En enero los habían invitado a tocar juntos en Medio y Medio Club de Jazz, en Punta Ballena, y enseguida decidieron que el asunto no tenía que quedar en una juntada veraniega. Sienten que la unión produce una cosa distinta a ambos, quizá porque individualmente cultivan una música difícil de colocar en las góndolas del supermercado de los géneros. Hace pocas semanas, el flamante dúo Cabrera-Buscaglia realizó una minigira por Argentina, y el jueves se presenta por primera vez en Montevideo, en el teatro El Galpón.

En este espectáculo ambos tocan con guitarra eléctrica. ¿Trabajaron mucho los arreglos o dejan que fluya?

Fernando Cabrera (FC): Cuando nos juntamos las primeras veces, empezamos a repartir, diagramar y pensar en cada tema. Tenemos formas distintas de tocar la guitarra, pero muy complementarias. No hay mucho misterio. Dos músicos que ya tienen algo más o menos desarrollado se juntan y, si hay un enganche inmediato, todo va a salir bien; es natural.

Martín Buscaglia (MB): La música lo piensa por vos. No es que agarrás una servilleta y escribís “estos temas míos le van a quedar bien a él”; naturalmente vas mostrando cosas. Y también es muy relativo, porque podés vernos como muy diferentes o muy parecidos. Los dos somos uruguayos y tenemos muchas influencias en común, sólo que cada uno tiene sus propias herramientas. Los dos tocamos la viola de un modo singular y eso también es bastante uruguayo. Lo mismo con el canto. Porque, excepto Rada, no se me ocurre un cantante varón que tenga una voz... Entonces, en eso también nos parecemos. No porque cantemos igual, sino porque cada uno se maneja con lo que tiene.

¿Cómo fue la elección del repertorio? ¿Le comentaste a Fernando que querías hacer algún tema particular de él?

MB: El único que le dije me lo negó. “La logia”, mi tema preferido de Fernando Cabrera.

FC: Por ahora, por ahora... Yo elegí también en función de mi comodidad, a la hora de ver qué hago, qué toco y cómo canto. Hay temas de él ―y también pasa con mi repertorio― que son más bien para ser tocados con otros instrumentos y otra energía. Martín tiene una zona cercana al funk y no es fácil trasladar eso a un formato como el nuestro.

MB: Pero cuando tocamos “Chúpame la mente, cable” es uno de mis momentos predilectos del show. Lo que más disfruto de este dúo es el ensamble de las guitarras. Porque a los dos nos pasa que tocamos con banda o solos, y cuando tocás con banda, acotás el despliegue de cosas y los matices que pueden aflorar. Y tocar con eléctrica fue una idea de él, que estuvo buenísima, porque es súper dúctil. En apariencia te puede parecer un instrumento más frío, pero es al revés, tenés mil matices. Se diferencian mucho más dos eléctricas que dos criollas. Fernando toca con la Strato y yo con una Danelectro, medio vintage. Él toca con su sonido más mojado y etéreo, con chorus, y yo súper comprimido, más funkero.

Viéndolo desde afuera, me pregunto cómo hacen para mantener el ritmo sin una batería atrás. ¿No la necesitan a veces?

FC: El ritmo no precisa necesariamente la batería para estar, porque ritmo hay en todas las cosas. Un pájaro cantando tiene ritmo, y una sinfónica, que capaz que no tiene percusión, tiene bruto ritmo. Nosotros somos muy rítmicos, en la manera de tocar la guitarra y también en la voz, aunque parezca mentira.

MB: Fernando toca de un modo cada vez más minimal, y hay alguna gente a la que le parece raro. Me comentaron: “Pah, ¿vas a tocar con Fernando? ¿Y cómo vas a hacer?”. Pero no es raro, toca todo en el groove, tiene la mano derecha impecable y elige qué notas suenan. Eso es de la escuela mateística, entre otras, pero es uruguaya.

FC: Mirá, este muchacho [por quien firma esta nota] es fanático de los Rolling Stones. Y para mí ellos tienen una virtud que justamente es el diálogo entre los dos guitarristas, que es muy peculiar. Los dos no tocan “changa, changa” todo el tiempo, sino que entretejen. Ahí hay una lección que generalmente pocos mencionan, que es la maestría con que dos tipos se orquestan, dejando espacios, no siendo egoístas y combinando los timbres. También pasaba antes, cuando estaban Mick Taylor y Brian Jones. Ese concepto de diálogo entre los dos instrumentos, que es fundamentalmente de Keith Richards, es brillante, una gran escuela. Nosotros, de algún modo, tenemos un diálogo similar entre las dos guitarras y también en las voces.

¿Qué aprendiste tocando con Martín?

FC: Libertad y desparpajo, las virtudes que él tiene. Es bastante descontraido, y yo no soy tan así. Por eso me hace bien juntarme con gente como él.

Antes de empezar la entrevista estaban hablando de música. ¿Cuando se juntan a ensayar se cuelgan a escuchar algo?

