Plantaron bandera en Palermo hace un año, cuando tomaron posesión de una casa de 1920 sobre la calle Maldonado y empezaron las reformas, que implicaron modificar hasta las baldosas de la vereda y el árbol de la puerta. Son un grupo que venía trabajando, por un lado, en el área cultural y, por otro, en un campo en Lavalleja. Juntar las dos vertientes significó apostar a la producción orgánica, al arte y al barrio.

Están justo antes de donde arranca la movida de Cordón-Parque Rodó, y aunque en Tribu Bio Café pasa de todo, se respira un clima mucho más tranquilo. La decoración, que a algunos puede intimidar si la toman como un anticipo de los precios, es uno de sus puntos distintivos.

“Tenemos que romper con eso de que lo lindo es para otro. Es para todos”, dice Óscar Álvarez, parte del colectivo, mientras muestra cómo adaptaron la barra de mármol que supo ser del bar malvinense El Volcán y la heladera de madera que usaba el Oro del Rhin. Cuenta de los sofás de dos plazas para sentarse a la mesa, la iluminación que enmarca la fachada y hasta del empapelado que todavía piensan agregar.

Abrieron en mayo y desde entonces desarrollan una cocina de base orgánica: “Intentamos tener un abanico lo más amplio posible sin dispararnos”, aclara Álvarez. “Ser un lugar exclusivo no es nuestro objetivo, pero sí llegar a esos que se arriesgan en el gusto. La gente va detrás de la milanesa y el chivito, que a mí me encantan, pero la idea es usar sobre todo productos de calidad; luego hay platos de pescado, de carne, pero mucha verdura siempre, porque es lo que más tenemos. Lo que no podemos abarcar nosotros, tratamos de que sea lo más local posible y recurrimos a otros productores en la misma línea. Buscamos movernos de lo tradicional y al final la clientela lo agradece”.

La tienda que ocupa una de las habitaciones del frente todavía no tomó la dimensión que quieren. Ofrecen, además de vegetales y huevos de campo, aceite orgánico español, café brasileño y enseres de cocina, como cerámicas y objetos artesanales. Cultivaron frutales, pero esos van a tardar un poco más.

En la cocina hay un equipo que rota sin jerarquías, en coherencia con el proyecto entero. “Tenemos la carta fija y hacemos un menú semanal, lo que nos permite movernos y jugar con lo que cosechamos, ofertando todo el tiempo algo diferente. Entonces tenemos clásicos como el hummus, el babaganoush y jugamos con estas pastas de origen árabe para picar o cuando hay eventos, y hay picadas de quesos (también de cabra y de oveja) y de fiambres”.

Disponen en total de 350 metros cuadrados con un fondo pequeño, el espacio a cielo abierto que utilizan para los fumadores en lugar de mandarlos a la vereda, y cuando llegue definitivamente el calor, piensan transformarlo en un chill out. En la segunda planta va a funcionar una residencia de artistas y en cuanto a la terraza, que todavía está en obras, se inaugurará la parrilla y luego harán afters.

Aunque no saben bien cuál fue la primera familia en ocupar la casa, dieron con la historia de un matrimonio de Tacuarembó que vivió allí con sus nueve hijos. Más adelante, allí estuvo el Centro de Estudios Sociológicos del Uruguay. La estructura estaba en condiciones cuando Tribu decidió instalarse en toda la amplitud de la casona. “Hemos tenido eventos de 60 personas y sobraba lugar. Se mueve mucho lo cultural: estuvo el Festival Divercine, que fue la primera vez que salía de las salas a otro ámbito, los miércoles tenemos jazz, y el flamenco está pegando muy fuerte: hay dos grupos con actividades y cuando vienen, se llena. Los artistas determinan si se cobra entrada, si es a la gorra o a comisión”.

Por estos días, junto a una pared, el visitante podrá detenerse en una maqueta a escala, una obra viva, un terrón traído de una cañada, que condensa el espíritu del proyecto. La fotógrafa Sandra Pastorino, que actualmente ocupa los espacios expositivos, fue varias veces al campo en Lavalleja para concretar su trabajo. En cualquier caso, promueven que ese ida y vuelta se repita, no sólo en la producción de insumos para el restaurante sino también culturales.

En Maldonado 1858 y Emilio Frugoni. Abren para la merienda desde las 15.00 (los martes sólo hasta las 20.00), de miércoles a sábados hasta las 2.00. Trabajan a la carta y definen además una propuesta semanal. El menú con entrada, principal, postre y bebida ronda los $ 600-700 pesos; el medio menú (plato principal, postre y bebida), entre $ 400 y $ 500. Tienen cerveza artesanal tirada y de botella (Bizarra y Cabesas), vinos chilenos, argentinos y uruguayos (también por copa). La tienda –que ofrece vegetales orgánicos y huevos de campo– funciona sólo de día.