Invitado por el programa Género, Salud Reproductiva y Sexualidades del Instituto de Psicología de la Salud de la Universidad de la República y por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, el reconocido académico francés Michel Bozon se encuentra en Uruguay brindando cursos y conferencias.

Bozon, nacido en la ciudad de Lyon en 1954, es sociólogo y antropólogo y director de investigación del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de París. Es un referente en la agenda de investigación europea y global en temas de sexualidad, que además conoce de primera mano la realidad de América Latina por sus trabajos realizados en Chile, Brasil y México, entre otros países.

–¿Cuál ha sido históricamente la relación de la ciencia con la sexualidad?

–La ciencia de la sexualidad es reciente, así como la palabra “sexualidad”, que existe recién desde el siglo XIX. Antes del siglo XIX, para referirse a la sexualidad se hablaba de la carne, siguiendo la tradición religiosa, que tenía un discurso muy dogmático sobre el asunto. En la segunda mitad del siglo XIX, aparecieron algunas ciencias vinculadas a la medicina, especialmente la psiquiatría, porque lo que interesaba en ese momento eran los comportamientos considerados anormales. El tema se enfocaba en los desórdenes sexuales, en las perversiones, por ejemplo. También estaba muy presente en ese momento el tema del contagio de las enfermedades venéreas, que era una gran obsesión en el siglo XIX, el riesgo de contraer sífilis. Más adelante, en el siglo XX, aparece un segundo tipo de ciencia de la sexualidad que se interesa más en mejorar la función sexual, apuntando a las disfunciones sexuales y no tanto a las perversiones; lo que se llamaba antiguamente la impotencia, que ahora se llama disfunción eréctil. También estos estudios trataban la anorgasmia en las mujeres y la falta de deseo. Esta sexología está simbolizada por los nombres de William Masters y Virginia Johnson, que en los años 60 fueron los fundadores de esa nueva sexología que quería mejorar la vida sexual de las parejas. Luego, en los años 70, aparecen otros abordajes, otras formas de interesarse en la sexualidad, en la que tienen menos espacio las preocupaciones clínicas de la sexología, pero en la se abren paso, por ejemplo, los militantes homosexuales y las feministas. Es en este período en el que aparecen las encuestas sobre sexualidad y los comportamientos sexuales, y la sociología y la antropología también comienzan a interesarse en la sexualidad, pero con un tipo de interés diferente, por ejemplo en los trabajos de políticas públicas. Este es el momento en el que se difunde y se desarrolla la anticoncepción, que se da en un contexto particular. Por esta época también aparece claramente un cambio de comportamiento de los jóvenes, que en los 70 tienen más autonomía, lo que genera preocupación en el mundo adulto. Eso fue un incentivo para que se desarrollaran ciencias sociales que se interesaron en el comportamiento sexual de forma muy empírica.

–¿Por qué es importante estudiar el comportamiento sexual de una sociedad?

–Conocer la vida sexual de una población es una manera de enfrentar una realidad que de hecho está contemplada a partir de muchos estereotipos sobre lo que hacen las personas, sobre lo que hacen los jóvenes. Hay, a veces, una sensación parecida al pánico cuando, por ejemplo, no se sabe más qué hacen los jóvenes. Entonces circulan versiones mitificadas sobre lo que están haciendo, sobre sus comportamientos. También en este marco el sexismo y los prejuicios sociales llevan a ideas que no tienen fundamentos en la realidad social. Entonces, uno de los motivos para estudiar el comportamiento sexual es tener una visión más realista de lo que pasa. Se podría pensar que estudiar la sexualidad científicamente lleva a tener un mayor control de esta, pero yo defiendo una idea contraria. Conocerse sexualmente como sociedad es una manera de cuestionar las propias normas de la sociedad. De tener una capacidad de reflexionar sobre esas normas y de poder debatirlas públicamente. Creo que en el fondo estos estudios fomentan la democracia y la construcción de ciudadanía.

–Usted afirma que la sexualidad humana se ha alejado inexorablemente de la biología para convertirse en un proceso netamente social.

