Sabores distintos, grapamiel casera, gin tonic, buena música, cocina a la vista y azulejos de colores. Todo esto en un pequeño local. Un lugar de morondanga, podríamos decir, como su nombre, pero lo que tiene de pequeño lo tiene de encantador. Cuatro amigos que comparten más de diez años de trabajo se unieron en este proyecto que va creciendo en el boca a boca. Anteriormente, Manuel González Arnao, Santiago Perdomo, Diego Fernández y Alfonso Cretenze estuvieron en la cocina de El Mingus y algunos de ellos habían hecho temporada en Petisco, en La Pedrera.

La esquinita fue bautizada por Martina, su anterior dueña, quien servía almuerzos a diario y esporádicamente abría en las noches. El actual Demorondanga conserva la originalidad y el cuidado de cada plato. La propuesta es simple y sin pretensiones: una hermosa barra y algunas mesas altas, cerveza artesanal, vinos locales y la carta escrita en un pizarrón. La idea es que los comensales prueben varias tapas. Si bien el formato nos puede llevar a pensar en la cocina española, la apuesta de estos jóvenes chefs está en los ingredientes locales. Un ojo de bife que se corta a tenedor, los hongos rellenos dulces y picantes a la vez, la brótola fresca, las mollejas crocantes. Elaborados ahí, en el momento y a la vista. De postre, se puede probar desde una mousse que combina chocolate y palta, hasta unos boniatos en almíbar con helado de crema, y son un buen complemento para el tapeo inicial.

El lugar tiene un no sé qué. Pasar por la vereda y cruzarse con los ventanales abiertos invita a entrar. Puede ser el ambiente relajado, el clima generado por la atención de sus propios dueños o los olores que llegan desde la cocina.

Su apuesta fuerte es a comer rico a precios razonables, e invita a esquivar la pizza y la empanada. El lugar, que comenzó caracterizándose por atraer a un público joven, hoy recibe una mezcla de edades de gente dispuesta a salir del clásico formato de restaurante, donde uno se sienta cómodamente a disfrutar de un amplio y variado menú. Saben que eso no lo van a encontrar aquí. Aunque es chico, siempre hay lugar para uno más, para tomar y probar algo, aunque sea de parado.

Demorondanga queda en la esquina sur de Mario Cassinoni y Charrúa y abre de martes a domingo desde las 19.30 hasta la 1.00. Los precios de las tapas van de $ 80 a $ 220. La medida de grapamiel casera, realizada en El Mingus (San Salvador y Jackson), cuesta $ 50, y un gin tonic bien servido, $ 200.