Lo que llamamos narrativa golpista es un proceso de construcción de noticias simbólicamente estructuradas que vehiculizan valores y creencias bajo el formato de informaciones. El patrón narrativo fruto de este proceso fue central para legitimar el golpe parlamentario de 2016 y, de forma más amplia, el proceso de contrarrevolución neoliberal en curso. Esa narrativa fue imprescindible y poderosa porque formó las condiciones de un poder comunicacional –que incluye poder persuasivo y poder orgánico– victorioso en 2016.

En 2017, esa narrativa, que fue la base del golpe, entró en crisis. En choque con la realidad inmediata, que se deteriora de manera veloz e inequívoca, no consiguió proyectar un escenario. La narrativa golpista buscó ese año reacomodarse porque quería envolver a todo el sistema político en el manto de la corrupción. Así incluyó a los líderes golpistas (como Aécio Neves y Michel Temer), y no solamente al Partido de los Trabajadores. Esto puede considerarse una estrategia de recuperación de credibilidad –“hablamos de todos, mostramos los males de todos”–. Ahora es momento de colocar un nuevo filtro en la narrativa, que es la proyección de un enemigo común: Luiz Inácio Lula da Silva, que se beneficia de la corrupción.

Las evidencias de la crisis

Es posible captar por lo menos ocho indicadores de la crisis de la narrativa golpista. El primero es el grado de impopularidad y ausencia de legitimidad del gobierno de Temer. Es razonable suponer que formaba parte de la estrategia golpista aprovecharse del gobierno de Temer para cumplir con su agenda destructora de derechos; evidentemente no estaba en sus planes que el gobierno de Temer fuera popular. En general, los gobiernos neoliberales no son populares, y cuando se mantienen en el poder, es más bien por razones inerciales, por su capacidad de destruir o minar la credibilidad de las alternativas. Pero la rapidez con la que se desgastó el gobierno de Temer fue impresionante, puso en dificultades a los medios corporativos que sustentaron el golpe, en especial a Globo, y les impuso la necesidad de un reacomodo para salvar la narrativa. En la construcción de una narrativa mediática cuyo objetivo es la disputa de poder, si la pretendida imparcialidad se ve amenazada –como ocurre con Globo en momentos en que el gobierno de Temer se muestra deteriorado y extremadamente impopular, empantanado en la corrupción, que fue exactamente el repertorio usado para criminalizar a los gobiernos petistas–, eso genera peligros y puede ser fatal.

La narrativa golpista, con estrategias discursivas muy bien delineadas, construyó y proyectó un simulacro que sustentó el golpe, uniendo corrupción y crisis y vinculándolas a un grupo político; el simulacro sostenía que, una vez eliminado ese grupo y sus vestigios de la escena política, una nueva realidad emergería en el horizonte. Por lo tanto, el grado de corrupción del gobierno de Temer, sumergido precisamente en aquello que la narrativa escogió como inaceptable, colocó un dilema insuperable para los medios corporativos: ya no era posible apoyar el gobierno de Temer, pero tampoco deshacerse de él, en función de la aplicación del programa golpista y de la mayoría parlamentaria que él todavía es capaz de organizar. La solución que encontró la red Globo, y también el Partido de la Social Democracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso, fue tomar distancia aparente del gobierno de Temer, pero de hecho apoyarlo en sus acciones, algo que se tornó completamente inconvincente.

El segundo indicador de la crisis de la narrativa golpista es el hecho de que, algún tiempo después del impeachment, la clara mayoría de los brasileños prefería el gobierno de Dilma Rousseff que el de Temer.

El tercer indicador está en el desgaste de los principales líderes políticos nacionales que estuvieron en la línea de frente de la dirección política del proceso golpista.

El cuarto es la impopularidad del programa de la narrativa golpista.

El quinto, la pérdida de legitimidad de los operadores del Lava Jato y del Supremo Tribunal Federal (STF), que se involucraron profundamente en la construcción y legitimación del golpe. Ya en setiembre de 2017, el juez Sérgio Moro sumaba una desaprobación de 45% y en crecimiento. El rechazo a la presidenta del STF, Carmen Lúcia, alcanzaba el 51%.

