Octubre, un mes que se ha instituido desde las organizaciones sociales como el mes de la salud mental, ha colocado en el debate público varios aspectos en relación con el modelo de tratamiento y atención en salud mental en Uruguay. En el marco del proceso de aplicación de una nueva ley, que ha puesto fecha de cierre a los manicomios hacia 2025, se retoma la pregunta sobre qué hay que abrir para cerrar, y se instala la importancia de la transformación de los imaginarios sociales, para lograr un verdadero proceso de desmanicomialización.

En este contexto es que me interesa situar los diferentes imaginarios sociales de la locura en Uruguay, desde una lectura castoriadiana. Estos han sido relevados a partir de una investigación de tesis denominada “Alteraciones y movimientos”, que desarrollé tomando como base archivo de prensa, literatura científica y narrativa. Tomé el concepto de “paisajes” que ha trabajado Carmen de los Santos para instalar estos imaginarios como imágenes, escenas comunes que tenemos como sociedad, articuladas con la lectura de Michel Foucault en su Historia de la locura y de José Pedro Barrán en su caracterización de la medicina y la sociedad del 900.

El imaginario de la animalidad de la locura es uno de los identificados: se considera a la locura una fuerza animal, salvaje. Hay una primacía de los instintos, es algo que no puede controlarse. Se asocia a la sensibilidad bárbara (Barrán, 1989) y tiene como paisajes la extensión de una tierra libre, sin límites, poblada de alucinados, locos bravos y mansos. Se instala en la articulación entre la fiesta, el espectáculo y el castigo.

La locura mística es aquella que se desprende de la idea de lo sobrenatural, de la comunicación con el Cosmos. Se desarrolla en el ámbito comunitario y recupera sus concepciones de salud y enfermedad. Se asocia también con la locura de las mujeres, con las brujas, con la relación con lo desconocido.

La instalación de la ciudad trajo consigo el disciplinamiento y nuevos imaginarios para la locura, basados en el contagio, la instalación de la burguesía y la construcción de la enfermedad mental. Las imágenes del contagio tienen que ver con los sifilíticos, con la caravana de enfermos, con la construcción de los primeros lugares de asilo. Para instalarse la burguesía recurrió a la racionalidad como principio organizador; los locos eran los que estaban “mal de la cabeza”. La construcción de la enfermedad mental atrapó a la locura en diagnósticos, en manicomios.

El imaginario de la peligrosidad se fue instalando, en la medida en que el poder médico hizo alianza con el poder judicial. Supone la patologización de las pequeñas desviaciones, que a partir de un hecho puntual construyen un estado de peligrosidad que en cualquier momento puede advenir. Fue la historia de Iris Cabezudo matando a su padre, de Clara García de Zuñiga siendo declarada incapaz para hacer uso de sus bienes. Y es la historia de tantas otras y otros, que configuran un peligro público y son intervenidos (Domínguez, 1997).

La locura pobre y sola remite a un imaginario del abandono, del lugar en que se ha relegado la salud mental en Uruguay por más de 80 años. Son paisajes de mendicidad y pobreza, de celdas y calabozos; un “cementerio de gente viva”. Desde el manicomio, desde las colonias, a la calle. Desde la interioridad manicomial a la plena exterioridad, también manicomial.

Identifiqué un imaginario propio de la producción cultural rioplatense, que tiene que ver con la locura como rareza, como genialidad y bohemia, muchas veces asociada también con la nostalgia y la melancolía rioplatenses. Otras veces, se asocia con el horror y la tragedia, como nos contó Horacio Quiroga.

Estos imaginarios no son etapas, no deben pensarse de modo cronológico. Son producciones de significaciones sociales, configuraciones que se actualizan una y otra vez de acuerdo con diversos acontecimientos.

A partir de la existencia de Radio Vilardevoz como medio de comunicación comunitaria que funciona desde 1997 en el hospital Vilardebó, se estudiaron, a través del archivo de prensa y de la presencia de este colectivo en los medios, las nuevas imágenes de la locura que se han instalado en Uruguay. Entre ellas encontramos las que cuestionan los lugares físicos de la locura y juegan con esa tensión en torno a las preguntas ¿quién está loco?, ¿dónde están los locos? Proponen un lugar en el espacio público para la locura, no desde la mendicidad, sino desde la participación y la apropiación de los lugares. Hay viajes de la locura, hay marchas; los locos están afuera.

Otra de las nuevas imágenes tiene que ver con la actualización de un imaginario animal de la locura, en el que esta ocupa muchas veces el lugar de la espectacularidad, la fiesta y la denuncia. Se retoma ese imaginario y se propone un modo de apropiación de la alegría como potencia política en un manicomio que es máquina de tristeza.

El movimiento social de la salud mental se ha visto fortalecido en los últimos años, ha logrado colocar la demanda de una nueva Ley de Salud Mental en la agenda pública, impulsando su aprobación en 2017. Se ha instalado de alguna forma la imagen de la locura colectiva, colocada en el espacio público, formada por grupos y colectivos, en comunidad y desde la calle, de a muchos y con otros.

Hay imaginarios que continúan instalados y se reproducen, como el de la animalidad, el de la peligrosidad, el del trastorno y la enfermedad mental. Pero también están instaladas nuevas imágenes que cuestionan el lugar del encierro para la locura, que la devuelven a la producción social, que la piensan en sus condiciones de producción y emergencia. Esas imágenes que anuncian un porvenir son las que tenemos que seguir para inventar un Uruguay sin manicomios.

María Belén Itza es psicóloga.