“Prefiero ser cheto que popular”

Foto del artículo 'Gays y derecha'

Hasta 2013 Pedro Píter Robledo era un militante de la juventud PRO, estudiante de Derecho en la Universidad de Buenos Aires y ferviente seguidor de quien luego sería el presidente argentino, Mauricio Macri. Era uno de diez hermanos nacido y criado en el seno de una familia del Opus Dei, y vivía en el acomodado barrio de San Isidro.

Esto cambió cuando en una fiesta privada en la que estaba con su novio de entonces un grupo de jóvenes le pegó al grito de: “El Papa es argentino, no pueden haber putos argentinos”. El hecho le dio un destaque mediático que el pibe promesa del PRO supo aprovechar. Tanto, que hasta la entonces presidenta Cristina Fernández, parada muy de la vereda de enfrente de las ideas de Píter, lo invitó a charlar. Entonces entendió que le convenía tener a mano una buena frase polémica:

Me gustaría ser el primer presidente gay argentino.

La pronunció en una entrevista con Agenda Social TV, en la que, además de expresar su deseo de ocupar el sillón de Rivadavia, contó que hasta los 18 había creído que “la homosexualidad era un pecado y un crimen”. Él, que jugaba al rugby y tuvo tres novias, explica que salir del closet en su contexto familiar y político fue muy duro. Así que, unos meses antes de la agresión, decidió contarle la novedad a la matriarca a través de un mail mientras vacacionaba con su novio en Nueva York. Y aunque ella no se lo tomó muy bien al principio, la firma materna tatuada en el antebrazo de Píter demuestra que hoy están bien.

Para él la izquierda y la derecha son conceptos viejos, anacrónicos. “Prefiero ser un cheto y no un popular que la mira desde Puerto Madero”, le decía a revista Playboy hace unos meses, en una entrevista con Hernán Panessi. Robledo considera al PRO un espacio progresista. El año pasado le comentaba al medio digital politicargentina.com que “uno no puede negar que nuestra historia política nació como una fuerza de derecha conservadora. Ahora, me parece que la batalla más linda que hemos dado muchos jóvenes en nuestro partido fue haber podido torcer ese timón”.

Mientras que Píter lanza estas ideas frescas, la que parece difícil de timonear es la vicepresidenta argentina y dirigente del partido PRO, Gabriela Michetti, quien estuvo ausente durante la votación de la Ley de Identidad de Género y votó en contra del matrimonio igualitario. “No voté la ley de matrimonio igualitario porque me hacía ruido, pensé en los hijos que podían adoptar”, dijo en su momento.

Peter Robledo. Foto: Sub Coop

Peter Robledo. Foto: Sub Coop

Actualmente, Píter es subsecretario nacional de Juventud PRO y coordina el plan Acá Estamos, que busca brindar recursos educativos y laborales en los barrios más bajos en recursos del conurbano bonaerense. “Ellos usaban dinero del Estado para hacer política partidaria”, dice, acusando de clientelismo a la gestión anterior. Cuando el diario La Nación explicó que los empleados de Acá Estamos cobraban un sueldo para visitar a los vecinos y atender sus necesidades, Cristina Fernández tuiteó que eran “militancia rentada”. La respuesta de Robledo fue en video: “Nosotros, Cristina, usamos pecheras para identificarnos como integrantes del Gobierno, porque nosotros alcanzamos a la gente recursos del Estado”, mientras en el graph decía “integrantes del Estado”: la diferencia Estado-Gobierno parece no estar tan clara.

Es que ahora Robledo pasea su elegancia de yuppie filantrópico por los barrios más carenciados, donde el voto al peronismo, el partido rival, es fuerte. En su despacho, una foto de Evita y otra de él con Macri hablan de la versatilidad política del muchacho que hasta invitó a un partido neonazi a la Casa Rosada. “¿Cómo, cómo, cómo?”, pensará quien lea esto. Tranquilos. Fue un error de la gente de recepción que los dejó pasar porque se anunciaron como un partido vecinal, aclaró el subsecretario.

