La primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas de 2018 acabó colocando al frente de la disputa al capitán retirado del Ejército Jair Bolsonaro. Es necesario tratar de comprender los significados políticos de su exitosa campaña electoral y del fenómeno que se ha dado en llamar “bolsonarismo”, una articulación, que el candidato a presidente ha sabido canalizar, de ciertas prácticas sociales y preferencias políticas preexistentes, reproducidas y sedimentadas en la experiencia social brasileña.

El protagonismo de Lula en las encuestas se mantuvo incluso con el ex presidente preso desde abril de 2018. La estrategia del PT de resguardar la candidatura de su dirigente principal, denunciando el carácter político de su encarcelamiento y abogando por la legitimidad de su participación en las elecciones de octubre, se sostuvo hasta el límite del plazo legal: con el dictamen definitivo del Tribunal Superior Electoral que el 31 de agosto impugnó el registro de Lula como candidato, el 11 de setiembre se hizo oficial la designación de Haddad. Un par de semanas antes de su nombramiento, los porcentajes en la intención de voto a favor de Haddad y de Bolsonaro no variaban mucho respecto de lo registrado en diciembre de 2017: la nueva encuesta de agosto de 2018 les otorgaba, en efecto, 4% y 22%, respectivamente. Y ya el primer relevamiento del mismo instituto después de la decisión del Tribunal mostraba a Bolsonaro con 24% y a Haddad con 9%, en lo que era el inicio del alza en la intención de voto a favor de este último y sobre la base de la transferencia del apoyo del que gozaba Lula.

El crecimiento de Haddad fue veloz. En menos de una semana avanzó a 13% y en los primeros días de octubre alcanzó 22%. En el mismo período, Bolsonaro tuvo un crecimiento menor, de 26% a 28%. Fue recién en la recta final de cara a las elecciones –concretamente, en la última semana previa– cuando se dio un alza acelerada en favor de Bolsonaro, junto con un relativo estancamiento del apoyo a Haddad: la encuesta hecha en los días 3 y 4 de octubre pasó a mostrar al militar con 39% de los votos válidos, contra 25% del candidato petista. En líneas generales, los mismos porcentajes se mantuvieron en el último relevamiento previo a la votación (el primero que citamos en este artículo).

Desde el inicio de la contienda entre Bolsonaro y Haddad los datos de las encuestas dejaron ver que, aun cuando ambos pudieran disputarse un caudal de votos indefinidos o heredados de otros candidatos, cada uno de ellos tenía su pico de crecimiento apoyado en un sector distinto del electorado. Haddad tuvo en todo momento más apoyo entre los electores con menos ingresos y más baja escolaridad, en particular del noreste del país, mientras que Bolsonaro mostró tener éxito entre los votantes de ingresos y formación escolar más elevados, sobre todo de las regiones sur y sureste. Vistos así, esos datos estarían sugiriendo una división profunda en términos de clase y región sobre la que se estaría montando el conflicto político brasileño actual; es algo parcialmente cierto, pero hay otros factores que uno debe tener en cuenta para llegar a una comprensión más fina de los significados que el conflicto asume en la actualidad y en el futuro próximo.

El primero de esos factores es la volatilidad del voto en los sectores intermedios, entre los de mayores y menores ingresos y escolaridad, asociados a Bolsonaro y Haddad, y la disputa entre ambos candidatos por los votos que se orientaban a favor de otras opciones. Es evidente que Haddad no heredó todo el caudal de votos que los sectores más pobres habrían volcado en Lula, y que parte de ese caudal pudo haber desembocado en el mismo Bolsonaro. El rechazo a este último tuvo un fuerte componente de género, siendo las mujeres el grupo que mostró mayor resistencia al militar; sin embargo, en la recta final su crecimiento se basó en parte en el voto femenino. En cuanto a los electores evangélicos, si bien están situados mayoritariamente en los estratos de ingresos en los que Haddad logró un mejor desempeño, contribuyeron al éxito de Bolsonaro en primera vuelta.

Todo esto nos lleva a una segunda cuestión a considerar, que hace a las posibles razones que determinaron el voto en apoyo a Bolsonaro, algo que debe analizarse sin perder de vista la procedencia regional y el estrato social de los votantes en relación con las preferencias electorales anticipadas por las encuestas y corregidas en las urnas. Sobre esto, un análisis cualitativo nos sugiere al menos tres perfiles en el voto a favor de Bolsonaro.

El primero sería un voto ideológicamente negativo y antipartidario, más específicamente antipetista, fuertemente concentrado en los sectores de ingresos y escolaridad más altos. Tal disposición a votar por Bolsonaro se nutriría del rechazo de esos sectores a las políticas redistributivas y de reconocimiento puestas en práctica por el PT, y se conformaría, en términos ideológicos, como una oposición con un claro sentido de clase, contraria a los beneficiarios de aquellas políticas (a los pobres, especialmente). Tal voto estaría, asimismo, basado en una ideología meritocrática de clase media y en la condena moral de la corrupción que los gobiernos petistas pusieron en práctica.

