No es sencillo construir un mapa de las denominadas “teorías críticas”; no obstante, es posible analizar algunas tendencias, como su “norteamericanización”, la profesionalización de sus impulsores, el giro hacia la abstracción y el fin de la hegemonía marxista. Con la actual crisis del capitalismo, parecen más necesarios compromisos intelectuales más conectados con organizaciones políticas y sociales, basados en diagnósticos más precisos de las fuerzas en disputa.

Hoy en día, trazar mapas políticos es una actividad crucial, aunque muy difícil. Como señaló Fredric Jameson, un aspecto de la crisis de la izquierda, o más en general, de la crisis de la “historicidad”, radica en nuestra dificultad para “representar” o “totalizar” el presente, para comprender el período histórico en que nos encontramos, las escalas cambiantes de la política y las fuerzas sociales existentes. Como es bien sabido entre los estrategas militares, el mapeo es una condición de la estrategia, ya que no es posible un pensamiento estratégico sin buenos mapas. El estancamiento estratégico de la izquierda —por ejemplo, en Francia, desde donde escribo— es en parte consecuencia de la dificultad para trazar mapas precisos del campo de batalla y para entender la interacción de las fuerzas que operan en él: las fuerzas de la izquierda y las de la derecha.

El mapeo de ideas críticas es parte de este intento más general de esbozar mapas políticos. Se podría sostener que las ideas siempre han sido más importantes para la izquierda que para la derecha. El objetivo de la izquierda es quebrar el consenso existente, concebir ideas nuevas que sean el cimiento de nuevos mundos posibles. Es por eso que desde las primeras revoluciones modernas la izquierda se ha mantenido en un estado de permanente innovación intelectual. Por supuesto, esto no quiere decir que la derecha carezca de ideas. Obviamente, ha producido ideologías muy poderosas a lo largo de la historia contemporánea, de las cuales la última es el neoliberalismo. Pero cuando la derecha se encuentra en una situación de estancamiento intelectual, la mayoría de las veces puede recurrir al consenso existente y esperar tiempos mejores. La izquierda no puede hacer lo mismo, porque el consenso existente es casi siempre esencialmente conservador.

Entonces, la pregunta es: ¿en qué estado se encuentra hoy la izquierda desde el punto de vista intelectual? ¿Cuáles son sus principales ideas y en qué condiciones políticas y sociales se producen?

A partir del último tercio del siglo XX, digamos desde el final de los años 70, ha habido una clara aceleración de la globalización de las teorías críticas. Desde el siglo XIX hasta ese momento, eran principalmente elaboradas en Europa occidental y oriental. En el presente, por el contrario, se encuentran diseminadas por todo el planeta. Así, entre los pensadores más leídos y debatidos del presente, encontramos al peruano Aníbal Quijano, al esloveno Slavoj Žižek, al chino Wang Hui, a la india Gayatri Spivak, al japonés Koijin Karatani, al argentino-mexicano Néstor García Canclini, al argentino residente en Gran Bretaña Ernesto Laclau (fallecido en 2014), al camerunés Achille Mbembe, entre otros. Esta diversidad geográfica es sin duda una novedad en la historia de las teorías críticas.

La globalización de las teorías críticas está íntimamente conectada con su norteamericanización. La globalización y la norteamericanización, en otras palabras, son dos características interconectadas de las teorías críticas. Todos los pensadores que acabo de citar enseñan de forma habitual en universidades estadounidenses. Algunos han hecho toda su carrera académica allí, otros llegaron más recientemente. En todos los casos, el mundo académico ha sido un gran atractivo para ellos. Esto, por supuesto, tiene consecuencias importantes en términos del contenido de las teorías críticas que elaboran, y también desde el punto de vista de su relación con la política. La norteamericanización implica cierta homogeneidad intelectual, pero esa homogeneidad no es total. Las trayectorias personales de los pensadores críticos todavía importan.

Una tercera característica de las teorías críticas es la profesionalización, es decir, el hecho de que en la actualidad los pensadores críticos son casi exclusivamente académicos. Los periodistas, los líderes sindicales o partidarios o los guerrilleros, como el subcomandante Marcos, también producen teorías críticas. Pero en la mayoría de los casos, estas son elaboradas por profesores, y para ser más precisos, por profesores de humanidades. En el pasado se podían encontrar pensadores críticos con antecedentes en ciencias naturales, como Piotr Kropotkin, Anton Pannekoek o Amadeo Bordiga. Pero esto ya no sucede hoy, por causas que tienen que ver con la evolución de las ciencias naturales. La académica y ensayista Donna Haraway se graduó de bióloga, pero su caso es claramente una excepción.

Esta profesionalización de las teorías críticas tiene varias consecuencias. Primero, en parte explica la norteamericanización de estas teorías. El hecho de que los pensadores críticos sean en su mayoría académicos implica que están sujetos a las leyes que gobiernan el campo académico global. Este está dominado por las universidades estadounidenses, en términos de medios financieros y de influencia intelectual.

