Hijo de un diplomático y diplomático él mismo, Alberto Nin Frías (1878 - 1937) creció en varias capitales europeas –en Londres se volvió admirador de Oscar Wilde–, trabajó en Brasil y en Estados Unidos, y terminó sus días en un pueblito de la provincia de Santa Fe, ya alejado del servicio exterior uruguayo. Entre los primeros años del siglo XX y hasta el fin de sus días escribió ficción, tratados religiosos, ensayos literarios, notas periodísticas, divulgación freudiana y dos estudios sobre el homoerotismo: Alexis o el significado del temperamento urano (1932) y el voluminoso Homosexualismo creador (1933).

Hace semanas, el investigador José Assandri dio a conocer Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos, una no menos extensa biografía intelectual de este escritor que alternó con Herrera y Reissig, con los Vaz Ferreira, con Rodó, pero al que los historiadores de la generación del 900 usualmente confinaron a los márgenes.

Con hábiles dosis de tramos temáticos y secuencias cronológicas, Assandri echa luz sobre el trayecto religioso de Nin (católico, anglicano, metodista, luterano y católico nuevamente), sobre su papel en la alianza circunstancial del protestantismo con el batllismo anticlerical, sobre su fijación con la cultura griega, sobre los desplantes que le propinó García Lorca, sobre sus lecturas de los teóricos –mayormente alemanes– que inauguraron la moderna militancia gay al inicio del siglo XX, como Karl Heinrich Ulrichs, el impulsor del término “uranismo” como forma de sustraer las relaciones homosexuales del ámbito psicopatológico. Con referencias que incluyen a la banda REM, al escritor japones Yukio Mishima y a los investigadores que sí se ocuparon de Nin (Hugo Achugar, José Pedro Barrán, Claudia Giaudrone), Assandri reconstruye los cambiantes escenarios culturales a los que debió adaptarse, y en los que se formó su biografiado. Además, pone en contexto las ficciones y las contribuciones ensayísticas de Nin con el foco puesto en sus dos libros sobre homoerotismo, a los que también analiza desde una posible historia de los estudios LGBTI+.

Assandri, que ha llevado adelante varios emprendimientos editoriales (entro otros, Ñácate, revista de psicoanálisis), publicó en 1996 Entre Bataille y Lacan: ensayo sobre el ojo, golosina caníbal, en el que también trabajaba sobre una ausencia: la de los aportes de Georges Bataille en los estudios “oficiales” del lacanianismo. Actualmente, Assandri dirige un taller, “La exhibición psi”, en el que aborda los efectos del psicoanálisis en la cultura y, específicamente, la forma psicoanalítica de producir biografías.

En las primeras páginas de Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos hablás del silenciamiento y el ninguneo en que se encontró y se encuentra la obra de Nin Frías. ¿Por qué acometiste la tarea de sacarlo de ese lugar?

Como cuento en la entrevista publicada en el libro, mi encuentro con Nin Frías viene de una pregunta un poco loca que se me ocurrió un día: ¿cuál es la sexualidad de la Biblioteca Nacional? Si pudiera suponerse que en esa biblioteca está el saber más completo y establecido de un país, curiosamente, en la Biblioteca, en el rubro “Homosexualidad” del fichero temático, me encontré con un libro que se escapaba a cualquier idea que yo podía tener a priori. Ni conocía al autor, Alberto Nin Frías, ni entendía lo que anunciaba el título del libro: Alexis o el significado del temperamento urano. ¿Qué era eso del uranismo? ¿Qué tenía que ver esa palabra con la homosexualidad? Me di cuenta de que Nin Frías estaba fuera de lugar, y, además, como lector, rápidamente descubrí que estaba fuera de tiempo. Sin embargo, me parecía que decía algo que tenía que ser leído o escuchado por otros. Antes del libro escribí varios artículos sobre él. De esos artículos, sobre todo uno, me parece que sigue teniendo valor, “El arte de la injuria”. En ese artículo jugaba con “el arte” y “helarte”. Ese juego de palabras creo que sintetizaba lo que fue su destino. Su arte de decir, fuera el que fuera, quedó congelado en el tiempo, del mismo modo que la injuria congela al injuriado. No sólo porque no pudieron leerlo en su tiempo, sino porque, como los tiempos cambiaron rápidamente, dejó de tener lectores que pudieran leerlo. Quien escribe un libro busca lectores, busca que alguien lea eso que ha tenido para decir. Pero una cosa es usar la palabra “homosexualidad” y otra el uranismo. Tal vez, como sucede cuando te encontrás con alguien que está extraviado en la ciudad en que vivís, tratás de que llegue a destino. Te fijás en si tomó la dirección correcta, seguís sus pasos con la mirada, y si ves que se equivoca de pronto te acercás para indicarle más claramente la dirección… creo que me pasó algo por el estilo. Si me preguntás por qué tratar de hacer que alguien extraviado llegue a destino no sé si tengo una respuesta, pero sentí ese impulso, tratar de que algunos de sus dichos llegaran a destino.

