Con la seductora “evocación de la vida cosmopolita, libre y desprejuiciada de un grupo de familias en un lugar insólito, el Uruguay de los años sesenta, en contraste con la estrechez de España en ese tiempo”, María Tena (Madrid, 1953) ganó el XIV Premio Tusquets de Novela con Nada que no sepas. El jurado del premio –dotado de 18.000 euros y la publicación del libro–, presidido por Almudena Grandes e integrado por Antonio Orejudo, Eva Cosculluela, el chaqueño Mariano Quirós –ganador el año pasado– y, en representación de la editorial, Juan Cerezo, también valoró la “reflexión sobre la experiencia de la libertad, el sexo y el paso del tiempo de una mujer que vivió como adolescente ese paraíso despreocupado y aparentemente feliz de los adultos”.

Así, la novela se presenta como un tardío reencuentro: en plena crisis de pareja y obsesionada por esa época, la protagonista regresa, muchos años después, al encuentro con amigas de la infancia, con las mujeres que conocieron a su padre, al que recordaban por su personalidad fascinante y seductora, y con aquellos que puedan explicarle por qué ella y su hermano debieron irse a España tan apresuradamente después de la muerte de su madre. En una serie de entrevistas –disponibles en su página web–, Tena admitió que es frágil porque, como cualquiera, ignora lo que vendrá a continuación. “Y en esta selva, el peligro siempre acecha. Esa es una de las razones por las que escribo novelas. Para defenderme de ese miedo, de esa debilidad, para hacerme la ilusión de que puedo escribir mi propia historia inventando las historias de mis personajes. Una esperanza que roza la utopía”, dice esta escritora que vivió su infancia entre Dublín y Montevideo, junto a un padre diplomático y una madre poeta.

Tena, que es autora de las novelas Tenemos que vernos (finalista del Premio Herralde 2003), Todavía tú (2007), La fragilidad de las panteras (finalista del Premio Primavera de novela 2010) y El novio chino (Premio Málaga de Novela 2016), dice que, cuando se decidió a publicar, ya era mayor, pero aún se percibía como una principiante. Ahora sabe que todos tienen una historia que contar, y quizá sea esta convicción la que hace que escriba de un modo más distendido y libre. “Y si de algo presumo es de tener sentido del humor. Un humor que, como la escritura, es una defensa frente al lado más oscuro de la vida. Una herramienta para ver más allá de la realidad que nos venden y para penetrar en los pliegues y las contradicciones del corazón humano, incluso en el corazón de las panteras”, advierte.