Los viernes de noviembre, la comediante subirá al escenario de Tractatus a hacer humor, que ahora significa algo muy distinto a cuando comenzó a hacerlo: en sus comienzos, Laura Falero utilizaba el humor para vencer la timidez, y redactaba trivias y horóscopos para una empresa generadora de contenidos pagos para celulares. Cuando se quedó sin trabajo comenzó un curso de stand up, y dice que era una estudiante “muy mediocre”. Sin embargo, su oralidad y capacidad de comunicación hicieron que sobre el escenario le fuera “muy bien”, y desde entonces no se bajó de ahí. Con ella conversamos acerca de Normal, pero también de política y (por supuesto) de humor.

¿Creés que el humor puede salvar al mundo?

No, lo va a salvar otras cosas, como la empatía, que está un poco relacionada. El humor es supervivencia; nos sirve para hacer el día a día menos terrible. Pero salvarlo, no creo.

¿Para vos también es supervivencia?

Yo lo tengo adentro, porque es mi forma de comunicarme con los demás, pero además lo practico a conciencia. El comediante argentino Félix Buenaventura dice que el comediante es alguien que está desesperado por algo, y yo estoy completamente de acuerdo. Creo que estamos desesperados, y yo utilizo el humor para responder algo o para hacer todo menos terrible. En mi vida el humor es una herramienta de comunicación, y en época de crisis está clarísimo que es lo único que hace que todo sea menos tortuoso.

¿Cambió algo cuando te profesionalizaste?

Lo que cambió fue la búsqueda de mi propia técnica para escribir humor y stand up, porque fui desarrollando un discurso político, y con este tercer material me doy cuenta de que he desarrollado una técnica que me resulta muy efectiva. Reconocí que tengo una forma de trabajar clara, que en mi cabeza funciona de determinada manera con determinados tiempos. Está relacionada con mi formación en comunicación, en escritura, música y teatro, obviamente. Y ahora, tomándome el humor de forma profesional, veo que es más o menos como ser un político. Cuando veo mis premisas y cómo se han desarrollado a lo largo de todos estos años, veo una evolución del pensamiento. El último show de George Carlin fue como un gran discurso político, e intuyo que voy por ese lado. Porque entiendo que el humor es mucho más importante que lo que yo creía, y dedicarse de forma profesional a esto también es una responsabilidad.

De los formatos en los que trabajás el humor, ¿tenés alguno preferido?

El stand up es el que más me gusta, porque en el escenario hacés el ejercicio de estar presente; el aquí y ahora, que deberíamos poder hacerlo todos en la vida, porque no estamos muy presentes cotidianamente. Ese ejercicio, que te permite decir “vivo, tengo un cuerpo y conecto”, te lo da el intercambio con la gente, y en mi caso es desde el escenario. Previo a eso necesitás observar mucho, para después llevarlo al aquí y ahora y construir humor.

¿No hay momentos en los que pensás más en el texto que en el aquí y ahora?

Para mí, el ejercicio de la comedia stand up es hacerte creer que lo estoy diciendo por primera vez. Cuando creo un material, me propongo hacer una hora de material por año, que es bastante. Después de que tengo esa hora y la voy probando, ahí recién comienza a andar, pero recién nace arriba del escenario, y para eso tenés que estar presente. Si estás pensando en el material, seguramente sea efectivo si sos un buen escritor de chistes. Yo no me considero una excelente escritora de chistes, pero creo que estando en el aquí y ahora de la escena estoy atenta a mi cabeza, a los nuevos remates, a las nuevas visiones y hasta a dónde puedo ir. Porque el material siempre puede ir mucho más.

¿Te reís con el humor ajeno o estás siempre tratando de adivinar el remate?

