El brunch es, en rigor, un invento sureño (no de este hemisferio, eso sí). Nació en Nueva Orleans a fines del siglo XIX y sigue siendo una excusa de trasnochadores o insaciables del desliz gastronómico de fin de semana. Esos que quieren todo, lo dulce y lo salado, el desayuno y el almuerzo, sin que falte el toque de coctelería. Contraindicado para madrugadores y desestimado por los ansiosos, se viene imponiendo en la oferta gastronómica de la capital.

Keep calm en La tienda de Chela (14 de Julio 1357 y Haedo): esa es la consigna. Ir probando sin apuro sus panes de queso, tostadas y escones, salsas, mermeladas, todo casero. También hay tartas, ensaladas, legumbres, sopas, postres con chocolate, dulce de leche, frutas, yogur, jugo de naranja, tragos. “Cocinamos con cariño, con los productos que están en época, sin estructurarnos”, resumen las responsables del festín que se sirve todos los sábados a partir de las 12.00 y hasta las 18.00, Nuria Ferro, Roxana Lorda y Maite Artagaveytia. No es menor que la cosa suceda cerca de una estufa a leña. El ticket de $ 480 incluye una pasada por la mesa de salados y otra por lo dulce, además de un vaso de jugo de naranja y café o cortado, y por un total de $ 590 se suma una opción caliente.

• Los que vayan hasta Bräwn, bar de cervezas, en horario diurno, se toparán con el servicio de Oslo Brunch Natural, que dejó de ser itinerante para instalarse en la vidriada esquina de Acevedo Díaz 1156 y Canelones. El retrato de Roald Amundsen, explorador de las regiones polares, corona el montaje de comidas calóricas y frescas, orgánicas, de inspiración nórdica, que conduce Federico Aldabe (también le pone onda a los jueves y viernes de 9.00 a 18.00). Sábados y domingos hay grØt, es decir, avena con frutos secos, arándanos, miel y demás, hay porotos guisados, hay ensaladas y sandwiches de distintos quesos y —esto es un brunch, remember— huevos florentinos o huevos, infaltables, en otros formatos. Puede que el chef se entretenga contando alguna anécdota familiar relacionada con el mar, puede que ofrezca más jugo de guayabo u otra porción de kladdakaka (torta húmeda de chocolate), y lo seguro es que todos pidan que repita esas cacofónicas dulzuras.

El ticket base cuesta $ 450 los sábados y $ 500 los domingos, y con él se accede a distintas opciones en pasos, que se pueden saltear o repetir.

• Raro que no sea un perro o un gato quien reciba en Cebollatí 1326, nombre del local y ubicación exacta del servicio que comanda desde la barra Martín Sanjinés. El ambiente es así de distendido, pero la atención no deja de ser efectiva en idéntico espacio donde estuvo la tienda Mutate. Mediante el pago de un ticket con o sin alcohol se accede desde al agua saborizada (más de una opción) hasta a un buffet de fríos, platos calientes, mesa de postres y café de origen. El sitio abre más tranquilamente de jueves a domingos para “desayunos y almuerzos saludables”, pero el brunch de sábados y domingos de 12.00 a 17.00 es un dato que se extiende hasta los hoteles de la zona. Han llegado a poner turnos. De allí que lo más cauto sea ir lo más temprano que la voluntad disponga, además de conseguir sitio entre las pocas mesas rodeadas de objetos de anacrónica sintonía, llegar a probar el paté, los panificados caseros, el cus-cús, los vegetales asados, los huevos poché, las sopas terminadas con zest de lima, las torrejas con miel. En la educada cola para llenar el plato se escucha más de un acento extranjero junto al ajó de un bebé, y por qué no, se encuentra uno al chef de otro restaurante dispuesto a disfrutar. No será el callejón empedrado lo único que los lleva hasta ahí.