“Yo también fui a marchas y nunca quise romper el espacio público. Nunca traté de romper la Catedral, ni traté de romper el Obelisco. Si una manifestación puede servir de excusa para cagarme en todo, eso yo tampoco lo quiero para mi país”, dice en una entrevista. Hoy, en Argentina, si alguien escribe en una pared “Basta de Femicidios”, la mitad de la población piensa en políticas al Estado y la otra llora por las paredes afectadas.

“Es como la marcha del orgullo LGBT. Si vos en el discurso tenés a una persona que de 30 minutos usa 25 para hablar mal de Macri, es la marcha contra Macri. Yo estuve en la Marcha del Orgullo de Madrid, que me invitaron, donde todos estaban de acuerdo en celebrar la diversidad de ideas”, explicaba Robledo. Fue en agosto; en noviembre nos enteramos de que el Gobierno Nacional negaría los fondos para el escenario de la Marcha del Orgullo 2017. ¿La cara gay del PRO salió a reclamar por la celebración del orgullo, que lejos de ser un banal desfile, es una reivindicación de nuestras identidades ante tanto odio recibido? No.

Robledo podrá no decirse de derecha, pero a la izquierda no llega ni dando la vuelta al mundo para aparecer del otro lado. En todo caso, que el viaje no lo lleve por Cuba, de donde lo deportaron en 2013 acusado de intentar un atentado terrorista: “Lloré muchísmo por la impotencia de sentir la falta de libertad. En la verdadera Cuba, que no es la de los habanos y el ron que vemos los turistas, se siente claustrofobia”, dice por radio un político que tal vez no conozca la claustrofobia que siente una travesti en la Buenos Aires lejana a los bares y hoteles “gay friendly”.

Pero, ¿cómo plantearle la cuestión a un político que se dice progresista pero que cuando habla hace resonar grietas? Por ejemplo, la vez en que se refirió a la marihuana y dijo que “una cosa es el fin recreativo donde [es usuario] un pibe o piba que tiene una condición de clase media, que tiene un laburo, que puede ir a la escuela o a la facultad, y otra cosa es lo que pasa en barrios de extrema vulnerabilidad”, por lo que en esas condiciones de precariedad al fumar marihuana y no tener un proyecto, “podés entrar en un camino que es peligroso para la salud y el espíritu”.

El espíritu que no le preocupa tanto es el de los más de 25 empleados que despidió el Ministerio de Desarrollo Social cuando asumió. Meses antes de que terminaran sus contratos, el secretario de la juventud dijo que no quería que la subsecretaría se convirtiera en un local partidario de La Cámpora (la juventud kirchnerista) ni del PRO. Luego de los despidos, y en medio de polémicas por las altas cifras de su sueldo, incorporó militantes y simpatizantes del PRO. Y claro, de nuevo fue el eje de la polémica.

Hay temas sobre los que Robledo no se pronuncia. Es el caso del protocolo emitido por el Ministerio de Seguridad que explica cómo deberán actuar las fuerzas de seguridad al momento de detener personas LGBT+. Él, que alguna vez fue coordinador de diversidad de la Fundación Pensar, usina de ideas del macrismo, dejó a varios a la espera de sus declaraciones.

Tal vez Píter siga pensando que #MauricioEsRevolución (fue el hashtag que usó cuando posó para sus redes en la casa del Che Guevara). Él apoya esta revolución de la alegría que ignora el reclamo de todo lo que está por fuera de lo gay, allá donde reside lo trava, torta, marica, no ABC1.

En 2016 Píter visitó al Papa Francisco, ese que fue invocado en la golpiza que lo llevó a los medios, y le dijo: “El Gobierno no representa a la derecha en la Argentina”. El político que aspiraba a la presidencia dijo entonces que prefería ir por la jefatura porteña. ¿Los motivos para el cambio de horizonte? “Es medio aburrido el trabajo de ser presidente. Te mandan de evento en evento, de acto en acto, tenés que decidir”, explicó Píter.

Apellido y meritocracia

Luis Larraín. Foto: Luis Bravo, gentileza de prensa

Luis Larraín. Foto: Luis Bravo, gentileza de prensa

Patriarcado alternativo

“Lo gay no quita lo facho”, leí en una pared hace un par de años. La cabeza me estalló: ¿cómo es posible que un gay banque una manera de pensar que ataca su identidad? La pregunta me rebotaba como bolita de flipper cerebral.

