El gobierno del estado de Virginia, en Estados Unidos, declaró el estado de emergencia el sábado y movilizó a la Guardia Nacional, el cuerpo militar en la reserva. Ese día, los disturbios en la ciudad de Charlottesville dejaron tres muertos y 34 heridos.

Charlottesville es una pequeña localidad de unos 45.000 habitantes –a unos 200 kilómetros de Washington DC– cuyo gobierno decidió quitar del Parque de la Emancipación la estatua de Robert E Lee, un personaje polémico en la historia de Estados Unidos. Como general de los ejércitos de la Confederación durante la Guerra de Secesión (1861-1865), fue un líder del bando que defendía el esclavismo, pese a que apoyó el plan de abolición de la esclavitud de 1864. Lo que sí parece gozar de consenso sobre Lee es su imagen de prototipo de caballero sureño de honor.

A pesar de que la decisión del gobierno local de Charlottesville de retirar la estatua del general Lee está todavía pendiente de ser aprobada por el Poder Judicial, grupos de supremacistas blancos, integrantes del Ku Klux Klan y neonazis acudieron a la ciudad para convocar a una marcha de protesta contra la retirada de la estatua bajo el lema “Unir a la derecha”. La marcha fue declarada ilegal, pero aun así los grupos racistas se concentraron y se encontraron con contramanifestantes antifascistas y antirracistas, como los activistas del movimiento Black Lives Matters (Las Vidas Negras Importan).

En medio de este clima, las protestas se transformaron rápidamente en disturbios violentos, que tuvieron entre sus episodios el atropello que cometió un joven supremacista de 20 años. Imitando los atentados del grupo yihadista Estado Islámico, el conductor James Alex Fields embistió a una multitud con su auto. Mató así a una contramanifestante de 32 años e hirió a otras 19. Otras dos personas murieron a raíz de un accidente de helicóptero, lejos del lugar de los hechos, pero movilizado para participar en el operativo de seguridad.

El presidente Donald Trump se mostró ambiguo respecto de los disturbios y condenó la violencia desatada de manera genérica: “Condenamos en los más fuertes términos posibles este flagrante despliegue de odio, fanatismo y violencia de muchos lados, de muchos lados”. Le llovieron las críticas al presidente por parte de las autoridades locales. El alcalde demócrata de Charlottesville, Mike Signer, criticó la ambigüedad del presidente y calificó de “acto de terrorismo” el suceso del atropello, ya que “se usó un coche como arma”, dijo a la cadena NBC. Después centró sus críticas en Trump; dijo que le “corresponde al presidente” decir “que ya basta”. Como muestra de lo que a su juicio representaba una evidente conexión entre Trump y los movimientos racistas organizados, concluyó: “Miren la campaña electoral que llevó a cabo”.

Más críticas a los disturbios raciales y a la actitud del presidente llegaron desde las filas republicanas y demócratas. “Es muy importante para la nación oír al presidente describir los acontecimientos como lo que son, un ataque terrorista por parte de los supremacistas blancos”, escribió en su cuenta de Twitter Marco Rubio, que fue uno de los adversarios de Trump durante las primarias. El fiscal general, Jeff Sessions, conservador convencido y acusado de racismo anteriormente, dijo que los “hechos de intolerancia racial y odio” traicionan valores fundamentales de la nación y “no pueden ser tolerados”. El senador Bernie Sanders también se pronunció al respecto; calificó la manifestación de supremacistas blancos como “una muestra rechazable de racismo y odio que no tiene cabida en nuestra sociedad”.

Ante el aluvión de críticas por la ambigüedad mostrada por el presidente, su hija Ivanka Trump se vio obligada a condenar directamente las asociaciones racistas, y la propia Casa Blanca tuvo que sacar un comunicado en el que expresaba que el presidente dijo “con mucha contundencia que condena todas las muestras de violencia, fanatismo y odio. Y, por supuesto, eso incluye supremacistas blancos, el Ku Klux Klan, neonazis y todos los grupos extremistas”.

En los hechos de Charlottesville estuvo presente David Duke, un ex líder del Ku Klux Klan que se destacó por apoyar la campaña de Trump, sobre todo por su cruzada contra lo políticamente correcto y la inmigración. Duke declaró a la prensa que quien acudió a la protesta lo hizo para “cumplir las promesas de Donald Trump” de “recuperar nuestro país”. En su cuenta de Twitter le recordó a Trump que fueron los “estadounidenses blancos” los que lo llevaron a ganar las elecciones, “no radicales izquierdistas”.