Una vez más algunas voces escandalizadas se levantan contra un material que habla de sexualidad y está dirigida a educadores, en los últimos cinco años esto ha sido una constante. Realmente parece que hubiera algunos problemas estructurales, de esos problemas estructurales que habitan, precisamente en la “habitación”. El orden público se ajusta en el espacio privado.

Todos los materiales han sido planificados, elaborados y distribuidos con organismos públicos o privados que están trabajando desde un enfoque de igualdad de derechos entre las personas, sabiendo que el cambio cultural, en las representaciones sociales y en los discursos es sustancial para pensar en un futuro igualitario. A su vez, la educación formal es un eje prioritario en este proceso. No es aleatorio que la mayoría de los que salen con la lanza contra este tipo de proyectos sean portavoces de agentes privilegiados de nuestra sociedad, por razones de género, étnicas, generacionales u otras.

El cambio social tiene como principal territorio de disputa los cuerpos, los cuerpos subordinados, los de las mujeres, los cuerpos de niños, los otros cuerpos, cuerpos a educar, a machucar, a penetrar, e inclusive los cuerpos privilegiados, cuerpos disciplinados, que se esconden, cuerpos violentos sobre cuerpos violentados.

Proponer una educación que incluya la sexualidad es interpelar el sistema todo, ya que la educación es un espejo de futuro. Que los escolares aprendan a vivir su cuerpo y el de los que lo rodean con la intensidad del reconocimiento, de la diversidad, del respeto, de la autonomía, es pensar personas cuyo placer no dependa solamente de sus “éxitos” materiales, es pensar en seres que se acepten y acepten a otros. Todavía hay muchos que no saben que cuando hablamos de sexualidad no hablamos de acto sexual (con toda la carga violenta y performativa que tiene esa frase hecha), cuando hablamos de sexualidad hablamos de sentir, de comunicarnos placenteramente con nuestro cuerpo, eso incluye el ansiado abrazo de un amigo, el olor de nuestro hijo cuando duerme, y esa caricia en el pelo que alguna de nuestras tías viejas nos hace al pasar. Y sí, también incluye la seducción, el conocimiento de nuestras zonas erógenas y las de otros, para que podamos vivir placenteramente el cuerpo de alguien más desde la deliciosa experiencia de un encuentro sexual consentido y libre. Conocer la potencialidad de nuestros cuerpos es conocer, para cuidar, la única herramienta que nos hace en sociedad; conocer, para cuidar, el cuerpo de los otros es una propuesta subversiva.

Algunos dicen, como si hubieran descubierto la pólvora, que hay una ideología impregnada en estos materiales, sin duda, como todo material intelectual, y particularmente el que se elabora con fines didácticos. Podemos recorrer materiales en la historia de nuestra educación “laica y vareliana” en los que se derraman ideologías conservadoras y, por supuesto, en los que se identifica una ideología de género patriarcal, jerarquizando lo asociado a lo masculino. No existe la neutralidad, los textos hablan por lo que dicen, pero también por lo que no está escrito; los textos tienen palabras y silencios, elocuentes silencios. Por dar un ejemplo, cuando los materiales pretendidamente neutros, hablan de “familia”, simbolizando un tipo de familia biparental con hijos/as de ambos padres, estamos ante un texto que se refiere a menos de un 30% del total de las familias de nuestro pequeño y diverso, muy diverso país. Que significa eso?, que la situación de la mayoría de los niños que aprenderán con ese material es de “anormalidad”, el material que no solo no los incluye, si no que los excluye. Se enseña entonces la inalcanzable fantasía de normalidad que lleva a caminar los caminos de subordinación de quienes no son lo que “está bien”.

Asimismo, el silencio sobre la experiencia vital de ser con otros, es un silencio que avala todo lo que sucede en los espacios no puestos en palabras, aquello de lo que no se habla, es justamente el rincón oscuro de una sociedad fetiche. Inocula una idea de normalidad, de naturalidad en la que los peores abusos son silenciados. No hay que olvidar las barbaridades que han salido a la luz en el marco de una educación en valores. Quienes temen la perversión de la gente pequeña la están valorando desde sus propias perversiones, están programando con sus reprimidas fantasías, la de niños que están aprehendiendo una realidad, que esperamos sea mejor.

Nos encontramos enfrentando a una herramienta de dominación contundente: la reproducción de algunos valores que persisten en los sistemas formales de educación. Podríamos caer en un diagnóstico superficial y decir que es pacatería, pero sería una ingenuidad imperdonable: no se trata de mojigatez, ni de tabúes, se trata de mantener las asimetrías, de sostener el relato fetiche que sujeta las mentes y los cuerpos en el orden establecido.

Nohelia Millán