–Eso puede explicarse de manera muy fácil, considerando, por ejemplo, la tasa de natalidad de Uruguay, que es más o menos de dos hijos por mujer. Ese dato indica que estamos muy lejos de la naturaleza, teniendo en cuenta lo que pasaba antes, cuando las mujeres podían tener seis, ocho, diez hijos. Eso se explica a partir de la anticoncepción, que de por sí ya es una manera de alejarse de la naturaleza. Es una intervención humana, social, sobre la fecundidad, que está totalmente organizada socialmente. Pero hay otros ejemplos. Desde el punto de vista biológico no sirve para nada que los adultos mayores tengan actividad sexual, porque no persiguen un fin reproductivo; sin embargo, en todo el mundo se está demostrando que las personas siguen teniendo relaciones sexuales hasta edades cada vez más avanzadas. Otro aspecto es la diversidad sexual. La población LGBT, desde un punto de vista biológico, no contribuye mucho a la reproducción. Todos estos elementos nos dan la idea de que en el proceso social histórico nos alejamos del concepto de que la sexualidad es un fenómeno natural.

–Según dijo usted, refiriéndose puntualmente a la edad de iniciación sexual de los adolescentes, en algunos casos los medios de comunicación deforman las cifras en pos de generar escándalo entre la población, algo que usted cataloga como discurso del pánico moral. ¿De qué se trata?

–Hay un primer contexto que puede llevar al pánico moral. La transmisión de normas, de representaciones, que tradicionalmente se daba entre los padres y sus hijos jóvenes, ya no sucede en la forma que se daba antiguamente, en forma vertical. Lo que existe ahora es una transmisión horizontal, en la que intervienen los medios de comunicación, sobre todo los nuevos, como internet y las redes sociales, y además los pares, lo que permite que se genere un nuevo contexto en el que los padres pierden el control, porque no saben con certeza lo que hacen sus hijos y esta situación ya alcanza para generar una especie de pánico. Esas dudas de los adultos generan rumores y sobre esa base se suelen comunicar cosas sobre los jóvenes. Desde el miedo y el desconocimiento. Sucede con frecuencia que los medios informen sobre algún hecho excepcional vinculado a algún joven y en torno a ese hecho aislado se pretenda establecer un patrón de comportamiento de los jóvenes. En este marco hay sectores conservadores que lamentan los cambios en los comportamientos y añoran una época en la que los jóvenes eran brillantes y no se iniciaban tan temprano sexualmente. Y hay muchas personas que no son tan conservadoras, pero que se impresionan con estos discursos. Entonces en el tema de los adolescentes casi todos están de acuerdo en que hay que hacer algo. No saben nada, pero entienden que hay que hacer algo. En América Latina esa visión es muy fuerte, y en Uruguay también.

–¿Por qué entiende que eso sucede de esa manera acá y no en Francia, por ejemplo?

–En Francia nunca fue un problema [la prevalencia de] el embarazo adolescente, mientras que es algo que está muy presente en Uruguay y en América Latina. Cuando en Francia alguna adolescente queda embarazada, generalmente aborta, porque la ley lo permite desde hace mucho tiempo. Esa cuestión nunca llegó a ser un problema, pero hay otros temas que generan preocupación social. En Francia ahora hay una gran obsesión con el tema del vínculo de los jóvenes con la pornografía, que parece ser la raíz de todas las catástrofes sociales. Hay una idea de que los jóvenes deben ser la meta de todas las políticas, cuando en realidad las encuestas que hemos hecho nos muestran que los jóvenes no tienen un comportamiento particularmente arriesgado que justifique el tratamiento que se les da.

–Usted ha dicho que actualmente las encuestas sobre sexualidad están más enfocadas en las vivencias personales, a diferencia de lo que pasaba en otros tiempos, en los que los estudios se centraban en los riesgos de contagio del VIH o la anticoncepción. ¿Qué datos surgen a partir de esta nueva realidad?

–Hay temas muy fuertes que surgieron en las encuestas más recientes, particularmente el tema de la violencia. Es necesario prestar atención a la manera en que las personas están hablando. Porque cuando una persona ha sufrido un acto de violencia sexual no siempre lo va a decir en una encuesta, así como no siempre va a la Policía a denunciar formalmente el hecho. No son cosas fáciles de hablar, pero aparecen en las encuestas como reflejo de una movilización social mayor sobre el tema, que les devuelve la memoria a las personas, como viene sucediendo últimamente con las denuncias de violencia sexual y de acoso en las redes sociales. No quiere decir, necesariamente, que haya habido un aumento de esta violencia, pero lo que sí existe es una reducción del silencio. Cuando hay una movilización pública y política como la que está habiendo sobre el tema de la violencia sexual, las personas reconsideran lo que han vivido, y ya no ven de la misma manera cosas que les parecían normales. Tenemos muchos ejemplos de esto. Como que las personas vuelven a leer lo que les sucedió. Entonces sucede que muchas veces, lo que puede ser visto como un aumento de casos es, en realidad, una liberación de la palabra. Eso es lo que pasa con las denuncias que hay actualmente en las redes sociales, que en algunos casos se refieren a hechos sucedidos hace varias décadas. No quiere decir necesariamente que los tiempos que estamos viviendo sean más violentos, sino que es un período más consciente de esa violencia. Y eso es una cosa muy positiva, porque los hechos que las personas denuncian son verdaderos y en este momento la sociedad se muestra empática con estas personas, al contrario de lo que sucedía en otra época. Hace 40 años, en las encuestas sobre sexualidad no había preguntas referidas a la violencia, y no porque la violencia no existiera.