El segundo perfil surgiría de un voto más definidamente (o positivamente) ideológico, basado en una combinación de autoritarismo político, conservadurismo social y reclamos sociales de que haya más seguridad, relativamente bien distribuida en los distintos sectores sociales aunque con particular pregnancia en las clases populares. Actuarían en la base de ese voto el miedo a la violencia y la sensación de inseguridad urbana; la atracción por las propuestas que hacen eje en la seguridad con un fuerte sesgo autoritario (y en el que las eventuales víctimas de ese autoritarismo pueden recaer incluso entre quienes lo reclaman y apoyan); y las concepciones conservadoras respecto del género y la sexualidad, la familia y el orden social, en buena medida reforzadas ahí donde se da la adhesión al neopentecostalismo, aunque sin ser exclusivamente tributarias de esa doctrina religiosa. La ligazón de la trayectoria política de Bolsonaro con el tema de la seguridad desde una perspectiva autoritaria, así como su adhesión a los discursos morales de fuerte contenido religioso, habría permitido esa identificación de los electores con su figura.

Finalmente, el tercer voto a Bolsonaro sería uno negativamente ideológico y antisistema, un voto de protesta impulsado por la deslegitimación social del sistema político representativo que viene ocurriendo por lo menos desde 2014, incrementada por la ofensiva judicial anticorrupción desatada con la operación Lava Jato. En este sentido, Bolsonaro aparecería como un outsider –pese a ser un político profesional, con 25 años de actividad parlamentaria– ungido de cierta aura de honestidad, seriedad y disciplina que el sentido común le confiere al mundo militar, y potenciado por un discurso hostil a “los políticos” en general, un discurso “contra todo eso que tenemos” y, en particular, contra la corrupción vista como algo generalizado.

Haría falta investigar mejor el modo en que cada uno de estos determinantes ideológicos del voto se articula con los movimientos y los perfiles de los votos verificados en las encuestas previas y en los resultados finales en las urnas. De cualquier forma, puede decirse desde el comienzo que esos determinantes ideológicos atraviesan los estratos de clase y las adscripciones regionales (aun cuando presenten mayor anclaje algunas sobre otras) y muchas veces se mezclan o se superponen: el lulismo pensado como una combinación de conservadurismo social y apoyo a las políticas sociales redistributivas ya acarreaba en sí mismo los elementos sobre los que se basó la expansión del voto a favor de Bolsonaro entre las clases populares; la ideología meritocrática del antipetismo en la clase media conoce su versión específicamente popular en la valoración del esfuerzo de superación y supervivencia entre aquellos que, desamparados por el Estado y expuestos a diferentes formas de exclusión, logran asegurarse una mínima estabilidad en sus ingresos, puesto de trabajo, prestigio social y acceso a bienes materiales; la desigualdad, la meritocracia y el éxito individual también encuentran apoyo en la teología de la prosperidad sustentada por las iglesias evangélicas; el miedo a la violencia y los reclamos por más seguridad (más autoritaria) se expresan de distintos modos, pero acaban distribuyéndose en todas los sectores sociales; el rechazo moral selectivamente antipetista de la clase media como condena a la corrupción se diluye en un rechazo general al sistema político, que se percibe como un todo corrupto, y del mismo modo el reclamo por seguridad que exige más peso de la ley y el orden puede hacer que su blanco sea no sólo la delincuencia común, sino también la de traje y corbata.

El éxito del bolsonarismo, en suma, parece ser el de una articulación política, electoral y discursiva que se mostró capaz de integrar diferentes elementos históricamente presentes en la sociedad brasileña. Independientemente del resultado al que se arribe en segunda vuelta, el bolsonarismo parece ser una empresa política victoriosa, ya sea por la constitución de nuevos polos de fuerza en la sociedad o por la representatividad obtenida en primera vuelta con la nueva bancada en el Congreso Nacional y en el poder legislativo de distintos estados. Sus límites, pese a todo, residen justamente en la dificultad para preservar esa articulación, teniendo en cuenta las divisiones de clase sobre las que se monta y el gerenciamiento de los distintos intereses, expectativas y reacciones sociales sobre la base de medidas más o menos distributivas de una economía con intervención estatal o, por el contrario, sobre la base de medidas de coerción, castigo y violencia ante algunas de esas reacciones y expectativas.

Una versión más extensa de este artículo fue publicada en la revista Nueva Sociedad.

Traducción: Cristian de Nápoli.