Adivinando el remate. Los que nos dedicamos a hacer chistes sabemos el truco del mago: cómo funciona, cuál es la técnica, si hago un chiste de tres, comparo esto con esto, hago un juego de palabras... Sabemos todo por el oficio. Y a veces siento que hay gente muy talentosa que hace chistes y utiliza el humor de forma medio chota, por no saber. Eso me pasa mucho. Me río cada vez de menos cosas. Me río de mis propias observaciones personales y de mis propias carencias. Y el mundo está en un momento en el que el humor es político. Entonces nos reímos, pero con una conciencia social. Si bien ahora todo el humor tiene un contenido político y una carga importante, trato de tener los cinco sentidos abiertos para poder observar cosas graciosas y buscarle el sentido gracioso a la vida, aunque estoy con esta cosa de darme cuenta de que nos podemos morir, entonces los chistes son cada vez más terribles, cada vez con más humor negro.

Justo cuando el humor negro está más perseguido que nunca.

Está muy juzgado. Todo el mundo está diciendo de qué nos podemos reír, hablando de los límites del humor... Y no hay límites en el humor. El humor está en función del lugar en el que te pares para hacer un chiste. Yo siempre tuve una postura, determinados valores, y mi humor fue siempre igual. Pero hay gente que no, y hay artistas que toda la vida tuvieron un discurso heteronormativo, que hoy está siendo cuestionado, y cuando hacen un chiste ya no es tan gracioso. La gente se para y se va y ellos se preguntan por qué. Porque tenés que rever tu discurso. Hay algo que está cambiando y evolucionando, y vos lo tenés que ver. Y eso también es parte del camino del humorista.

En ese camino, ¿vos querés hacer reír o hacer pensar?

¡Yo quiero hacer pensar! El objetivo siempre es hacer reír, pero con actitud crítica, incomodando al otro. No me interesa que te quedes tranquilo y te vuelvas a tu casa, me gusta que vayas a un bar a charlar de lo que pasó. Si no, para mí no tiene mucho sentido. Hacer humor remarcando estereotipos sociales no me parece que sea productivo, y menos en esta etapa del mundo.

¿Sigue siendo más difícil ser comediante mujer? Supongo que te lo preguntaron muchas veces.

Lamentablemente, sigue siendo. Porque la comedia, por herencia, es un terreno de varones: la comedia es masculina y el drama, femenino. American Pie es para varones y las películas románicas son para mujeres. Entonces yo me he encontrado haciendo chistes sobre mujeres, que no es algo normal. Y somos muchas que estamos haciendo eso; hablando de la realidad desde el punto de vista femenino. Es una voz que estuvo callada y oprimida durante años, así como otras voces y otras disidencias, y ojalá el mundo se abra a todas las demás. Que cada uno, con humor, hable desde su disidencia y muestre esa realidad. En Uruguay, en América Latina, con el machismo exacerbado que hay, se nos hace muy difícil. Cuesta tres veces más que el público crea en una mujer que hace reír. Te lo dice el público. Cuando te subís te lo dicen las propias mujeres: “A ver si me hacés reír”.

¿Pudiste zafar de eso que cuenta Hannah Gadsby en su especial Nanette acerca de ridiculizarse para hacer humor?

Yo me río del estereotipo femenino, que no es lo mismo. Un estereotipo construido desde la idea de la normatividad binaria, hombre y mujer. Me río, lo cuestiono y critico. No critico el masculino porque el que vivo a diario es el femenino, y es el que me imponen. Lo que hago es una crítica mucho más profunda; toda la investigación de estos casi diez años de stand up creo que ha sido sobre eso. He llegado a ciertas conclusiones, que seguramente evolucionen, y que tienen que ver con el estereotipo femenino en el mundo, que hay algo que está mal. Pero no hablo de mi vida privada y no me ridiculizo.

Muchas veces se dice que el humor femenino vive hablando de lo menstrual.

Lo que pasa con la menstruación es que, hasta que no la blanquee la publicidad, no vamos a parar. Sigue siendo un tabú.

Hay hombres que siguen pensando que es azul.

