Stefano Cucchi tenía, al morir, 31 años. Estaba detenido en el área penitenciaria del hospital Sandro Pertini, en Roma. Había llegado hasta ahí luego de un pasaje por la cárcel de Regina Coeli y por el hospital Fatebenefratelli, en el que habían constatado que tenía hematomas en piernas y rostro, una fractura en la mandíbula, lesiones en el abdomen y el tórax (que incluían una hemorragia interna) y dos vértebras rotas. Según dice el expediente médico, cuando se le preguntó cómo se había lastimado respondió que se había caído por las escaleras. La verdad era otra: había sido golpeado salvajemente mientras permanecía bajo la custodia de los carabinieri que lo habían detenido. Al momento de la detención se le habían requisado 20 gramos de hashís y tres papeles de cocaína, además del Rivotril que tomaba por prescripción médica, porque era epiléptico.

La muerte de Stefano Cucchi, ocurrida durante la madrugada del 22 de octubre de 2009, seis días después de su detención, provocó una ola de indignación en Italia. Sin embargo, y pese a los reclamos de la familia y de la sociedad, los carabineros involucrados en el caso, así como los médicos que lo habían tenido como paciente, fueron absueltos. Fue la perseverancia de Ilaria, la hermana mayor de Stefano, la que logró que, en 2015, el caso fuera reabierto. Pero además, la historia llegó al cine bajo la dirección de Alessio Cremonini y con Alessandro Borghi (Suburra) en el papel de Cuchi. Presentada en la sección Horizontes del último Festival de Venecia, la película fue estrenada el mes pasado en forma simultánea en salas de cine europeas y en la plataforma de Netflix. Claro que no sin problemas: dada la relevancia del tema, fueron varios los centros sociales y agrupaciones juveniles que decidieron exhibir el film gratuitamente en espacios abiertos, poniendo la necesidad de difusión por encima de los derechos comerciales de los distribuidores. Sólo en la Universidad de la Sapienza la vieron gratis 2.000 personas. “Hacer un debate público ahora sobre lucha y abusos, fuerzas del orden contra derechos básicos..., justo en el momento que atraviesa Italia, era muy oportuno”, dijo al respecto el militante Alessandro Brunello. Y agregó: “Ha habido tantos casos parecidos...”.

En 2009 murieron en las cárceles italianas 190 personas; Stefano fue el número 149. Se espera que con la difusión de esta historia se obtenga justicia para Stefano y se llame la atención sobre la impunidad con que opera el sistema sobre los ciudadanos.