¿Cuánto tiempo te llevó?

Conocí a Alberto Nin Frías, digamos, antes del año 2000, no lo recuerdo exactamente. Desde entonces sentí la idea un poco rara de que tenía que escribir un libro. Ya en 2001, por lo menos, tenía escrito el primer capítulo, “Advertencia”, que está tal cual en el libro. Ese fue el año en el que José Pedro Barrán publicó Amor y transgresión en Montevideo. Él leyó ese texto porque escribió sobre las novelas de Nin Frías y hablamos de Nin Frías. Luego fui escribiendo a medida que podía, en fines de semana, vacaciones, en fin, hasta que finalmente tuve la idea de haber terminado un libro, porque, de hecho, no diría que está terminado; otro tendría que terminarlo, si es que importa. Pero el tiempo de escritura no puede contarse en años lineales, porque entre medio hice muchas otras cosas: escribí otro libro, escribí artículos, di charlas, en fin, el proyecto de un libro siempre estaba allí, esperando, hasta que un día decidí que tenía que dedicarle seriamente un tiempo concreto, horas, días... Hasta que me pareció que era suficiente y busqué a Martín Fernández, un editor que aceptó el desafío.

¿Qué archivos visitaste?

Fundamentalmente bibliotecas o museos de Montevideo y Buenos Aires. No soy un investigador profesional, y tal vez por eso mi búsqueda fue bastante errática y favorecida por el azar, por los encuentros, por las casualidades. Tal vez el modo en que me encontré con Nin Frías marcó mi forma de buscar. Me sometí a la casualidad y la casualidad no tiene hora, simplemente sucede.

En el prefacio, David Donnovan dice que tu libro es una arqueología rioplatense, pero tal vez se quede corto. Para situar a Nin Frías vos contextualizás la situación de los homosexuales y la homosexualidad en Europa desde el siglo XIX, e incluso más atrás. ¿En qué medida Nin Frías es una figura intelectual local y en qué medida respondía a tendencias globales?

Voy a decir algo que no resultará muy simpático: lo local es una ficción que nos hacemos porque conocemos a nuestros vecinos, porque leemos a algunos conocidos, pero en el Río de la Plata, y no sólo en la época de Nin Frías, lo local no ha sido más que un modo de usar la cultura extranjera, fundamentalmente europea. ¿La homosexualidad como concepto, como definición, es más local que el uranismo? ¿Cuándo se funda lo local? ¿Con la gauchesca? ¿Con el modernismo? En el Río de la Plata no hubo, como en Perú o en México, culturas anteriores a la conquista, ni tampoco se desarrolló la cultura hispánica. Más allá de algunos restos que permanecieron de las culturas aborígenes, la mayor parte de la cultura que tenemos se apoya en lo extranjero, y no sólo porque viene de la inmigración, sino porque se ha tratado del uso, de los modos de leer lo extranjero. Y tanto “homosexualidad” como “uranismo” fueron palabras que se inventaron en Europa para defender el homoerotismo cuando era perseguido. Que haya predominado uno u otro dependió, incluso en Europa, del poder que tenían los que usaban la palabra “homosexualidad”, sobre todo en la psiquiatría forense, frente a otros que utilizaban la palabra “uranismo”, más del lado de lo cultural, de lo político. Y en el Río de la Plata, en definitiva, dependió de los modos de leer eso que había en Europa. Es cierto que algunos escapan a esa relación con lo extranjero, inventan otras cosas, pero sobre todo en épocas de Nin Frías, mayormente lo que predominaba era un modo de leer lo que venía de otras tierras. Él habitaba en tierras que estaban separadas por un océano de lo que añoraba, pero su cultura era europea. Más aun, en sus últimos tiempos de vida, paradójicamente, intentó predicar la cultura grecolatina en Santa Fe, en medio del campo, en tierras de cultivo, donde el impulso era el arado y la azada. Pero hablar de arqueología no quiere decir que uno hace una excavación y encuentra cosas, por más que algo de eso sucede. Arqueología va más por el lado del valor que puede tener algo de otro tiempo para este tiempo, más por el lado de lo que plantea Foucault. ¿Cuáles fueron las condiciones económicas, culturales, filosóficas, coloniales que hicieron que algo se produjera? O más exactamente, ¿qué fue lo que hizo que el uranismo de Nin Frías desapareciera? Porque de hecho el uranismo, sobre todo en Alemania, tuvo un peso político y cultural muy importante, al punto de que muchos encontraron allí una acogida hasta el surgimiento del nazismo. ¿Cómo es que apareció y desapareció el uranismo al punto de que historiadores de la llamada “homosexualidad” en el Río de la Plata lo ignoran, mientras que en España han reeditado Alexis o el significado del temperamento urano? Si bien no creo que responda a esa pregunta, me parece que plantearla es importante.

