El músico, cantante y compositor Walter Bordoni cerrará la gira de su flamante octavo y último disco, El hogar de los distintos (2017), mañana en la sala Zavala Muniz del teatro Solís, donde se presentará junto a su banda y estrenará un par de canciones. El álbum es uno de sus mejores trabajos, de pulso rockero pero también milonguero, con contenidos que no abundan en la música uruguaya actual. Un motivo más que suficiente para conversar con él.

En la canción “El hogar de los distintos” se habla de varias personas que, por determinadas características, son desplazadas hasta que llega el gobierno. ¿A qué te referís estrictamente?

La canción en sí fue lo último que escribí. Primero tuve el título del disco, porque había varias canciones que ya estaban compuestas y hablaban de distintos personajes, entonces al final de todo compuse esa canción como para resumir el concepto, porque me parecía que el disco la precisaba. En cuanto a qué me refiero: a veces siento que con todo el tema de las políticas inclusivas –con la mejor de las intenciones, seguramente– se termina encasillando a la gente y se fuerza a una inclusión, o se generan nuevos guetos. De repente hay personas que quieren incluirse y otras que no, pero quizás como sociedad necesitamos decir “¿a este cómo lo ubico?, ¿qué casillerito le doy?, ¿qué política aplico para incluirlo?”, y te tenés que incluir. Siento que a veces se fuerzan un poco las cosas.

El otro extremo sería no incluir a nadie...

La inclusión está fenómeno pero también hay que dejar vivir. Hace poco se creó una policlínica para afrodescendientes. ¿Eso es incluir o formar un nuevo gueto? Dicen “ustedes van para acá”. A mí ese tipo de cosas me embroman un poco.

En la canción “Informe sobre indeseables” tratás el tema de los migrantes. A algunos les puede sorprender, porque la música popular actual no se mete mucho con el tema, por más que se palpa cada vez más en el día a día.

En estos días está el tema de la caravana de migrantes hondureños, y una de las historias que cuento es de una mujer hondureña, pero es casual. Cuando empecé a escribir la canción –hace más de tres años– ni siquiera sospechábamos que Donald Trump iba a ser candidato, era impensado. Pero creía que existían historias que había que contar. No suelo pensar, fríamente, “nunca se hizo una canción sobre tal cosa, entonces la voy a hacer”; simplemente me surgió la necesidad de escribir y contar esa historia. A veces, como oyente de música me parece que hay muchas canciones que sólo se miran el ombligo, y son muy autorreferenciales: “Me siento triste, me siento contento; te quiero, no me querés”. Yo también he escrito canciones autobiográficas, pero ya está. Me gusta escribir canciones que cuentan historias, y en este disco el hablar de casos excluidos, como los de “Informe sobre indeseables” o “Intemperie” –que la escribí junto con Alejandro Ferradás y habla de una persona en situación de calle–, no fue premeditado. También hay una canción inspirada en Marosa di Giorgio [“Minué de mariposa”], que en ese caso no se trata de alguien excluido sino de alguien que no parecía de este planeta. Por fuera de las canciones, a veces pienso que hay cosas que son tan obvias, como tener derecho a un lugar donde vivir o que el planeta produzca suficiente cantidad de comida para alimentar sobradamente a toda la población, y sin embargo hay gente que padece hambre. Es hasta ridículo, pero lo vemos como algo natural. De todas formas, al llevarlo a una canción trato de no ser panfletario, que siempre es un riesgo.

A veces el límite es muy difuso.

Claro. Nos pasó con Tabaré Rivero: en el disco anterior [La cifra infinita, de 2011] hay una canción que él musicalizó y yo escribí la letra, que es sobre los desaparecidos y se llama “Para una tumba sin nombre” –en alusión a la novela de Onetti–. Cuando se la mostré terminada, Tabaré me dijo que varias veces intentó escribir sobre esa temática y lo que le salía era una cosa tan panfletaria que la desechaba. Son temáticas delicadas, hay que tener cuidado.

Eso me lleva a tu primer disco, El gol de la valija y otros cuentos, de 1991, que incluye la canción “La excursión”, que es una de las primeras –si no la primera– de la música nacional que habla del aborto –clandestino, obviamente–. ¿Cómo era el contexto en aquella época?

