El disparador de la historia es el regalo que Nicolás recibió de su abuelo por su décimo cumpleaños: un cuaderno. Enigmático presente, que deberá aquilatar para entender y disfrutar en grande, después de un período de decantación en el que “estuvo juntando polvo entre los libros durante un tiempo”. Después de algún que otro cumpleaños caótico de Nicolás y sus dos hermanos —los tres cumplen el mismo día—, el abuelo decidió hacerles “un regalo para adentro”, vinculado con algo que intuía que se conectaría con los intereses de sus nietos.

En ese reparto de objetos únicos e individuales, a Rolo, el hermano mayor, le tocó en suerte una armónica, y a Andrés, el menor, un microscopio. Por su parte, el cuaderno que recibió Nicolás, que el abuelo definió como “un diario ínfimo”, se convertiría en el soporte tanto de los acontecimientos de su vida como de las historias que surgían de su imaginación. “Con el tiempo, descubrí que todo aquello que quería decir, pero que iba a terminar en un lío, era mejor escribirlo en este cuaderno, así que hice de mi diario ínfimo también un diario íntimo. Y aquí estoy”, anota el protagonista en las primeras páginas, y comienza un relato en el que su familia, compañeros de escuela y vecinos son mirados desde su peculiar perspectiva, compuesta por iguales dosis de humor y de asombro, con una dosis justa de ironía.

El diario ínfimo de Nicolás es un libro sobre la escritura en manos de un niño. Recibir el regalo de cumpleaños de su abuelo, ese conjunto de hojas en blanco que al mismo tiempo invitan e interrogan, oficia como una suerte de investidura del héroe: poseedor de su diario ínfimo/ íntimo, Nicolás se convierte en escritor y desde ese lugar observa su entorno. En esa acción de registrar en el papel se evidencia el disfrute que progresivamente encuentra en la escritura, que aparece al principio como una mezcla de compromiso —hacerle los honores al regalo del abuelo— y exploración —tratar de responderse el porqué de semejante elección—, y va adquiriendo mayor relevancia en la medida en que el cuaderno evidencia su potencial de receptáculo de secretos y de infinidad de mundos posibles.

El libro se estructura en dos tipos de textos: los propiamente de diario íntimo, en los que Nicolás escribe sobre su vida cotidiana y algunos acontecimientos que vertebran la narración; y seis cuentos en los que reinterpreta su entorno en un universo ficcional, en los que la fantasía se desenfrena. Uno de los puntos altos es esa mirada medio irónica, medio inocente, del niño; un niño en particular, especial, que no es un estereotipo. La perspectiva de Nicolás es la de un cronista que da cuenta de lo que ocurre a su alrededor, y lo hace con un humor por momentos desopilante, desde una mirada burlona que no deja títere con cabeza. Y, por supuesto, él es el que sale bien parado: su hermano mayor es un orangután, el menor es una cucaracha y él, “el torvosaurus más grande e inteligente que dio la naturaleza”. Y, claro, a medida que pasa las páginas, el lector se convence de que la intuición del abuelo no podría haber sido más aguda.

La lectura es muy disfrutable y son un acierto tanto las excelentes ilustraciones de Leo Silva como el diseño gráfico, que define de manera precisa los dos planos de narración. Además, es un libro en el que lo lingüístico es un goce, ya que se manejan los distintos registros con solvencia, no se hacen concesiones desde una perspectiva de subestimar al lector, y se evidencia una atención particular por una escritura cuidadosa. Si hago el intento imposible de ponerme en la piel de un niño de diez años, creo que no podría parar de leerlo (y de reírme, por momentos).

El diario ínfimo de Nicolás, de Horacio Cavallo, con ilustraciones de Leo Silva. Montena, Montevideo, 2017. 166 páginas.