En la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, que se celebró el 23 de abril, los que no votaron, votaron en blanco o anularon el voto fueron más que los que votaron a Emmanuel Macron, el candidato que llegó primero. Este último compite el domingo en el balotaje con Marine Le Pen —candidata de la ultraderecha nacionalista— habiendo obtenido 18,19% de los votos de los inscriptos. Mientras tanto, los que no optaron por nadie representan 24% de los anotados en las listas, aproximadamente.

No hay error en estos números. Lo que ocurre es que en Francia sólo se consideran los votos “expresados”: por eso se dijo que Macron obtuvo 24% y Le Pen, 21,3%. En realidad, esta última obtuvo 16,14% del total de votos posibles.

Esa es una de las muchas razones por las cuales cada vez más franceses sienten un poderoso hartazgo con su sistema político: a la hora de elegir entre un liberal y ex banquero que traicionó al partido que lo sacó del anonimato, y una nacionalista racista y peligrosa, ni siquiera la no-opción es una opción.

En este caso, se sabe que los que piensan en abstenerse son los que, si votaran por alguien con la nariz tapada, votarían por Macron, o —mejor dicho— en contra de Le Pen. En pocas palabras, es tal cual lo que dicen los que siembran miedo: votar en blanco favorece a Le Pen.

Ahora bien, esta realidad, esta “no-opción”, es un cuento viejo para los franceses. En 2002 ya pasaron por algo muy similar cuando el padre de Marine, Jean-Marie, enfrentó al entonces presidente saliente Jacques Chirac. Ante el peligro que todos vieron en Le Pen, Chirac ganó con más de 80% de los votos, cuando en primera vuelta sólo 13,75% de los electores le había dado su apoyo. Si se escuchan muchos llamados a abstenerse el domingo (los residentes en Uruguay votan hoy), es en parte porque Chirac gobernó en su segundo mandato como si todos los que quisieron evitar un gobierno de ultraderecha lo hubieran votado a él.

Macron está haciendo campaña en el mismo sentido que Chirac. Busca “el voto de adhesión” y tiene la esperanza de hacer creer que la mayoría de los electores lo quiere como presidente. Pero a esta hora sigue sin ser un hecho que vaya a convencer a los que están hartos al punto de pensar que, total, si gana Le Pen, quizá sirva para que se caiga el sistema y empezar de cero. Porque, sí, él pateó al partido que le dio un lugar como ministro en cuanto pudo crear su propia fuerza política, hace apenas un año. Pero viene de hacer carrera primero en el banco Rothschild y luego en el Partido Socialista francés (que ahora llama a votar por él); no es un perfil muy antisistema.

Mientras, el Partido Socialista francés ya casi no tiene a nadie de izquierda entre sus líderes, y su candidato, Benoît Hamon, representante de la minoría, lo sintió en carne propia: obtuvo 4,82% de votos de los inscriptos (6,36% de los emitidos). Ahí hay otro motivo de enojo: ya en primera vuelta, se pidió votar a Macron, porque supuestamente era el único candidato capaz de sumar votos de izquierda y derecha para “frenar” a Le Pen en la segunda vuelta.

En definitiva, volvemos a lo mismo: se vota “útil” o “en contra” y se generan frustraciones. Y ni siquiera el voto en blanco es una opción, porque es cierto que Macron, por terrible que parezca visto desde la izquierda, no piensa discriminar a los extranjeros ni aislar al país, como sí lo prevé hacer Marine Le Pen. Además, según el semanario Le Canard Enchaîné (que siempre está muy bien informado), la candidata tiene pensado disolver la Cámara de Diputados si no obtiene mayoría en las legislativas de junio, no sin antes reformar el sistema electoral, para poder alcanzar una mayoría.

En resumidas cuentas, el elector francés de izquierda tiene todas las de perder, sentirse frustrado y con ganas de tirar el voto por la ventana del cuarto secreto. Pero lo más probable es que no lo haga (no sólo porque no hay ventana), y lo que se viene en los próximos cinco años sea una presidencia de Macron muy movida: ya la denominaron la “tercera vuelta social”.

La realidad es que hay un movimiento de izquierda que sí cobra fuerza y que —quizá— logre llegar unido a las próximas presidenciales. Esto podría surgir en base al movimiento Los Insumisos, liderado por Jean-Luc Mélenchon. Recordemos que 14,84% de los inscriptos lo votaron en primera vuelta (lo que equivale a 19,58% de los que sí votaron) a pesar del “voto útil”.

Sin embargo, la cuestión está en que estas fuerzas de izquierda trabajen para lograr un cambio durante los próximos cinco años, en vez de encerrarse en su indignación pasajera frente a un sistema electoral y político que ha demostrado estar vencido y que no se va a poder derrocar en las urnas el domingo.