Era 9 de mayo de 2012 y frente al Congreso Nacional argentino quienes esperábamos que se sancionara la ley de identidad de género éramos muchxs menos que la cantidad que hizo vigilia por el matrimonio igualitario. La L, la B, la T (de las siglas LGBT) luchaban por visibilización. ¿Dónde estaban los G? ¿Ahora que nos podíamos casar cómo Dior manda ya no había luchas?

Esa noche celebrábamos una ley de avanzada, urgente y que necesita que la sociedad la acompañe para ser una realidad. En la marea de abrazos pregunté por los gays. Una carcajada de urraca vieja con experiencia me la dejó bien en claro: “Acá estamos las travas, las tortas, los putos, las maricas”. No, ser gay no es lo mismo que ser puto. Pero esto no es nuevo; iluso yo, que recién me despachaba la novedad. Yo, maricón burguesito, haciéndome problemas. Para mí Stonewall era un bar, no un suceso. Sabía de la revuelta pero poco sabía de las dos travas que la habían iniciado. Furiosas, negras y latinas, Marsha P Johnson y Sylvia Rivera habían luchado contra la policía y contra la invisibilización del mismo movimiento al que empoderaban. 1973: Sylvia Rivera ardida en verborragia les llueve sobre su marcha de Gay Liberation en NY. Arrebata el micrófono y les dice que mientras ella y sus compañeras responden a las cartas de trans encarceladas, las ellas y los ellos de esta marcha de colores no hacen nada. Esto pasó 39 años antes de que yo descubriera la brecha y las jerarquías dentro del colectivo.

Y el futuro que llegó hace tiempo tiene tufo a pasado. Si no, miremos cómo en Alemania la candidata Alice Weidel, lesbiana y feminista, obtuvo los votos necesarios para llevar al frente ultraderechista Alternativa para Alemania —AfD, el partido considerado neonazi— a ser la tercera fuerza dentro del parlamento. Venida de una familia de clase acomodada y fomentando feroces políticas antiinmigración, Weidel demuestra que lo lesbiana tampoco parece quitar nada.

Mientras tanto, en el lejano coño sur, en un puñado de naciones casi bebé para los europeizados ojos del mundo más allá del Ecuador, la cuestión LGBT lucha por derechos y a la vez encuentra sus derechas. Los gays rococó de imagen pulcra buscan higienizar la imagen monstruosa que putos, tortas y travas reivindican, mientras que ocupan cargos y lugares estratégicos en una sociedad que los mira desde la derecha neoliberal y los usa para sentirse más progre. Esos gays son el sombrero de la nueva-vieja muñeca Stacey Malibú (la de aquel capítulo de Los Simpsons en que Lisa trata de imponer una Barbie intelectual y fracasa frente al relanzamiento de la muñeca de siempre pero con un adorno en la cabeza). Agradables a los filtros de Instagram, no se dicen de derecha porque lo consideran algo vetusto o porque encontraron en el pensamiento liberal un reemplazo para ese concepto con tanta mala fama. Ser liberal y que cada uno tramite sus libertades como puede. Hablar de libertad desde un contexto de privilegios burgueses es utilizar el concepto de “libertad”. Muchas comillas para justificarse.

Ya lo dijo y lo dirá desde donde ahora esté la boca comunista, roja e incendiaria del poeta chileno Pedro Lemebel: “Cómo te van a dar pelota si uno lleva esta cara chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco, como diciéndote: Te hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay”.

El binomio izquierda-derecha parece tener como eje incluir o no las disidencias respecto de la diversidad sexual. Pareciera ser que si se las tiene en cuenta, se es de izquierda, y si se las invisibiliza (o se las intenta “emprolijar”), de derecha. Pero la musicalidad molotov del puto en la marcha por derechos no es la misma que la del gay que hace clink-caja en un crucero “friendly” con tragos rosa maricón.

Argentina, Chile y Perú tienen representantes gays a la derecha del arcoíris. Aquí analizamos los perfiles de tres políticos y activistas de la región. Clase media alta, correctos y simpáticos como para presentar a una tía, ¿alcanza esto? ¿Cómo influye su visibilización como gays en el colectivo? Un recorrido cero plumas y con aroma a perfumes europeos.

