Período de desorientación, cambio, intensidad, la adolescencia no sólo ha sido material para el arte, sino también algo así como un punto de vista. Es fácil pensar en centenas de músicos que parecen continuar en esa etapa de la vida, pero, si se afina un poco más la mira, uno puede descubrir que hay muchos cineastas y escritores que raramente abandonan la oposición juvenil hacia el mundo. Dos series de Netflix visitan el universo inestable de la adolescencia desde una óptica que generalmente acompaña a la de los protagonistas.

»» Dark es la primera producción alemana para la multinacional del streaming, y así como la brasileña 3% tenía un toque local (y recordemos que su director fue el uruguayo César Charlone), esta serie tiene algo europeo, especialmente en el ritmo. La historia es de viajes en el tiempo, pero el agregado especial es el tratamiento de las relaciones familiares. La acción se ubica en un pequeño pueblo donde funciona una central nuclear, que aporta lo suyo a la trama de ciencia ficción. Esa trama, sin embargo, juega en paralelo con otra policial: cada 33 años se producen misteriosas desapariciones. El plus lo aporta la exploración que las paradojas temporales producen en la percepción de las relaciones padre-hijo; el protagonista, Jonas Kahnwald, es un adolescente que debe lidiar con el inexplicable suicidio de su padre.

El presente de la historia está datado en 2019, pero otra de las series temporales corre en 1986. Ese costado ochentero, más la proliferación de personajes menores de edad y la atmósfera de ciencia ficción/terror dispararon comparaciones con la estadounidense Stranger Things. En ese caso, habría que anotar que Dark es bastante más “adulta” en el desarrollo de los personajes y sus motivaciones. Eso sí: la música, como en Stranger Things, es gran protagonista, aunque en Dark los hits de los años 80 son más europeos (aparece bastante la banda Nena, que fuera de Alemania tuvo un solo éxito: “99 Red Balloons”).

»» The End of the F***ing World es la adaptación británica de un cómic creado por el estadounidense Charles S Frosman. Aquí, el padecimiento adolescente se da la mano con la comedia negra. James tiene 17 años y cree que es un psicópata porque ha matado pequeños animales y sueña con eliminar a una persona; Alyssa es una compañera de clase enfrentada a su madre y su padrastro. Huyen juntos; al principio él piensa todo el tiempo en asesinarla mientras ella se siente cada vez más atraída por él. Pero no se trata de personajes estancados, sino, justamente, de adolescentes que mutan, y mientras la huida continúa –la serie es, de algún modo, una road movie juvenil–, descubren nuevas facetas propias a la vez que chocan con el orden adulto.

Pensada como una película más que como una serie, según sus productores, The End of the F***ing World resuelve todo en diez capítulos de 20 minutos, aunque el clamor por una segunda temporada seguramente sea atendido. También aquí la música es protagonista, pero no por el lado de la nostalgia, sino de una sensibilidad indie-rockera, en la que hay lugar para la cosmopolita Soko y la leyenda del country bandido Hank Williams. Un punto alto extra son las actuaciones de ellos: Alex Lawther, lacónico, hiperagitado, y Jessica Barden, histriónica y entrañable. Dos actores a seguir.