En esta edición publicamos una entrevista con dos mujeres jóvenes, Lucía Ubal y Lucía Zapata. Fueron elegidas a fines del año pasado como secretarias generales de dos de las organizaciones con mayor tradición en la izquierda uruguaya, la Unión de la Juventud Comunista y la Juventud Socialista. En ambos casos, hacía décadas que el cargo no era ocupado por una mujer. Ambas saben que el cambio no fue casual y que no es suficiente.

No es que recién ahora haya mujeres capaces de desempeñar tareas como las que asumieron Zapata y Ubal. La militancia política es una, entre muchas áreas de actividad social, en la que la presencia femenina es desde hace muchos años paritaria o incluso mayoritaria, pero disminuye a medida que se asciende en niveles de responsabilidad, y muy especialmente en los cargos ejecutivos unipersonales y asociados con la representación externa. Al igual que en la división del trabajo más tradicionalista, determinantes culturales muy poderosas se suman para mantener a las mujeres en tareas “internas” o “domésticas”, indispensables pero poco visibles y a menudo subestimadas.

Lo nuevo –y aún insuficiente– en los últimos tiempos es que ha menguado la carga de prejuicios que obstaculizaba la elección de mujeres para los cargos políticos más “altos”, incluso cuando había mayoría femenina entre quienes elegían. Se debilitó, al ser impugnado en forma tenaz y fundamentada, el “sentido común” que identificaba los requisitos para ocupar esos cargos con características asociadas culturalmente a los varones, y se atenuó la dificultad para reconocer en las mujeres esas y otras cualidades valiosas para la conducción política. Va cambiando despacio, con una dinámica de avances y retrocesos que no garantiza para siempre ninguna conquista, nuestra concepción de lo que es natural y obvio.

Todavía estamos muy lejos de poder identificar y evaluar un “estilo femenino” de liderazgo político, o varios. Desde siempre en Uruguay –y no sólo en Uruguay, por supuesto–, los varones han sido muchísimos más, y cada una de las escasas mujeres dirigentes ha cargado, como estas dos Lucías, con la representación simbólica de una multitud. Eso dificulta la apreciación de matices, e incluso su manifestación.

Si algún día se terminan de eliminar las barreras específicas que debe superar una mujer sólo por serlo, quizá podamos considerar con datos suficientes cuáles son las verdaderas diferencias genéricas, o quizá la cuestión nos parezca irrelevante. Sea como fuere, en esas circunstancias cualquier persona con tareas políticas de conducción sería, muy probablemente, más libre de actuar con un estilo propio, y pocas dudas caben de que eso resultaría positivo para la política en general.

Por ahora, las excepciones son muy importantes. La desigualdad de oportunidades para las mujeres, al igual que la violencia machista contra ellas, tiene causas estructurales que se manifiestan en el terreno de lo simbólico, y desde él consolidan la discriminación. Por eso, y hasta que a nadie le llame la atención una secretaria general o una presidenta, Ubal y Zapata simbolizan, a su vez, la posibilidad de lo nuevo y la esperanza de que lo que hoy es nuevo nos parezca normal mañana.