Robledo, Larraín y De Belaunde comparten interseccionalidades varias. Nacidos en el seno de una clase media alta, los tres se visibilizan gays y les dan cierta pátina rosa a sus partidos de derecha. De Belaunde y Larraín, además, comparten la pertenencia a un linaje político. Los tres son varones gays que brindan la imagen pulcra y saludable que un homosexual que desee agradar debería tener. Es probable que De Belaunde sea el cuadro político más robusto; se nota cuando habla.

Ninguno de los tres ni sus partidos abrazan la palabra “derecha”. Pero ese “ser o no ser” se define más por las acciones que por los títulos. Píter defiende a un partido que está impulsando una reforma laboral agresiva, vela por una vicepresidenta que justifica recortes a jubilados y luego retuitea a la polémica Elisa Carrió cuando ataca a la izquierda.

Larraín dijo que no votaría por Piñera, pero llegó a las elecciones con él. A él no le alcanzaron los votos, pero a su candidato a presidente sí le sirvieron para llegar al balotaje. Vía Twitter, Luis decía que en la segunda vuelta no apoyaría a ninguno de los candidatos. De Belaunde, quien está más cerca de un pensamiento rupturista, no tiene problema con medidas económicas liberales.

De alguna manera, lo “gay” es el factor de inclusión y marketing que catapulta al peruano, al argentino y al chileno como figuras que completan el álbum de causas sociales con que deben completar sus partidos. Es un arma de doble filo: si se empoderan y las consignas que alguna vez defendieron para poder proclamarse “el primer gay en llegar a tal cosa” son olvidadas a la hora de concretar acciones reales, pueden convertirse en algo así como “mercenarios del arcoíris”.

Traficar con la G de la sigla LGBT+ y no abrir los espacios para la L, la B, la T y +. O peor aun, adjudicarse ser la voz de la L, la B, la T y +. O incluso peor: no decir nada, mientras que el colectivo amanece cada día con bajas, atropellos a sus derechos y más.

El orgullo no es gay: o es LGBT+ o no será nada. Cuando alguien calla está diciendo demasiado.

Y el silencio es el sonido que hace la máquina de lavar color rosa: el pinkwashing. Esa que le quita toda la mugre a la derecha y la deja con carita de inclusión. Ese lavadero que los deja de punta en blanco para gastar su dinero en ambientes “friendly”, es decir, amigables con tu economía. Porque basta con ubicar al público y comprender que donde estos hombres olímpicos gastan no hay mariquitas, ni putos y ni pensar en lesbianas y trans. Si es elitista, no es inclusión.

El gay de derecha es el cordero rosa de un dios que quita los pecados del capitalismo y lo vuelve apetecible, tanto como para, por unas monedas de oro, convertirse en Judas.

Y más allá del arcoíris y de estos tres referentes, los gays de derecha existen. Basta con meterse en los eventos de Facebook de las marchas del orgullo y podrán leer los comentarios mayormente de gays criticando a las trans, lesbianas y putos. Gays de derecha que no marchan porque sienten que ese “circo” #NoMeRepresenta. Gays que aspiran al mercado ABC1 de cócteles y ropa amatambrada. Gays que encuentran en figuras como De Belaunde, Larraín y Robledo un modelo aspiracional.

Es el gay que responde ante todas las normas que la heteronormatividad impone y las replica. Ese para el que el matrimonio igualitario no tiene que ver con derechos sino con acceder a un estatus. El gay que se enorgullece con los “pero no parecés” es el que orgullosamente desearía convertirse en el macho alfa del patriarcado queer. Ese gay de derecha es el que busca a toda costa “parecer normal”. LG

En 2009 el candidato a la presidencia Sebastián Piñera se mostró en campaña junto a adultos mayores, una persona en silla de ruedas, otra con síndrome de Down y, entre otros, una pareja de varones de la mano. Uno de ellos lo abrazaba y decía: “Será nuestra voz”. A la polémica de un candidato de derecha acercándose a la diversidad, se le sumó que el joven parlante era el hijo de Luis Larraín Arroyo, hombre de la derecha tradicional chilena y fundador del Instituto Libertad y Desarrollo. Ese joven era Luis Larraín.