Cambió muchísimo. Para esa canción me basé en una serie de artículos periodísticos que habían salido en Búsqueda. Creo que eran de Mercedes Sayagues, y uno hablaba de unas “excursiones” de parteras que alquilaban un ómnibus y cuando tenían cierta cantidad de mujeres que querían abortar –pobres, obviamente–, y acá no podían acceder al aborto porque era mucho más caro, organizaban un viaje a la frontera con Brasil, donde había una clínica con condiciones bastante paupérrimas. Igual que en la canción de los migrantes, tomé alguna frase de esa nota, porque me pareció muy fuerte. Como la mujer que decía “comprar algo en la tienda para abaratar, para disimular”. Y, en la de los indeseables, la frase “ayúdennos o dispárennos” la dijo un tipo cuando lo recogieron. Me pareció tan fuerte, porque significa “terminemos esto ya, en el sentido que sea”.

Hace pocos días escribiste en Facebook que en este país no había políticas culturales. ¿Dónde lo ves? ¿En la música?

En todo. Políticas culturales hay, pero quizás son demasiadas. Es decir, lo que no hay es específicamente una política cultural, una dirección. Desde el Estado hay acciones puntuales que desarrolla el Ministerio de Educación y Cultura [MEC], el Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo, y algunas cosas de algunos departamentos de cultura de otras intendencias. Y hay cosas que hacen el SODRE y el teatro Solís, pero no hay una línea, y a veces incluso hay cosas que se contradicen. En un momento, a las propuestas para el proyecto Uruguay a Toda Costa, de espectáculos en la costa, había que llevarlas a la Corporación Nacional para el Desarrollo. Hoy creo que ya no es así, pero el que define es el Ministerio de Turismo. Todo puede ser muy legítimo, pero ¿hay una línea cultural? Claramente no, sobre todo cuando no se sabe quién decide, o cuando lo hacen 15 personas o entidades distintas. Se ha invertido mucho dinero en cultura estos años, pero es el caos. Para algo tenemos al MEC. Algunas líneas básicas de qué es lo que queremos hacer y promover tiene que haber. Por ejemplo: ¿debemos tener un plan de fomento de la lectura?, ¿cómo lo hacemos? Yo escuché a un director de Cultura anterior del MEC al que le preguntaron quién decidía qué cosas se tenían que hacer en los centros MEC y en las usinas de cultura y contestó que todo el mundo. A mí eso me parece, al menos, discutible.

En Emisora del Sur conducís el programa Barrio virtual, en el que pasás música y hacés un poco de periodismo. ¿Qué sentís al estar del otro lado del mostrador?

Es un trabajo que me da mucho placer. Trato de hacer escuchar lo que no suena en otros lados. No es un programa sólo de música, y casi nunca me baso en novedades, porque trato de agarrar a un artista –o a una determinada corriente o temática– y mostrar su obra. En general trato de no editorializar, sino de mostrar de dónde viene, cuáles fueron las primeras cosas que hizo y qué influencias tiene.

¿De qué palo de la música uruguaya te sentís? Porque tenés una pata en la música popular y otra en el rock.

Me siento un humilde continuador de una línea de canciones de creadores como [Gastón Ciarlo] Dino y [Eduardo] Darnauchans, que son mis dos referentes fundamentales. Pero también Jorge Galemire, Jaime Roos y Mauricio Ubal, gente que hace canciones con elementos de “afuera” –rock, folk, blues– y los fusiona con cosas de acá, que en mi caso no es tanto el candombe pero sí la milonga y algunas cosas de tango. Y a nivel de las letras trato de tener cierto rigor formal, llamale “poético” o como quieras, y las escribo con un lenguaje de acá. A veces me rechinan esas canciones escritas en castellano pero que dicen “oh, nena, súbete a mi coche”. Nosotros tenemos un lenguaje propio y no hablamos como en Colombia o en México. Trato de reivindicar un poco todo eso, como mis mayores.

¿Ves a gente nueva en esa dirección?

Sí. Hay una compositora de canciones que me gusta mucho y que prácticamente no es conocida: tiene un solo disco, que sacó con [el sello] Perro Andaluz, y se llama Maine Hermo. Siempre trato de recomendarla mucho porque es una tipa que escribe muy bien.

Nombrabas a Jaime Roos, que en su época de esplendor, a mediados de los 80, era lo más escuchado de este país, pero me da la sensación de que ese tipo de canciones ya no son las que atraen masivamente a la gente.

Lo que pasa es que Jaime Roos es un caso aparte, porque en esa misma época estaban Darno, Fernando Cabrera –que no lo mencioné antes pero es otra referencia ineludible– y Dino, que si bien tiene alguna canción muy masiva, como “Milonga de pelo largo”, en general no se conoce. A mí me ha pasado de decir “voy a tocar con Dino” y que alguien me pregunte: “¿Quién es, el perro de los Picapiedra?”.