–De acuerdo a sus encuestas, ¿qué cambios se vienen dando en la asimetría en los comportamientos sexuales de hombres y mujeres?

-Hubo una reducción en las grandes diferencias entre las experiencias sexuales entre hombres y mujeres. Para graficar el tema voy a tomar dos ejemplos bien diferentes. Hace 40 o 50 años casi ninguna mujer declaraba haberse masturbado, cuando entre los hombres es una práctica común a partir de la adolescencia. Según los datos de las encuestas más recientes, esa realidad ha aumentado muchísimo entre ellas, lo que nos muestra que las mujeres se han apropiado de su cuerpo en busca de placer, y en ese punto las cifras se están aproximando a las de los hombres. Otro aspecto interesante es que antes, en la década del 70, cuando se les preguntaba a los hombres y a las mujeres quién tomaba la iniciativa para tener relaciones sexuales en la pareja, tanto hombres como mujeres declaraban que en dos tercios de los casos el que tomaba la iniciativa era el hombre. Era una declaración muy fuerte, porque de hecho existía una forma de deber conyugal: se hacía el amor cuando los hombres lo disponían. En las encuestas más recientes, cuatro quintos de las personas, tanto hombres como mujeres, declararon que ambos tomaban la iniciativa, o sea que esa diferenciación, que estaba tan marcada antes, en la actualidad ya no lo está. Vemos que se ha transformado casi totalmente la norma de lo que es una relación sexual, y eso explica en parte por qué la violencia sexual ya no es más aceptada. Ahora existe una norma nueva, por lo que cuando una mujer no quiere tener una relación sexual no debe haber lugar para que la haya. De hecho, en las leyes sobre la violencia sexual hoy en día se puede considerar como violación una relación que se dé en el ámbito conyugal, algo que antes era impensado. Eso muestra que ya hay un camino recorrido en busca de la igualdad entre los sexos –que todavía falta mucho para que sea plena–. Por eso yo me muestro muy contrario a la idea de revolución sexual, que pretende que de un momento para otro, repentinamente, todos adquirimos los mismos derechos y somos todos iguales, cuando eso no es así. “Revolución sexual” es, además, una frase muy utilizada por los sectores conservadores. Por ejemplo, en el manifiesto que publicaron hace poco tiempo en el diario Le Monde la actriz Catherine Deneuve junto con otras mujeres, se refieren a “liberación sexual” y a “revolución sexual” para defender ideas muy reaccionarias. Entonces, el concepto de revolución sexual no describe en forma adecuada lo que ha pasado, porque no ilustra bien la gradualidad que han tenido los cambios y todo lo que falta hacer.

–Teniendo como referencia la encuesta sobre comportamientos sexuales que usted hizo en Francia, ¿qué impacto podría tener una encuesta similar en Uruguay, por ejemplo para la implementación de políticas sociales?

–En un país tan envejecido como Uruguay, que es el más envejecido de América Latina, hay que tocar el asunto de la sexualidad en algún momento. También puede aportar en un tema, que es el de la violencia contra las mujeres, porque una encuesta podría aportar datos importantes para implementar una política pública más audaz al respecto.

Otro aspecto importante de tener datos es que ayudan a tener una visión más objetiva sobre la adolescencia. A partir de una encuesta se puede imaginar el diseño de contenidos más interesantes para la educación sexual. Muchas veces hay políticas y especialistas que se oponen a todas las iniciativas que han surgido sobre educación sexual, porque la iglesia se ha movilizado contra todas las tentativas de poner la igualdad entre los sexos como centro de esta educación sexual, desde un aspecto ciudadano. En esas oposiciones a la idea de una educación sexual, lo que hay de fondo es una oposición a la igualdad de género.