Pero luego de ganar, Sebastián Piñera no cumplió, no se jugó. Hoy su postura es promover un acuerdo de vida en pareja que no altere la esencia del matrimonio, que para él es algo que sólo se da entre hombre y mujer. Y ante la adopción homoparental comentó al diario La Tercera: “Lo mejor para el niño es que la familia que lo adopte tenga la figura de un padre y de una madre; ahora, no siempre se encuentra esa familia”. Piñera, tras su segunda presidencia en 2017, es el político que acepta la diversidad por descarte.

“Una foto con Piñera sería ir en contra de todo lo que he luchado”, dijo Luis. Sin embargo, inscripto como aspirante a diputado por el partido Evópoli (de Evolución Política: derecha liberal liderada por el joven Felipe Kast), fue testigo de la alianza de este con la ultraconservadora y pinochetista Unión Demócrata Independiente, que presentó a Sebastián Piñera como candidato al Palacio de La Moneda. Larraín aseguró que no votaría por Piñera y lanzó su postulación como independiente. En su web Luis se dice parte de un proyecto político de centro liberal, Ciudadanos, pero lo cierto es que al momento de votar, lo hizo bajo el ala de Piñera.

Nacido en una familia de políticos conservadores y prósperos, Luis Larraín prefirió que su psicólogo le explicara al patriarca familiar que la homosexualidad era algo normal. Cuenta que el primer año fue duro. Antes de graduarse de ingeniero civil probó suerte como actor y también como modelo. Luego trabajó para el gobierno chileno. Salir del closet y todo lo que esto trajo lo hizo acercarse al escritor Pablo Simonetti y en 2011 crearon Iguales, una fundación para promover los derechos de la diversidad.

En diciembre de 2016, Larraín dejó la fundación para lanzarse como el primer activista abiertamente gay en llegar al Congreso. Con ideas revolucionarias para su nido de derecha, pero con bastante de pinkwashing (o “lavado rosa”, “lavado de ideas”) si se las mira desde la disidencia sexual, avanzó junto a la derecha más recalcitrante de Chile al tiempo que afirmaba que no votaría por ella.

Si vas por las calles de Chile taconeando tu mariconería y preguntás por Iguales, alguna plumífera pajarraca lemebeliana te dirá que es “activismo de alfombra roja”. Muy elitista. Y a Larraín te lo nombrarán acompañado del adjetivo “cuico” (cursi y con dinero). Para Larraín, algunos activistas históricos tienen una visión muy miope y autoritaria del asunto: “Muchos son de izquierda y no comparten el enfoque que le dimos a Iguales, porque yo soy de ideas liberales. Pero en general, sus críticas siempre me han parecido bastante torpes”, dijo cuando lo entrevistaron para la agencia Presentes.

Resulta que los de la visión miope y crítica torpe en su mayoría son los hijos y nietos de las nanas (niñeras) de los activistas modelo Larraín. “A mí me parece una buena noticia que viniendo de mundos opuestos, con visiones políticas distintas, exista la posibilidad de trabajar por un fin común, pero esta mirada más disidente ve las cosas al revés. Cuando uno quiere que algo realmente avance, en este caso los temas de la diversidad sexual, la estrategia correcta es querer que el mayor número posible de personas se adhieran a la causa, no criticar para dividir”, dijo a Presentes.

Otra de sus preocupaciones de campaña es la ley de identidad de género. Su aprobación en el Senado dejó pendientes grandes temas, como el acceso a algunas medidas en menores de 18 años, e impuso como requisito exámenes psiquiátricos. “Lo considero patologizante”, explica Luis. Considera que esta ley es de urgencia, incluso más que la de matrimonio igualitario.

