A fines de octubre la investigadora argentina Andrea Giunta pasó por el Espacio de Arte Contemporáneo para presentar su último libro, Feminismo y arte latinoamericano. Historias de artistas que emanciparon el cuerpo. El volumen es, entre otras cosas, una poderosa exhortación al ambiente cultural para que se empiece a reescribir de una vez la historia del arte, incluyendo lo excluido, sobre todo las obras de artistas mujeres, hasta ahora vergonzosamente postergadas.

Vino a presentar el libro Feminismo y arte latinoamericano. ¿Puede explicar cómo nació y en qué consiste?

Escribí el libro al mismo tiempo que desarrollaba la investigación para la exposición Mujeres radicales. Arte latinoamericano, 1960-1985 (Hammer Museum, Brooklyn Museum, Pinacoteca de San Pablo, 2017-2018), que cocuramos con Cecilia Fajardo-Hill. Se vincula con mi trabajo como investigadora del Conicet [Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, de Argentina] y a la necesidad de desarrollar investigaciones específicas, con problemas, hipótesis y archivos que publico en revistas académicas. Así, mientras trabajaba de un modo general sobre el arte de distintos países, de distintas artistas, desarrollé trabajos muy focalizados, en ocasiones centrados sobre una única obra, como sucede con el caso de Nelbia Romero, de quien analizo Sal-si-puedes, de 1983. Los abordo dentro de la estructura del ensayo, de la escritura crítica, pero con una base histórica y archivística muy precisa. En cada capítulo investigo un problema específico, conceptos que nombramos sin profundidad, como el de arte de resistencia. Cuando terminé con el libro-catálogo de Mujeres radicales, que fue un trabajo inmenso, comencé a ordenar estos trabajos que siempre pensé como un libro, con una estructura que no es histórica, que no es un relato, sino que está articulada a partir de distintos casos. Es un mapa de problemas más que una historia. El capítulo primero, más político y en el que introduzco el problema de la censura sistémica de las artistas mujeres desde las estadísticas, lo escribí el año pasado. Y las conclusiones y el glosario, después de la marcha y el día de paro internacional de mujeres del 8 de marzo de 2018. Es un libro que tiene distintos tonos de escritura, y desde esa multiplicidad aborda un mapa de cuestiones desde una estructura que no es lineal.

¿Hay algún campo, dentro del mundo del arte, en el que la predominancia masculina no exista? Si es así, ¿podría ser de ahí que se generara un cambio?

Estamos trabajando junto con compañeras del campo de la literatura, de la fotografía, de la composición musical, del teatro, del periodismo: en todas estas formas de expresión predominan actores varones. No se trata de un problema latinoamericano. Recientemente, más de 300 artistas y curadores firmaron una carta en la que señalaban la estructura patriarcal del encuentro de fotografía de Arles, que apenas deja lugar para las fotógrafas. Invito a revisar, desde una mirada atenta, los nombres de quienes escriben las columnas de opinión en los diarios y semanarios –incluso en los progresistas–, a contar cuántas obras de artistas mujeres se exhiben en los montajes de las colecciones permanentes de los museos: quedarán sorprendidos con los números. Ante los reiterados señalamientos de estas exclusiones, los curadores y los organizadores de los certámenes y exposiciones están comenzando a usar criterios de representación igualitaria. Cuando se analizan los resultados del Salón Nacional en Argentina, la única disciplina en la que en la larga historia del Salón las mujeres obtuvieron más premios es en el textil. ¿Y dónde pueden verse esas obras? En ningún lado. El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires curó una exposición con la colección propia y del museo MMK de Frankfurt: para esta exposición las artistas mujeres sólo contribuyeron en 10% al arte innovador de posguerra. Eso es lo que se le dice al público que va a ver la exposición a través de esta ausencia de las creadoras. El feminismo o las problemáticas de género ni siquiera figuran entre los temas por los que se ordenaron el guion y el montaje. El cambio se genera desde la conciencia, la investigación, la modificación de los criterios. Esto nos tiene que comprometer a todos.

¿Qué estrategias pueden aplicarse para revertir esta situación de disparidad absoluta entre artistas mujeres y artistas hombres?

Investigar, escribir, exponer. Los investigadores y los curadores tenemos una responsabilidad enorme en el proceso urgente de reescribir las historias del arte que hasta el momento no sólo se centran en el eje euro-norteamericano, sino que son clasistas, racistas y sexistas. El mundo del arte es predominantemente blanco, masculino y de clase media-alta. Lo que propongo es una perspectiva interseccional, que aborde también cuestiones de raza y de clase como agenda transformativa. Los museos tienen que desmontar la forma en la que exhiben sus colecciones permanentes y sacar de las reservas las obras de artistas mujeres que poseen pero que no exhiben; los premios, salones y exposiciones colectivas tienen que utilizar criterios de representación igualitaria: el cupo es una estrategia, no un objetivo. Si no vemos estas obras, nunca vamos a poder valorarlas, disfrutarlas ni conocerlas. Sólo así iremos cambiando la historia, algo que beneficiará a todos, no sólo a las mujeres: toda la ciudadanía tiene derecho a acceder a poéticas diversas, un derecho que se ve cercenado por un sistema que esconde, borra y ocluye. La representación igualitaria contribuye a la emancipación estética de la ciudadanía.

