Hace 300 años, Jonathan Swift revolucionó la sátira política con un panfleto llamado Una modesta proposición (para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público). Lo que proponía era, resumiendo, que los hijos de los irlandeses sumergidos fueran vendidos como comida para las clases más pudientes; así, sus familias tendrían un ingreso extra y se ahorrarían su manutención, y además, se contribuiría a mantener bajo control a la población irlandesa.

Cadáver exquisito, la novela de Agustina Bazterrica que fue la última ganadora del premio Clarín, es parienta por varios lados de Una modesta proposición, no sólo porque pertenece al linaje de especulación política, sino también porque su tema es casi el mismo: el canibalismo como posibilidad tolerable. Los asuntos ocurren en un futuro no muy lejano (el lugar también nos es familiar, pero la argentinidad en esta novela es un tema aparte) en el que, tras la aparición de un virus que ha matado a casi todos los animales, comer carne humana se ha vuelto corriente. El protagonista de la historia, Marcos Tejo, es el hombre de confianza del dueño de un gran frigorífico. El conflicto: su ocupación comienza a causarle problemas de conciencia, motivados por la reciente muerte de su hijo. Su pareja, abrumada por el dolor, ha vuelto a la casa materna. Su padre, ex dueño del frigorífico, sufre demencia senil. Su hermana le causa repulsión, ya que se ha adaptado rápidamente a las nuevas circunstancias (por ejemplo, quiere un “ejemplar vivo” para tener carne fresca disponible). Marcos entiende que el gobierno –los gobiernos, que esto es global– miente: no habría una epidemia animal, sino una conspiración para eliminar la superpoblación y controlar mejor la disidencia.

Si bien este es un tiempo difícil para el análisis de la resolución de una obra narrativa -el spoiler, el spoiler- hay que reconocer que se trata de una historia que descansa mucho en sus giros finales; diremos nomás que aparece un elemento proveniente del mundo “subhumano” que acelera el proceso rupturista de Marcos, y que Cadáver exquisito sufriría mucho con un spoiler, porque una de sus fortalezas radica en su catálogo de sorpresas. En la columna de las debilidades está la escritura: poco elegante, carente de riesgos, cinematográfica para mal (por la pobreza) y para bien (agilidad). Esto, sin embargo, está compensado por una imaginación “integral”: el proceso de institucionalización del canibalismo, o los distintos escenarios que recorre Marcos (proveedores, clientes y cosas así) están descriptos con una atractiva variedad de detalles que ayudan a disimular su verdadera razón de ser, es decir, el motivo fundamentalmente “alegórico” por el que están allí, y que completan la percepción de una sociedad que se ha adaptado paulatinamente al crimen organizado. Al revés que en la película/novela Soylent Green (escrita por Harry Harrison en 1966 y adaptada al cine por Richard Fleischer en 1973, y que también se cita en Cadáver...), en la que todos descubren que están comiendo cadáveres recién al final, aquí, desde el principio se nos muestra el proceso de naturalización de la pérdida total de derechos ajenos en pos de... una alimentación balanceada.

Es, decía, una sociedad que nos es próxima. Hay algo rioplatense en esa provincia salpicada de frigoríficos vieja escuela que han sido reciclados para la faena de carne humana (sería poco probable que un escritor de otra parte llegara a una historia así). Sin embargo, al mismo tiempo, la localía está controlada, limitada a pequeñas irrupciones sintácticas y cierto “racismo de periferia” (los personajes fríos y poderosos tienen nombres germánicos). Pero, después de todo, coquetear con lo cosmopolita también es una tradición argentina, con próceres ilustres (Bioy-Borges) y una infinidad de continuadores más cercanos a la frecuencia de Bazterrica (se me ocurre el Guillermo Martínez de Acerca de Roderer, 1992) que se mueven con premeditación en códigos cercanos al neutro universal. Es, en todo caso, un texto fácil de traducir a otros idiomas o formatos, porque la idea es más poderosa que la expresión.

En esto, la de Bazterrica sería una inversión de Swift, ya que su ensayo Una propuesta modesta buscaba incidir políticamente, pero fue mayormente apreciado como proeza literaria. Nacido en Irlanda pero en tránsito permanente hacia Inglaterra -la potencia sometedora-, Swift no pretendía crear una alegoría sino denunciar, por el absurdo y la exageración, una situación concreta que lo afligía (también su obra maestra, Los viajes de Gulliver –1726–, es más conocida por sus adaptaciones infantiles que como crítica al tipo de cientificismo que se expandía en su época). Posiblemente, cuando Pedro Mairal, Jorge Fernández Díaz y Juan José Millás premiaron a Cadáver exquisito, en noviembre del año pasado, hayan tenido en cuenta su potencial político y su pluralidad de interpretaciones interpelantes: cómo es posible llegar a perder la calidad de “humano”, cómo soportamos que muchos efectivamente ya la hayan perdido (los refugiados, los indigentes, los oprimidos). Ojalá llegue más rápido adonde Swift no pudo llegar del todo.

Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica. Buenos Aires, Alfaguara. 256 páginas.