“Vos no digas nunca que elegiste conscientemente la guitarra”. Son palabras que Luis Salinas solía escuchar de la boca de su madre. El célebre y talentoso guitarrista argentino fue autodidacta y abrazó las seis cuerdas desde antes de tener conciencia de sus propios actos. Su madre siempre le recordaba que cuando era bebé tiraba los juguetes por cualquier lado, menos una guitarrita de plástico a la que Luis se acercaba gateando para acomodar en forma prolija contra un rincón. Una partecita de su talento ya venía en la sangre de Luis: su padre, a los 11 años, era una especie de “niño orquesta” que tocaba la guitarra y la armónica al mismo tiempo que ponía un pie en un bombo y el otro en un hi-hat. Cuando el padre armaba guitarreadas, el chaboncito Luis se despertaba y arrancaba a tocar su juguete como por una pulsión de vida. “Yo no me acuerdo de todo eso, lo que quiere decir que ya vino conmigo. Después traté de desarrollar esa condición natural, que es lo que debemos hacer todos cuando tenemos una condición para algo”, dice.

Para el guitarrista, si uno tiene más facilidad en la mano izquierda debe trabajar la derecha y no descansarse en lo que le sale bien. “Si fuera director técnico de fútbol, a los derechos en los entrenamientos los haría patear con la zurda”, comenta. Por eso siempre trabaja sobre sus limitaciones, algo que le puede llevar bastante tiempo, algo así como toda la vida, porque las posibilidades de la música y la guitarra son infinitas. Los que saben suelen decir que antes de agarrar una guitarra eléctrica hay que dominar con solvencia la vieja y querida viola criolla. Salinas está de acuerdo con esta afirmación y agrega que también un tecladista debe hacer sus primeras armas en un piano. Esto le trae otro recuerdo, relacionado con la primera vez que visitó Uruguay, hace 30 años. Estaba en un boliche del que no recuerda el nombre y por la vuelta andaba nada menos que Eduardo Mateo, que lo único que le dijo fue: “Bo, la música eléctrica no va, eh”. “¿Por qué?”, le preguntó Salinas. “Porque cortan la luz y no podés tocar más”, contestó.

La conexión de Salinas con músicos uruguayos va mucho más allá de aquella anécdota con Mateo. Hace muchos años, en el boliche porteño El Callejón de los Deseos, el guitarrista conoció a Martín y Nicolás Ibarburu, los escuchó tocar y se volvió loco. “Nico es uno de los guitarristas más originales que conozco. Es realmente un guitarrista de fusión. Yo siempre digo que distorsión no es poner un pedal, sino ponértelo en la cabeza. Porque si no es fácil: ponés un pedal y ya suena medio rockero, pero no pasa por ahí. Él realmente conoce los lenguajes del jazz, el blues, el rock, y con toda esa cosa de Uruguay: el candombe y la murga”, señala Salinas. Además, resalta la técnica del baterista Martín Ibarburu, que es como tener “un ventilador con swing” atrás, que toca todos los estilos al mismo nivel.

Martín aporrea la batería y la percusión en algunos temas de El tren (2016), el último álbum de Salinas, que contiene suficiente música como para empacharse, en cinco discos en los que el guitarrista demuestra que maneja diversos estilos a piacere: jazz, tango, folclore, rock, blues y un largo y musical etcétera. El álbum está dividido en tres partes: “Solo guitarra” –Luis con su querida criolla–, “Solo Salinas” –junto con su hijo Juan– y “Latin Rock” –Salinas con su banda–. El quíntuple disco estuvo nominado en la categoría mejor álbum instrumental en los premios Grammy latinos y se hizo del galardón en los premios Gardel en la categoría mejor álbum instrumental, fusión, world music. “El tren me dio muchas satisfacciones. Que un disco como ese llegue a un Grammy, que lo hayan escuchado y que esté ahí, para mí es un privilegio muy grande, porque no hago los discos pensando que voy a ganar esto o aquello, sino por una necesidad de tocar; entonces, para mí es un premio doble”, comenta.

El guitarrista es de los que piensan que hay un auténtico rock latino, y menciona a Carlos Santana como al maestro del género. Agrega que en “Latin Rock” su hijo no se dedicó solamente a tocar la guitarra eléctrica con distorsión, sino que se involucró con el ritmo y lo llevó a recordar la época en que él era más joven y tocaba rock y blues. Por ejemplo, aquella vez que compartió escenario con el rey del blues, BB King. Fue en 1996, luego de que el guitarrista editara el disco Salinas. Por intermedio de su sello discográfico, se le dio la oportunidad de tocar con el legendario blusero en el teatro por entonces llamado Metropolitan, en Río de Janeiro. “De golpe, estaba en el Cristo Redentor por primera vez y después tocaba con BB King. Estaba como en una película de Walt Disney. Por supuesto, él no me conocía. Me dijo: ‘Vamos a tocar el último tema; si a la gente le gusta, seguimos’. Eso para mí fue peor, porque era una presión... Yo estaba muy nervioso, pero cuando llegó el momento sentía como un duende al lado que me decía: ‘Tranquilo, por algo estás acá’, y la mirada del maestro parecía decir: ‘Vamos a disfrutar’”, recuerda Salinas. Al final, al público le gustó, y tocaron cinco temas. Cuando Luis volvió al camarín, se aflojó y se puso a llorar, porque no podía creer lo que había pasado. Repitieron en San Pablo y en Buenos Aires, donde se les unió su compatriota Norberto Aníbal Napolitano, conocido por todos como Pappo.

Hoy de noche, a las 21.30, Salinas se subirá al escenario de la sala principal del Solís para desplegar todo su arte en las seis cuerdas, en un recital de más de dos horas, con una primera parte de tango y folclore y otra de jazz y rock latino. El guitarrista estará acompañado por Javier Lozano (piano), Juancho Farías Gómez (bajo) y Martín Ibarburu (batería). Como invitado especial estará su hijo Juan. “Son esos tipos que tocan poco pero mucho, que bajan la mano y tienen razón”, finaliza Salinas.