha/izquierda: el que enfrenta a “los privilegiados” (en la jerga ultraderechista dícese del conjunto de personas que viven “por encima de la ley”, o sea, elites e inmigrantes irregulares) con “los olvidados” (también denominados “invisibles”). Esta organización del campo político en torno a la oposición privilegio/abandono es paralela a otro clivaje más antiguo que concibe la disputa política como enfrentamiento entre “nación” y “cosmopolitismo”; esto es, como lucha entre los partidarios de la nación y los partidarios del neoliberalismo. Toda la historia de la extrema derecha francesa del siglo XX (desde Charles Maurras y Jacques Doriot hasta Alain de Benoist) se encuadra dentro de estas coordenadas.

En esto, ambos líderes surfean cómodamente una corriente mayoritaria entre la sociedad francesa que ya no se reconoce en las distinciones izquierda/derecha. De acuerdo con el último barómetro de confianza política elaborado por el centro de investigación Cevipof-Opinionway, 75% de los ciudadanos está de acuerdo con la afirmación de que “las nociones de izquierda y derecha ya no quieren decir nada”; esto supone un incremento de 2% en una tendencia de fondo que no deja de aumentar desde 2011.

2. Francia herida y decadente.

El retrato de la Francia actual que hacen Macron y Le Pen tiene los mismos tintes oscuros. Ambos coinciden en hablar de una Francia decadente, fracasada y carente de grandeur, pero mientras Macron lo achaca a la falta de confianza, Le Pen culpa a los gobiernos precedentes de haber sido demasiado dóciles a la hora de transferir soberanía a Bruselas. Para Macron se trata de renovar y moralizar la vida política; para Le Pen, de recuperar la libertad. Curiosamente, en sus mítines, los dos enaltecen la historia de Francia (Macron adoptando un estilo florido, literario, de antiguo hombre de letras doctorando de Paul Ricoeur; Le Pen prefiriendo el enfoque épico, bien trabajado por la extrema derecha) para a continuación subrayar que nos encontramos en un momento histórico dramático, decisivo, en una verdadera encrucijada; un momento, insisten, de extrema gravedad, que hace que las próximas elecciones presidenciales no sean como las demás.

Este momento de excepcionalidad, según ambos, reclama un proyecto fuerte, de nueva planta, inaugural. “Mi proyecto es edificar una Francia nueva”, una “República contractual” que sea capaz de “reconciliar a los franceses”, señalaba Emmanuel Macron en un mitin reciente celebrado en Reims ante un auditorio mayoritariamente juvenil. Para Marine Le Pen, la construcción de una nueva Francia pasa necesariamente por la recuperación de la soberanía nacional para “no sucumbir ante dos amenazas: el dominio del rey-dinero y la dictadura de la reina-religión”.

3. Ciudadanía versus pueblo.

Emmanuel Macron no es el candidato de ningún partido, no es apoyado por ninguna maquinaria burocrática ni lleva décadas en política; ni siquiera ha sido nunca miembro del Partido Socialista. Es el líder de un movimiento ciudadano que comenzó organizándose en círculos nacidos espontáneamente, adoptó un nombre (¡En Marcha!) que enfatiza el carácter dinámico del proyecto, presume de financiarse con donativos individuales (aunque el resto de los candidatos ponen en cuestión el origen de la financiación de su campaña) y cuenta con miles de militantes que gustan de llamarse marcheurs (caminantes) en un proceso de identificación que mezcla la taumaturgia con el vocabulario típico del management. Macron apunta alto cuando afirma que “nuestra política carece de la trascendencia que la filosofía y la literatura aportan” y se propone reintroducir algo de ese espíritu “en nuestra sociedad cansada”.

Macron pone el acento en la sociedad civil, entendida de modo genérico englobando a agentes sociales, empresas, ciudadanos, asociaciones o ONG, para resaltar que el suyo es un proyecto cuyo aliento viene de abajo y que, gracias a ello, está en condiciones de unir a los franceses en algo así como un nuevo contrato social. Además, también se compromete a conformar un gobierno en el que la mitad de sus componentes provengan de la sociedad civil. Está convencido, dice, de que hay más inteligencia colectiva en la sociedad civil que en los partidos políticos. De momento ha conseguido convencer a una parte de la sociedad francesa, especialmente a los jóvenes, a cuyo voto aspira también Marine Le Pen.

Ella, la candidata del Frente Nacional, no apela tanto a la ciudadanía como al “pueblo de Francia”. Un pueblo inmemorial que lucha por su libertad y protección, que se defiende de la amenaza del “totalitarismo neoliberal” (cuyo objetivo sería la conversión de todo en mercancía) y que desea preservar su identidad nacional. Marine Le Pen llama a la “revuelta” del pueblo francés contra unas elites que “pretenden crear un país de esclavos que produzcan barato para que consuman los desempleados” y justifica su convocatoria en la ruptura del pacto social: “En estas circunstancias en las que las supuestas elites han fallado y traicionado, el único recurso es el pueblo: su poder, su determinación y su sentido común”.

4. Choque de trenes.

Los dos candidatos pelean por el liderazgo de una renovación profunda de la vida política francesa. Y lo decisivo es que ambos lo hacen desde terrenos discursivos paralelos que, sin embargo, se enfrentan bajo la forma de una apelación ciudadanista de corte neoliberal y una convocatoria populista de raigambre identitaria. Mismas urdimbres retóricas para proyectos de orientación contraria. Dos estilos, dos movilizaciones, que caminan en direcciones opuestas nutriéndose de los mismos componentes. Entre las palabras clave que resaltan del discurso de Macron encontramos: ciudadanía, reforma, responsabilidad, progresismo, modernización, flexibilidad, crecimiento, pragmatismo, eficacia. Por el contrario, Le Pen estructura sus intervenciones públicas en torno a los siguientes conceptos: soberanía, libertad, pueblo, protección, identidad, nación, orden y seguridad. Entre medio, el resto de candidatos encuentra dificultades para afianzar una voz propia.

Francia es hoy un buen laboratorio para entender qué está ocurriendo en Europa con las viejas identidades políticas.

Las próximas elecciones francesas ponen en juego una disputa discursiva cada vez más frecuente en Europa entre neoliberalismo cosmopolita y proteccionismo identitario; y de paso, dejan en evidencia a una izquierda rezagada a la hora de elegir los marcos, las palabras, las metáforas y los símbolos con los que dirigirse a la sociedad. Una izquierda, tanto la de Benoît Hamon como la de Jean-Luc Mélenchon, que es audaz en los programas, pero cuyo mensaje está encapsulado en fórmulas y estilos antiguos fácilmente neutralizables y estigmatizables por sus adversarios.