Cuando el año pasado Netflix anunció el estreno de una nueva serie animada sobre Castlevania, los gamers más encumbrados fueron los primeros en tomar nota. El videojuego del mismo nombre fue uno de los clásicos beat ‘em up (juegos de plataforma donde el personaje jugador avanza destruyendo enemigos) de la década del 80 –1986, para ser precisos– que tenía como notable diferencia su referencia constante al universo literario y cinematográfico de los vampiros.

De hecho, las versiones originales del juego fueron bautizadas como Akumajō Dracula en su país de origen, Japón, y Vampire Killer en Europa, para remitir mucho más directamente a la trama. En ella, un habilidoso cazador de vampiros llamado Belmont –quien nada tiene que envidiarle a Indiana Jones en el dominio del látigo– enfrentaba nada menos que al mayor de sus enemigos, el mismísimo conde Drácula.

El nombre Castlevania, con el que terminaría popularizándose internacionalmente el videojuego, devenía de la combinación entre “castillo” y “Transilvania”, y por ser el nombre, además, del castillo del antiguamente conocido como Vlad Tepes.

Aunque exitoso en su primera encarnación, sólo aquellos jugadores regulares permanecieron al tanto de las muchas secuelas que fueron continuando aquel juego original y desarrollando aún más su historia o argumento, que involucra siempre a algún miembro del clan cazador de vampiros Belmont en su lucha ancestral con las huestes de la noche. Esas secuelas se han continuado a razón de casi una por año desde aquel ya lejano 1986, acumulando hasta la fecha más de cuarenta videojuegos.

Y aunque lejos de generar un alcance masivo o una base de fans que fueran el buscado público cautivo, la noticia de que se adaptaría parte de su relato en una serie animada despertó bastante entusiasmo. No sólo por aquellos que jugaron alguna entrega de la franquicia o habían visto alguno de los animés que la llevaron a la pantalla, sino también por los lectores del guionista Warren Ellis, elegido para la ocasión como adaptador de esta nueva entrega de la familia Belmont.

Ellis (Essex, Inglaterra, 1968) forma parte de la camada de autores británicos llamados a revolucionar la historieta estadounidense –contemporáneo de, entre otros, Grant Morrison, Garth Ennis y Peter Milligan– especialmente por sus aportes a Vértigo, subsello de DC Comics, con series como la notable –y bastante difícil de leer– Transmetropolitan o sus números de Hellblazer, así como aportes puntuales a prácticamente todas las editoriales del país del norte. Un notable autor del que se esperaba mucho a la hora de reinventar la saga en otro lenguaje y que lograra –casi que por vez primera– que una adaptación de videojuego a audiovisual saliera bien. Y salió, por suerte.

12 episodios y contando

La primera temporada nos presentaba un producto breve –demasiado breve: todo pasa apuradísimo para que entre en sus cuatro episodios de veintipocos minutos– y entretenido, pero en definitiva bastante menor. La animación no destacaba entre cualquier animé japonés barato de los últimos 30 años y la historia pasaba a toda velocidad con daños graves para el desarrollo de su propia trama, siendo el capítulo final y climax el más perjudicado.

A favor: el protagonista –Trevor Belmont– está bien desarrollado y resulta simpático; hay toneladas de gore y un elenco de voces (Richard Armitage, Matt Frewer, James Callis, Graham McTavish, Tony Amendola) que hacen que valga la pena verla en versión original.

La sensación que quedaba de aquella entrega, el año pasado, era de una temporada que oficiaba como de prólogo a la verdadera historia que se viene: el enfrentamiento con Drácula una vez este ha iniciado su cruzada (con motivos, ya que la Iglesia Católica es aquí el verdadero y detestable villano quien asesina a la esposa de Drácula y provoca su reacción genocida) para exterminar la vida humana. Pero, en verdad, nos equivocábamos al esperar eso.

En su segunda y más reciente entrega –de ocho episodios esta vez– la guerra entre vampiros y humanos que se perfilaba en verdad no se produce. Mientras Belmont y sus dos aliados –la maga Sypha Belnades y el vampiro Alucard (sí, Dracula al revés, porque es su hijo y se lo opone– se preparan para enfrentarlo; nuestro villano se encuentra todavía en pleno duelo y, más allá de atacar sangrientamente un par de pueblos, no ha comenzado en rigor su campaña de guerra. Esto desconcierta y provoca a sus generales –vampiros casi todos ellos, con la excepción de dos humanos con la habilidad de crear monstruos–, quienes no ven del todo claro su plan.

De entre los vampiros cada vez más disidentes asoma Carmilla –porque ya la ficción abreva de fuentes vampíricas más alla de Bram Stoker, como Sheridan Le Fanu–, una que tiene sus propios planes. Así, si bien no faltan las batallas o los momentos tremendamente gore, la serie propone en verdad otra cosa: una diatriba casi política que involucra distintos complots, traiciones, dimes y diretes entre los vampiros, que mantienen una guerra oculta ante la ausencia de una campaña clara contra la humanidad. Y ahora sí, pasa de todo.

Sin duda significa una mejoría –y prueba de la originalidad de Ellis al volante– a la primera temporada y una nota a seguir cuando se estrene su ya confirmada tercera temporada.