Hasta mediados del siglo XX, los artistas pensados como tales por la historia son casi exclusivamente hombres. ¿Es viable reconstruir una contrahistoria teniendo a “disposición”, a nivel meramente numérico, pocas artistas sobre las que reescribir una narrativa más comprensiva?

La investigación ha revelado que sí es posible reescribir la historia y acceder a muchas obras, por más que estén ocultas en las reservas de los museos. Georgina Gluzman está publicando en el suplemento Ñ de Clarín una serie de artículos sobre artistas borradas, cuyas obras se encuentran en las reservas de los museos, a las que está dando existencia mediante el análisis de sus obras. Obras sobre las que podemos leer sus artículos, pero que no podemos ver porque están guardadas en los subsuelos. No creo que tengamos que reclamar por una representación igualitaria hacia el pasado, pero hay mucho que se puede hacer, mucho que los mismos museos pueden hacer y no están haciendo.

¿Cómo ve la figura de Frida Kahlo y su uso? ¿Puede su marketización extrema neutralizar su valor real y, sobre todo, eclipsar a otras figuras que no tienen gancho comercial?

No me molesta la fama de Frida Kahlo, y en el estado del debate que estamos en este momento no creo que su reconocimiento resulte excluyente. No me interesa ese éxito masivo en sí mismo, su marketización no contribuye específicamente a lo que estamos abocados, pero tampoco es un obstáculo. Como señalé, el tema no radica en el éxito comercial sino en la transformación de un estado de cosas. Aun cuando, al parecer, en este momento el feminismo está de moda –Mujeres radicales superó los 100.000 espectadores en Pinacoteca, y el libro que presenté en Montevideo acaba de reimprimirse por tercera vez desde mayo, cuando salió la primera edición–, los cambios son lentos o no se producen. El conocimiento, el deseo de conocer, investigar y ampliar nuestra percepción, no pasa ni tiene que pasar por el marketing. Los investigadores trabajamos muchas veces desde el aislamiento y desde la oposición a lo dominante. Cuando comencé la investigación para Mujeres radicales casi todos mis colegas descalificaron el proyecto. El término “feminismo” no estaba de moda. El giro se produjo en el último año, tanto en América Latina como en Estados Unidos y, un poco menos, en Europa. Los investigadores no trabajamos para el éxito del mercado, trabajamos siguiendo problemas que nos interesan y tenemos un compromiso con el conocimiento, un compromiso intelectual, social, humanista y utópico. Confiamos en que el conocimiento contribuye a la emancipación. Nuestro trabajo nunca está neutralizado por el mercado.

Entonces, ¿la “nueva ola” feminista no corre algún riesgo de ser fagocitada por el mercado, dado que tiene un público potencial muy amplio?

La ley de interrupción voluntaria del embarazo no se sancionó en Argentina; la violencia que hemos visto en estos meses contra quienes trabajan para su aprobación –periodistas, militantes– da cuenta de que el tema no se ha despolitizado, no lo ha fagocitado el mercado: molesta, porta una urgencia política. Los feminicidios no han cesado, sus formas más monstruosas se han exacerbado. Estamos, como escribe Silvia Federici, en un estado de guerra no declarada: el odio hacia las mujeres se ha incrementado y no está al margen de las políticas de explotación que avanzan en nuestros países –la violencia hacia las mujeres es un anticipo de la violencia que se desatará ante las formas de resistencia frente al capitalismo global, capitalismo que el feminismo actual denuncia y resiste–. Discursos del odio y didácticas de la violencia forman parte de lo cotidiano. Aun cuando políticos oportunistas traten de apropiarse del color verde y del eslogan, sin que esto implique que van a hacer absolutamente nada para que el aborto se legalice o contra los feminicidios aberrantes que siguen sucediendo –más allá o, precisamente, por la fuerza de la ola verde–, la agenda del feminismo no ha sido fagocitada. Fundamentalmente esto se debe a que su agenda no se ha cumplido. Celebro el diálogo entre generaciones, los rostros pintados de verde, la fiesta compartida, porque inscriben nuevas facetas de la política, multiplican sus modos, sus lenguajes. La ola no ha devorado a la agenda: esta está activa y aún incumplida.

Hace un año en Argentina apareció el movimiento “nosotrasproponemos”, que causó bastante revuelo en el circuito artístico de su país. Usted fue una de las fundadoras, ¿puede explicar cómo nació el movimiento y cuáles son sus puntos conceptuales fundamentales?

Yo soy una más dentro de un movimiento colectivo en el que hay muchas voces. Puede encontrarse una aproximación a esta historia y a sus documentos en www.nosotrasproponemos.org

Nace de la percepción de lo profundamente patriarcal y machista que es el mundo del arte, con un machismo de varones, un machismo gay, un machismo de mujeres. No sólo los varones heterosexuales pueden ser machistas. Y, conscientes de la profunda desigualdad que lo atraviesa, decidimos inscribir, también, esa agenda específica. Además trabajamos juntas por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, contra los feminicidios, contra la pobreza. Pero también trabajamos para crear conciencia sobre la discriminación en el mundo del arte y para terminar con el patriarcado que en este domina. Una acción potente fue la que propusimos al Museo Nacional de Bellas Artes el 8 de marzo de este año: apagar todas las luces del montaje de la colección permanente e iluminar sólo la obra de las artistas mujeres. Sobre 270 obras, sólo se encendieron 22 luces. Algunas salas quedaron casi a oscuras.