¿Cuáles dirías que son los aportes de Nin Frías al estudio del homoerotismo?

Cuando uno escucha hablar de “ideología de género”, planteada como si fuera una especie de alianza entre la izquierda y los movimientos gay, lesbianos, queer y “abortistas”, por nombrar algunas cosas contra las que se supone que luchan, como si la “ideología de género” fuera el último engendro de la izquierda, como si la izquierda tuviera como objetivo la degradación de la familia, el matrimonio, la educación y la cultura, allí puede descubrirse el valor de una arqueología que ponga sobre la mesa a Nin Frías y el uranismo. Hace un siglo y medio que surgieron movimientos en defensa del homoerotismo y las libertades, un siglo y medio antes de que, desde la ignorancia, se pergeñara un supuesto combate contra una novedosa “ideología de género”. El uranismo de Nin Frías justamente muestra, por un lado, que esa novedad no es tal, por más que su lenguaje y sus ideas sean de cierta época, que no puedan aplicarse a nuestro tiempo. En Nin Frías se hace patente que hay cuestiones políticas en juego, que hay juegos de poder y que los recursos retóricos se combaten con una política de la palabra. Porque cuando se invoca una supuesta “naturaleza”, eso es un acto político, ni más ni menos que eso.

¿Cuáles de sus conceptos deberían revisitarse, revisarse hoy?

Esa es una dificultad con la que me encontré. ¿Cómo trasmitir algo de lo que escribía Nin Frías en esta época? Un lenguaje antiguo, modos de escribir que son de otra época, hablar de las hormonas cuando estamos en tiempos de los neurotransmisores y los genes… Tal vez eso mismo que nos parece extraño es lo que puede resultar de interés. Las respuestas biológicas o científicas que él buscaba no fueron tales porque las respuestas biológicas que se buscan no darán respuesta a los problemas y las preguntas que todos nos planteamos respecto del erotismo. Nin Frías creía que la ciencia iba a iluminar los problemas del erotismo sin dejar lugar a dudas. Sin embargo, eso no ha sido así ni será así. No alcanza con el cuerpo para dar respuesta a los problemas que nos plantea el erotismo. No es sin el cuerpo, pero no es la biología la que dará una respuesta última. Eso que puede ser tan simple, sin embargo, está detrás de las preguntas de muchos. Porque si no es el cuerpo, hay que aceptar que hay otras cuestiones que pueden ser políticas, que dependen de relaciones de fuerza, de poderes, cuestiones que hacen a la constitución de los sujetos.

El libro está ordenado en capítulos cronológicos y temáticos, y estos a su vez están divididos en pequeñas secciones, que yo creo que hacen que el estudio sea muy accesible. ¿Buscaste esa estructura?

Sí, esa fue una idea que en principio dependió de la extensión y la extrañeza que me causó, como lector, la obra de Nin Frías. Tenía que elegir lo que extraía, porque no era posible escribir sobre todo lo que produjo. También era necesario hacer una especie de traducción de lo que escribió en un lenguaje del siglo XIX para un lector de estos tiempos. Y en esa empresa, si te fijás, los fragmentos están separados por una Y. Es como un modo de señalar que, además de lo que se lee, siempre hay algo más que decir, algo que está a la espera de ser dicho. Los fragmentos son como un modo de poner límite a una empresa infinita que no puede culminar, porque nunca lo que pueda decir alguien en estos tiempos puede decir exactamente lo que dijo un tipo educado en la Inglaterra del siglo XIX, que vivió en el 900 montevideano, en las épocas de la fundación de una modernidad tardía en estas latitudes, que participó de manera extraña en ese mismo tiempo que dio lugar a Macedonio Fernández y a Jorge Luis Borges, alguien acuciado por un erotismo que sentía que no era de las tierras en las que vivía, alguien que se sentía fuera de lugar y de tiempo.

Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos


Se presenta este domingo a las 20.00 en el salón Rojo de la Intendencia de Montevideo, como parte de la Feria Internacional del Libro. Conversarán con el autor Raquel Lubartowski, Fernando Barrios y Marcos Wasem. (Estuario Editora).