Casi sin darnos cuenta, en Herodes (Estuario, $ 470) entramos y salimos de la cabeza de Jorge Montiel, un millonario argentino viudo que decide cuidar solitariamente a su hija preadolescente. Pero aunque conocemos algunas de sus impresiones, emociones, asociaciones, pensamientos, el personaje persiste en su opacidad. El efecto entre la abundancia de información sobre el hombre y la dificultad para encontrarle sentido es una necesidad de seguir leyendo para encontrar el dato, la pista que logre completar el puzle.

El responsable de ese trabajo de dosificación prodigioso es Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980), ganador en 2009 del premio Narradores de Banda Oriental con el cuento largo “El increíble Springer” –mix de relato fantástico e historia de crecimiento– y autor, entre otras obras, de las novelas El fondo (2013) y Los trabajos del amor (2015). Con él conversamos sobre Herodes.

¿De dónde salió Jorge Montiel? O sea, ¿cómo se delineó ese personaje? Me parece muy distinto a tus anteriores protagonistas, tal vez más lejano a la experiencia generacional o geográfica que solías narrar.

De algún modo es un personaje que podría pertenecer al mundo de un relato anterior, como “Threesomes”. Es decir, un personaje de la clase alta argentina (sobre todo la porteña), que es uno de los tipos humanos que frecuenté de adolescente en mi trabajo en el club de golf. Yo tenía esta idea de un viudo atormentado por el dolor de la pérdida, y por otro lado la idea de que ese personaje debía tener un trato particular con los fenómenos del mundo. Que fuera un personaje como Montiel, que en cierto modo vive “como un rey”, me allanaba el camino para una exploración estética en particular.

La idea de ir componiendo su figura en escenas no cronológicas y parciales, eso que Elvio Gandolfo en la solapa llama “el misterio literario”, ¿cómo surgió?

Primero que nada por la necesidad de hacer algo diferente, de investigar otras formas. Esa continua alteración o elipsis también es algo que siempre admiré de la técnica de Juan José Morosoli, pero no fue sino hasta bien pasada la mitad de la escritura cuando me di cuenta de que, de algún modo, estaba respondiendo a esa fascinación por ese detalle técnico. Sin embargo, intenté trabajarlo de modo propio. Digamos que me venía muy bien para lo que quería contar.

Me da la impresión de que con Montiel acercás y alejás la lupa de manera muy cuidadosa, quizás de un modo más controlado que con otros protagonistas. ¿Te propusiste trabajar especialmente sobre el punto de vista?

Por supuesto, y es como una derivación de lo anterior. Me interesa mucho la cuestión del punto de vista; de hecho, soy un gran admirador de Henry James. Como consecuencia de ese trabajo con el punto de vista de pronto me encontré con que debía dejar de lado el típico armado en capítulos (como lo había hecho en Los trabajos del amor, por ejemplo) y hacer un hincapié distinto en lo episódico, romper la concatenación argumental y elaborar algo así como “instancias de sentido”.

Al principio parece que la historia se ambienta lejos, pero pronto uno comprende que esta historia también tiene que ver con Maldonado. ¿Es, definitivamente, tu comarca narrativa?

No lo sé, no creo. No me gustaría sentirme anclado y no tener la libertad de escribir sobre otros lugares o situaciones diferentes. Por ahora hay muchas cosas de lo que ocurre en Maldonado/Punta del Este que me interesan como fenómenos estéticos o humanos. Esa noción “fronteriza” de Punta del Este (como se ve en la novela con las referencias a Buenos Aires, Italia o Estados Unidos) te hace pensar en otras “comarcas” también.

¿Por qué Herodes? ¿Qué relación hay entre el rey bíblico y este empresario argentino?

Puede ser un título incómodo, pero desde el comienzo de la escritura me sedujo día a día. Hay conexiones que pueden hacerse entre el personaje histórico y el de la novela, pero quedan para el lector, por supuesto. Sin embargo, me gusta pensar en Herodes como una suerte de evocación.