Y que yo soy un Avatar, no sé. Por un lado ponen una publicidad de una pasta de dientes que escupe sangre, y por el otro te siguen poniendo “en esos días”. No: es menstruación y es rojo. Hasta que eso no suceda vamos a seguir hablando del tema, que además siempre aparece porque es parte de nuestra vida. Porque nos acompaña durante 40 años. Y sí, vamos a hablar de eso. Ana Carolina, una comediante argentina, arrancaba su show tirando como unos coágulos de sangre a la gente, y la gente se horrorizaba. Nos gusta mucho jugar con eso porque nos divierte que a la gente le dé asco. Pero hay que naturalizarlo.

Cuando no funcione, va a ser una buena señal.

Me pasa con varios chistes sobre el acoso callejero, que lo hemos combatido bastante y por suerte ahora los chistes no funcionan tanto. Eso quiere decir que evolucionamos. En cuanto a la menstruación, seguramente cuando te tire un coágulo y no digas nada, ahí digamos “¡bien!”.

¿El interés más político de tu humor cambió tu postura sobre el escenario?

Me pasó que este año trabajé con muchísimos grupos sociales que me hicieron ver un montón de realidades que sabía que existían pero no las conocía realmente. Entonces me hizo ver mi lugar de privilegio, dónde estoy parada. Me hizo empatizar con un montón de realidades y cambiar la forma en que me paro sobre el escenario y en la que hablo. Tengo una persona escénica bastante cargada de ira por esa razón, porque vi un montón de realidades que no son visibilizadas. Este unipersonal [Normal], por ejemplo, tiene mucha carga emotiva. Son chistes; te vas a ir a reír, pero antes tuve un año entero de mucha búsqueda, investigación, que a mí me emocionó mucho. No emoción de “ay, qué divino el negro, lo chupo”. No. La emoción de decir “pah, la vida está fuerte”. Eso me carga a mí arriba del escenario para defender esas disidencias desde la resistencia y burlarme lo más que pueda del poder. Que quede claro que no me estoy riendo ni de mí ni de los demás: estoy tratando de que me expliquen cómo funciona o tratando de buscar respuestas de cómo funciona quien nos domina.

Y entender el lugar en el que estás te permite saber si estás apuntando para arriba o para abajo.

Eso mismo. Soy muy consciente de eso, y a partir de ahí construyo el discurso. Soy muy responsable al respecto y obsesiva con las palabras que utilizo, con la forma de decir desde la pedantería, el intelectualismo, y hasta desde lo más ordinario. Yo al principio era una comediante ordinaria porque decía malas palabras, y una mujer diciendo malas palabras... Imaginate el horror. Y era a propósito, para causar ese impacto. Ahora que evolucioné, empecé a ver que había un montón de personas que me iban a ver y hay cosas que no tienen por qué saberlas, así que trato de buscar un discurso que sea entendible, pero con cierta profundidad, siempre desde el lugar en el que estoy parada, mirando hacia arriba y abrazando a todos como diciendo: “Tranquilos, que todo va a estar bien. O no, pero bueno; estamos acá riéndonos un rato”.

¿Qué va a ver la gente que vaya al show?

Visualmente es muy divertido, porque la escenografía está a cargo de una artista visual que se llama Valeria Píriz, que es una genia. Tiene unos visuales que hizo mi hermano [Alejandro], que es diseñador gráfico y artista. Entonces, visualmente es un show muy interesante. Yo no me quedo quieta sobre el escenario, o sea que además de verme hablar, me vas a ver actuar. Me gusta mucho el acting y la actuación. Y por eso tiene tres números, uno de pantomima y dos performáticos. Y hay momentos de improvisación con el público.

Que te obligan a estar aquí y ahora.

Sí o sí. Y que van a formar parte de lo que suceda. Todo manejado, estudiado y pensado. Es una hora y cuarto, más o menos, aunque yo lo leo y para mí va a durar cuatro.