MB: No específicamente, pero me acuerdo que hace poco estuvimos hablando sobre Atahualpa Yupanqui, y en casa una vez le mostré a Sister Nancy, una que hace un reggae-dub increíble. Y me acuerdo de que Fernando me dijo que habría que hacer unos cursos de esos, porque a los músicos se les enseña a tocar pero nunca a no tocar, que también es parte fundamental de la música.

¿Cómo escuchan música ahora?

FC: Yo hace ya muchos años que no elijo, sino que escucho lo que me caiga. Estás perdiendo el tiempo en Facebook, justo un amigo pone algo, y cuando termina el video aparecen cuatro más, y bueno, sigo. Entonces, capaz que estoy dos horas escuchando música, pero totalmente random.

¿Así no se pierde la esencia de escuchar un disco entero?

MB: Sin duda, es una lástima total, una pena.

FC: Pero por más que nos apene, es una realidad: ha cambiado el tiempo de percepción que el ser humano le destina a algo. Yo me acuerdo de pasar tardes enteras con amigos, en mi adolescencia, escuchando varias veces el mismo disco. Por ejemplo, cuando acababa de salir Abbey Road [The Beatles, 1969], yo tenía 13 años y nos pasamos un sábado entero escuchándolo.

MB: Yo todavía curto mucho el vinilo, voy a Tristán Narvaja, y lo bueno que tiene para mí es justamente la restricción, que es como un dogma. Tengo que darlo vuelta, no puedo divagarme porque la púa queda rebotando, y eso te ayuda.

Capaz que hoy no salen discos como Abbey Road, que valgan la pena escuchar varias veces seguidas...

MB: ¿Será así? O capaz que antes salían diez Abbey Road por año, dentro de 10.000 discos, y ahora salen diez dentro de diez millones. Entonces, navegás en un cardumen que es mucho más agotador. Quizá pensar que todo tiempo pasado fue mejor es un signo de decrepitud. El tema es que te agota escarbar, porque antes ibas en la nada del desierto y a lo lejos veías un oasis que era Abbey Road, y ahora vas por un mundo de espejismos y tenés que ver cuál es cuál.

¿Cómo ven la “canción uruguaya” hoy?

FC: Creo que ahora hay una buena cosa... [a MB] ¿Vos sos indie?

MB: En Uruguay todo es indie.

Me gusta que hagan la entrevista entre ustedes.

FC: Porque si sos indie, viste que parece que no importara mucho la música que hacés; si sos indie, te alcanza. Está buena esa categorización. Si me preguntan, voy a decir que soy indie.

MB: Pero vos sacás los discos por [el sello] Ayuí, eso es lo más indie que hay.

Se supone que como periodista debería saberlo, pero no me queda claro qué es el indie.

FC: Pero se usa, yo lo leo en la prensa, en los que escriben sobre música. Hasta tiene premiación.

MB: Sí, en los Graffiti. El que me llama la atención es el premio a la música de inspiración religiosa. Yo soy fetichista de eso, tengo mucha música religiosa blanca, me copa mucho. La negra es más fácil que te guste, porque está buenísima, ¿cómo no te va gustar eso? Pero es curioso, porque es un premio a una música no por su género sino por lo que la inspira. Habría que hacer unos premios todos así: canciones inspiradas por el amor, la guerra...

¿Para vos donde está la inspiración al componer?

MB: En cualquier cosa. Te podés emocionar con un escarabajo pisado en la calle. Si sos músico, todo el tiempo sos permeable a que algo encienda un tema. Si fueras diseñador de acueductos en el desierto, verías el mundo en forma tubular y te relacionarías por un tubo. La canción –para mí, al menos– debe tener una pizca de algo epifánico, pero para eso no necesitás irte abajo de un árbol y comer hongos. Podés estar en crocs, en jogging, mirando Tinelli, y que se te ocurra un tema. Últimamente compongo cantando por la calle: las melodías son mucho más simples que las que haría con las manos.

FC: Últimamente, empecé a componer arrancando por la melodía, al revés que toda mi vida.

¿No les pasa de pensar “esta melodía es parecida a una que ya hice”?

FC: Sí, por supuesto. Cada uno tiene su estilo. Bach y Piazzolla también se repetían. Tenés un caudal equis de ideas novedosas, y luego por convicción –no porque te distraigas–, volvés a usar tal herramienta porque te gusta. Te gusta cantar esas dos notas combinadas, entonces, las volvés a hacer más adelante. No veo que tenga nada de malo, salvo que seas un ladrón. No me refiero a eso. Yo hice 300 canciones, obvio que me tengo que repetir en alguna, porque también se te acaban.

¿Cuál es tu disco preferido de Fernando?

MB: El viento en la cara [1984]. Me gusta porque en ese primer disco solista está todo lo que es él.

FC: Es cierto, está todo.

Jueves 10 de agosto en la Sala Campodónico del teatro El Galpón (18 de Julio 1618 y Tacuarembó). Entradas a $ 800, $ 650 y laterales (con 2 x 1 para suscriptores de la diaria) a $ 450.