En segundo lugar, esta profesionalización representa una ruptura mayor con períodos anteriores de la historia de las teorías críticas, y en particular, con el marxismo clásico. Marx, Vladimir Lenin, León Trotski, Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci no eran académicos, eran líderes políticos y periodistas. Cuando enseñaban o escribían, lo que ocurría con frecuencia, lo hacían en escuelas partidarias y periódicos, y no en universidades y publicaciones académicas convencionales. Por supuesto, el hecho de que los pensadores críticos de la actualidad sean en su mayoría académicos tiene consecuencias importantes respecto de la forma en que se moldean sus ideas, de lenguaje conceptual que utilizan y, también, de su relación con la política.

Una cuarta característica de las teorías críticas es su creciente distancia con la política. Este rasgo se conecta con el anterior, dado que la lógica de la profesionalización ha desviado a estos pensadores del campo político. De hecho, este último y el campo intelectual se han separado cada vez más o se han vuelto cada vez más autónomos durante la segunda mitad del siglo XX.

Los marxistas clásicos eran líderes de organizaciones, eran estrategas políticos que enfrentaban problemas políticos reales. Estas dos características distintivas del marxismo clásico estaban interconectadas. Dado que eran líderes políticos, necesitaban conocimiento empírico del ambiente social en que operaban. Por otro lado, sus posiciones de liderazgo en el movimiento obrero les brindaban conocimiento de primera mano sobre el mundo social.

El marxismo occidental surge cuando estas dos características del marxismo clásico se diluyen. A mediados de la década de 1920, las organizaciones de la clase obrera son vencidas en la mayoría de los países europeos. Esta derrota histórica dio origen a una nueva relación entre los intelectuales marxistas y las organizaciones obreras. Aunque diferentes en muchos aspectos, los marxistas destacados del siguiente período histórico (de 1923 a 1968, digamos) —es decir, Theodor Adorno, Jean-Paul Sartre, Louis Althusser, Galvano Della Volpe, Herbert Marcuse, etc.— tienen características que son exactamente opuestas a las de los marxistas tradicionales. En primer lugar, ya no tienen vínculos orgánicos con las organizaciones obreras y, en particular, con los partidos comunistas; y por cierto, ya no ocupan posiciones de liderazgo.

Más aun, las ideas que elaboran los marxistas occidentales son abstractas. La abstracción es una característica central del marxismo occidental. Mientras que los marxistas tradicionales hacían una aproximación al mundo social de tipo empírico, los occidentales son en su mayor parte filósofos, con frecuencia especializados en epistemología y estética. Y como en el caso del marxismo clásico, las dos características de los marxistas occidentales están conectadas: el lenguaje abstracto en el que escriben tiene su origen en que cada vez están más alejados de las organizaciones de la clase obrera.

Por supuesto, no estoy diciendo que la abstracción sea necesariamente mala o sinónimo de derrota política. Existe lo que se podría llamar una “política (revolucionaria) de la abstracción”. Pero la abstracción es a veces un síntoma de la derrota. En resumen, una creciente separación entre la teoría y la práctica es algo característico del marxismo occidental.

La última característica de las teorías críticas contemporáneas que mencionaré es quizás la más importante. Es un hecho que el marxismo ya no es hegemónico entre las teorías críticas. Como teoría, hoy goza de buena salud. Se podría incluso sostener que nunca en su historia ha sido tan rico e interesante desde un punto de vista analítico, en particular en el mundo anglosajón, aunque no sólo allí. Autores como Robert Brenner, Giovanni Arrighi, Immanuel Wallerstein, David Harvey, Mike Davis, Leo Panitch, entre otros, han desarrollado perspectivas marxistas innovadoras en sus campos respectivos. En los últimos tiempos, el marxismo también pudo adoptar nuevos objetos, como la ecología. Así, el marxismo ecológico, con autores como John Bellamy Foster, Daniel Tanuro, Paul Burkett, Ted Benton o James O’Connor, es una de las áreas más creativas del marxismo. Esta capacidad de adaptarse a los desafíos intelectuales de una nueva época es quizás el principal criterio por el que se puede juzgar la vitalidad de una tradición intelectual, y creo que es evidente que el marxismo ha pasado el examen.

Sin embargo, aun si está en su etapa más interesante desde el punto de vista analítico, perdió su hegemonía sobre las teorías críticas, la clase obrera y los movimientos sociales en general. Desde fines del siglo XIX hasta la década de 1980, el marxismo fue el idioma principal en que se formuló la experiencia de la injusticia, no sólo en occidente, sino en muchas otras áreas del mundo. Hoy, por primera vez en su historia, los marxistas se han convertido en una minoría dentro de un conjunto amplio de teorías críticas en el que dominan las no marxistas. El idioma teórico dominante en este conjunto amplio es el posestructuralismo, que se puede encontrar, por ejemplo, en los estudios poscoloniales y culturales.

Una hipótesis que se puede formular es que la actual crisis económica, que es orgánica del sistema en su totalidad, va a cambiar las relaciones intelectuales de fuerza dentro del campo de las teorías críticas. El marxismo es una teoría de la crisis par excellence, mientras que las teorías críticas no marxistas, como el posestructuralismo, la filosofía de Jacques Rancière o la teoría del reconocimiento de Axel Honneth, tuvieron poco que decir sobre la crisis. Por lo tanto, luego de un paréntesis posmarxista, es posible —y deseable, en mi opinión— que regrese el marxismo en formas más clásicas.

Esta es una versión resumida de un artículo del autor publicado en la revista Nueva Sociedad.