El candidato nos salió millenial. Tanto es así que hizo campaña en la app de levante Tinder y en su par gay, Grindr. Si hasta lo podemos ver con remeras y broches con su propio nombre adonde quiera que vaya, tal como si luciera una etiqueta no virtual de Facebook o Instagram. La última polémica 2.0 en la que se vio envuelto fue por sacarse una foto imitando la afeminada postura de una pegatina que parodia al fallecido jurista Jaime Guzmán. La homosexualidad de Guzmán, fundador de la UDI, fue un incomprobable secreto a voces. Esta foto en redes enardeció a la cúpula del partido, que envió una carta quejándose del candidato independiente. Evópoli respondió a la misiva llamándole la atención a Larraín e invocando al futuro triunfo de Piñera.

Antes de esto, Larraín había polemizado con el otro extremo del espectro: “Cuando los comunistas tienen más plata que los ‘malditos oligarcas burgueses dueños de Chile”, tuiteó, y adjuntó una noticia que mostraba el patrimonio de sus competidores electorales por el distrito 10, entre los que estaba la militante del Partido Comunista Julia Urquieta. Twitter trinó como pterodáctilo recordándole a Luis dónde había nacido y con qué privilegios. Su respuesta: “El problema no es ella, sino los cientos de trolls que nos insultan por el apellido o por la supuesta fortuna”.

El tema de las clases es un tópico que siempre orbita a Larraín. Si leemos su charla con hogardecristo.cl, encontraremos esto: “Tuve una suerte infinita de haber nacido en la familia que nací, haber ido al colegio y a la universidad que fui, haber tenido las redes y el capital cultural que tengo. Lo que me carga es que la comuna en que naciste o el apellido que tienes determine tu futuro al margen de tu mérito y capacidad. Así es Chile; quisiera que fuera distinto”.

La vida de Luis Larraín no es tan soñada como parece. Paciente crónico de una enfermedad renal genética, fue sometido dos veces a trasplantes. La segunda vez el donante fue su hermano sacerdote. El sistema médico también es parte central de su activismo: “Falta que los enfermos nos aliemos y demandemos cambios, porque parece que el Estado está más enfocado en cuidarles el bolsillo a los laboratorios y a las farmacias”.

El lunes 20 de noviembre de 2017, Chile amanecía con la noticia de que, a pesar de obtener mayoría de votos, Piñera igual debería ir al balotaje. Y en Twitter Luis Larraín felicitó a los vencedores en el distrito 10. Esta vez, no alcanzó.

Quizás para comprender las contradicciones de Luis Larraín sirva observar la obra del artista plástico gay, mapuche y feminista Sebastián Calfuqueo. Una de sus instalaciones muestra multicolores ponis de cerámica simulando una marcha del orgullo. Los de adelante están desinflados, no tienen contenido y, sin embargo, marchan al frente, los de atrás tienen mucho adentro. Correspondencias: en la marcha del orgullo chilena agrupaciones como Iguales marchan al frente, y al fondo, bien por detrás, la disidencia.

El arcoíris y más allá

Alberto de Belaunde. Foto: Esteban Marchand para Presentes

Alberto de Belaunde. Foto: Esteban Marchand para Presentes

Tiene 31 años, es congresista de Peruanos Por el Kambio (PPK) y abiertamente gay. Su sexualidad nunca fue un tema de debate durante la campaña. Alberto de Belaunde salió oficialmente del closet luego de julio de 2016, cuando juró para su cargo. “Tengo pareja desde hace cinco años. Cuando se habla del tema patrimonial, lo que quiero es unirme y que el Estado me reconozca”, dijo al aire en RPP TV. No lo hizo en tono confesional ni marketinero. Simplemente contó quién era.

De Belaunde, junto al congresista también abiertamente gay Carlos Bruce, presentó un proyecto de unión civil en Perú; un estudio de febrero de 2017 revelaba que 68% de la población del país rechazaba ese tipo de uniones. La sociedad puede ser hostil, pero el contexto familiar de De Belaunde, no. De hecho, su padre, Javier de Belaunde López Romaña, sobrino del ex presidente Fernando Belaunde Terry, fue el abogado que redactó la minuta que en 1982 creó el Movimiento Homosexual de Lima. “Tengo una familia bastante progresista y liberal”, dice Alberto.