El sexto está en el pesimismo de los brasileños en relación con el futuro de la economía, a pesar de toda la propaganda masiva de los medios de comunicación en el sentido inverso.

El séptimo es la creciente preferencia de los brasileños por Lula como presidente de Brasil, a pesar de toda la guerra publicitaria que se realizó contra él, al unísono, por toda la convergencia mediática de la narrativa golpista.

Y el octavo y último: según las investigaciones realizadas anualmente por la Escuela de Derecho de San Pablo, de la Fundación Getúlio Vargas, el grado de confianza de los brasileños en las instituciones cayó vertiginosamente de 2016 a 2017. La confianza en el STF, por ejemplo, está en 24%.

Pérdida del poder persuasivo

La pérdida del poder comunicacional de la narrativa golpista está ciertamente vinculada con la pérdida de su poder persuasivo. La narrativa golpista perdió en gran medida la capacidad de convencimiento, de crear adhesión mayoritaria entre los brasileños, si bien continúa siendo un actor muy relevante en el proceso.

Probablemente, la explicación más importante de esa pérdida de poder de persuasión está en aquello que denominamos “choque con la realidad”: una abierta contradicción entre lo que la narrativa mediática (sobre todo Globo) prometía y la realidad vivida por los brasileños una vez que cayó el gobierno de Rousseff: un país sumergido, como nunca, en una devastadora crisis económica y social, con todas sus instituciones políticas abiertamente corrompidas y asociadas en una red de impunidad. Como nos enseñan las teorías de la recepción, quien recibe un mensaje lo confronta con la realidad en la que vive.

Una segunda razón es que los mensajes de oposición a la narrativa golpista se organizaron y ganaron nitidez. Ahora, esa narrativa enfrenta un contradiscurso crítico dotado de mayor coherencia. La consolidación de la actuación de medios digitales no corporativos, opuestos al golpe, fue un elemento de fundamental importancia para generar pluralidad de voces y puntos de vista, y posibilitar así el acceso a otros modos del discurso.

Otra razón tiene que ver con la divergencia importante de valores al interior de la vasta coalición que se formó para viabilizar el golpe. El “valor” de fondo que moviliza a estos grupos es el antipetismo. Sin embargo, hay valores y creencias bien distintos que comienzan a proyectarse: versiones de un neoliberalismo multicultural y libertario (defensor de una moral individualista y egocéntrica, que convive bien con las relaciones de dominación, pero legitimadas por el “libre contrato” del mercado), junto con visiones neoliberales racistas, agresivamente misóginas y fundamentalistas, cuando no fascistas. Un ejemplo contundente es la relación de la red Globo –en su multiculturalismo neoliberal, que se abre a agendas transexuales– con el ala neoliberal fundamentalista, que se escandaliza con el discurso de género, que sustenta racismos travestidos o explícitos y tradicionalismos fundaen una red de impunidad. Como nos enseñan las teorías de la recepción, quien recibe un mensaje lo confronta con la realidad en la que vive. Una segunda razón es que los mensajes de oposición a la narrativa golpista se organizaron y ganaron nitidez. Ahora, esa narrativa enfrenta un contradiscurso crítico dotado de mayor coherencia. La consolidación de la actuación de medios digitales no corporativos, opuestos al golpe, fue un elemento de fundamental importancia para generar pluralidad de voces y puntos de vista, y posibilitar así el acceso a otros modos del discurso. Otra razón tiene que ver con la divergencia importante de valores al interior de la vasta coalición que se formó para viabilizar el golpe. El mentalistas. A todo esto lo nuclea el antipetismo, es cierto, pero no queda claro cuál será el valor o modo de vida que será afirmado o se consolidará.

Finalmente, la pérdida de poder persuasivo de la narrativa golpista tiene un efecto inmediato en su poder orgánico, y esto abre un camino para la erosión de su poder comunicacional. La red Globo tal vez nunca haya estado tan expuesta a la lucha política directa y, por eso mismo, nunca antes haya estado su credibilidad tan en riesgo como ahora.

Este artículo fue publicado en portugués en el portal Carta Maior el 24 de enero.

Traducción y adaptación: Natalia Uval.