En abril de 2017, gracias al voto de diez congresales fujimoristas, se recomendó derogar parte del Decreto Legislativo No 1323. Este modificaba el Código Penal, incluyendo, entre otros motivos, la orientación sexual y la identidad de género como agravantes en el caso de delitos de intolerancia o discriminación. Estos términos son los que pidieron quitar. Tras la derogación, De Belaunde dijo al diario Perú21: “Lamento mucho la decisión tomada por Fuerza Popular. Se ha retrocedido en el principal avance que había conseguido la comunidad LGBT en cuanto a protección de derechos en la historia del país. Era importantísimo”.

Amnistía Internacional y Naciones Unidas expresaron su preocupación por la derogación. Quienes respiraron aliviados y le dieron gracias al gobierno, Dios y cuanta virgen exista, fueron los del colectivo #ConMisHijosNoTeMetas. Según el portal de noticias Acción Católica de Informaciones, en enero más de un millón y medio de peruanos marchó contra el decreto, al que consideraban una “ley mordaza” para quienes se proclaman contra la agenda gay.

De Belaunde denunció que, además, se retirara el término “enfoque de género” del Decreto Legislativo Nº 1266, que rige la ley de organización y funciones del Ministerio del Interior en materia de seguridad ciudadana. “Acá hay una ofensiva ultraconservadora para traerse abajo los decretos”, dijo el congresista al diario El Comercio.

Mercedes Araóz pertenece a PPK, es presidenta del Consejo de Ministros, segunda vicepresidenta y congresista de Perú. Durante la campaña presidencial arremetió contra los muchos que dicen que PPK es un partido de derecha ultraliberal: “somos un centro que plantea cambios económicos”, dijo al canal N.

Pedro Pablo Kuczynski, fundador de PPK, partido al que le puso sus propias iniciales, venció en las presidenciales a Keiko Fujimori en 2016 y recibió la banda con los colores y escudo de Perú.

¿Está de acuerdo con el matrimonio igualitario?

No.

Así respondía Kuczynski en una entrevista con el portal de noticias Trome. El presidente considera que sus posturas no chocan con las de la mayoría conservadora del país. “Yo soy una persona religiosa”, aclara.

En el equipo de ese presidente juega De Belaunde. La comisión Lava Jato, que, a partir del escándalo de corrupción brasileño analiza casos de lavado de dinero, busca reunirse con Kuczynski. “Existe la voluntad del presidente de poder aclarar cualquier duda que exista, por eso se ha comprometido a responder las inquietudes de manera escrita”, declara el congresista a los medios. En este, y en varios casos, se lo puede ver a De Belaunde dando la cara por PPK.

“No basta con ser gay, hay que ser gay y algo más”, decía De Belaunde, citando a Pedro Lemebel, en una entrevista con Presentes. Porque si algo tiene en claro es que ser LGBTI no es garantía de ser buen político. Con esta base, Alberto buscó 13 autoridades políticas que “más allá del dato común de ser abiertamente LGBT, tuviesen una línea coherente de trabajo público y un compromiso con la causa particular de los derechos humanos que se vea bien reflejada en otras causas”. Las entrevistó y con el material escribió un libro.

Más allá del arco iris es un recorrido sin los zapatos mágicos de Dorothy por una Oz latinoamericana. Entre las entrevistadas se encuentra Luisa Revilla, la primera concejal trans, quien apoyó abiertamente a Keiko Fujimori. “Yo me he centrado mucho en ver cómo Luisa se ha desarrollado como autoridad y he encontrado una línea de coherencia e intento de articular con los movimientos LGBT más organizados en su función como concejal”, explica De Belaunde.

Este congresista gay miraflorino sabe que habla desde cierto privilegio. Sabe que las discriminaciones que pudo haber vivido nunca serán las mismas que vive una persona gay, afro y nacida en una zona pobre. “La discriminación es interseccional”, decía en setiembre a Presentes. A veces, cuando lo cuestionan, le espetan que es un congresista de un solo tema. “Se me intenta encasillar para caricaturizarme y al caricaturizarme tienes un interlocutor al cual ya no tienes que responderle. Esa es la estrategia a la cual hay que enfrentarse”, responde De Belaunde.

[Nota de edición: tras la preparación de este artículo De Belaunde renunció a su banca el 26 de diciembre de 2017, en protesta por el indulto presidencial concedido a Alberto Fujimori.]