Si entendemos el feminismo como la lucha por alcanzar la igualdad social, política y económica entre los géneros, es necesario comprender qué implican las identidades de género y poder extender el concepto de mujer. Visualizar que existen distintas maneras de vivir con una identidad que se expresa femenina, y que como consecuencia habita el lado oprimido del machismo.

Algunas feministas sostienen que la problemática social de las mujeres trans y travestis no deberían ser parte de los reclamos del feminismo. Esto tiene que ver con la relación estricta que creen que existe entre la genitalidad y la identidad/expresión de género. Como si el género no fuera una construcción social.

Por otra parte, otro sector del feminismo nos abraza y quiere construir con nosotras desde un lugar amoroso. Con la bandera de la sororidad bien arriba. Aprendiendo, errándole, a veces no teniendo en cuenta algunas voces. En este proceso colectivo de aprendizaje estamos todas.

Tenemos que entender que el feminismo es una herramienta ideológica muy potente contra el patriarcado. Busca liberar tanto a varones como a mujeres de los roles que son asignados por la hegemonía. El transfeminismo es una corriente que forma parte de los nuevos feminismos y que entiende que hay otras formas de habitar los cuerpos por fuera del binarismo impuesto. Considera que los cuerpos trans (y sobre todo las feminidades) son los que sufren directamente la violencia con mayor impunidad que el resto.

La realidad indica que la mayoría de las mujeres trans y travestis están inmersas en el comercio sexual. No es algo casual, es una de las tantas consecuencias del estigma social que recibimos. La temprana expulsión del hogar, y de todos los ámbitos –sociales, económicos y culturales–, nos dejan únicamente la posibilidad de habitar en los márgenes de la sociedad. De una sociedad que determina qué cuerpos están dentro de la norma y cuáles no pueden vivir en ella, por lo menos de manera visible.

El poder médico sigue patologizando las identidades trans basándose en la biología determinista. La iglesia nos sigue demonizando y en las calles se nos sigue violentando de forma explícita y permanente, tanto física como verbalmente. Esta violencia aumenta si además de ser una persona trans sos migrante, pobre, negra o del interior. Ni hablar si vivís con VIH o con alguna discapacidad.

Por esto es necesario incorporar el concepto de interseccionalidad. Porque tanto la raza como la identidad/expresión de género en un cuerpo trans/travesti son características tremendamente visibles y, por lo tanto, pasibles de discriminación, producto de la lectura y el ejercicio que hacemos como sociedad colonizada.

La interseccionalidad no sale de la galera. Comienza como una necesidad del feminismo negro para poder abordar las vulnerabilidades que se entrelazan por ser mujer y por ser negra y que se traducen en pobreza. Es producto de una construcción teórica llevada adelante desde hace muchos años, que es motivada por las múltiples formas de violencia que atravesaron y aún atraviesan las mujeres negras.

No se trata de un cúmulo de situaciones sociales adversas. Tampoco es una lista en la que gana –o más bien pierde– quien llena más casilleros de opresión. La interseccionalidad es la forma de explicar cómo los distintos ejes que cohabitan en la persona se vinculan y generan un impacto negativo que se complejiza según el cruce específico de estas variables. La clave está también en ponerse los lentes de la interseccionalidad para poder ver y reconocer los privilegios.

Si bien en Uruguay existen colectivos que trabajan en las reivindicaciones de algunos de los ejes de opresión, estos tienden a considerarlos por separado. Aunque existe la voluntad de generar alianzas y de militar por objetivos conjuntos, no se logra una transversalidad real. La coordinadora por la Marcha de la Diversidad es hasta el momento el único espacio de encuentro en el que confluyen colectivos de distinta naturaleza, como son las organizaciones LGBT, personas que viven con discapacidad, centros de estudiantes, personas que viven con VIH, afrofeministas, entre otros. Estos colectivos se nuclean por esta actividad en concreto, en un espacio-tiempo determinado, pero no se logran construir objetivos transversales durante el año. Quizá sea momento de trascender setiembre.

Elizabeth Spelman y Patricia Hill Collins son dos de las académicas feministas que han asumido el modelo interseccional. En el contexto estadounidense, estas pensadoras han hecho una crítica consistente a los marcos teóricos feministas mainstream por no reconocer la importancia de la discriminación de clase y el racismo en sus teorías sobre patriarcado, discriminación sexual y de género.

Es preciso reconocer el esfuerzo por intentar cambiar de paradigma y dejar de hablar de violencia contra las mujeres para hablar de violencia de género. Pero, al hablar de género en lugar de géneros, seguimos planteando la misma lógica. Entonces, todo lo que escape a la tríada hegemónica de clase, raza y género es agrupado en pequeños casilleros que se consideran sólo para ser políticamente correctos. Pero: ¿cuál es el compromiso real con estas especificidades?

El feminismo debe tener mucho más presente la descolonialidad. Comprender cuáles son los cuerpos que entran en el “mercado” del deseo y cuáles no. Por otra parte, debe analizar los cruces de identidades que resultan en una hipersexualización y los que son desexualizados, como es el caso de las personas con discapacidad o los adultos mayores, entre otros. Esa mirada es producto del imaginario colectivo y supone una violencia estructural.

Este es un momento bisagra. El tema está instalado y tenemos que seguir trabajando para lograr erradicar todas las formas de violencia de todos los espacios. Tenemos que reconocer nuestros cuerpos como territorio de conquista por la mirada del poder, pero también como espacio de lucha desde nuestra propia mirada. A su vez, es preciso entender que nadie tiene la verdad absoluta y que en colectivo siempre se construyen mejores cosas.

Si bien los avances legislativos en Uruguay han sido notorios, aún falta mucho. En 2009 se aprobó la ley de cambio de nombre y sexo registral. Pero este no es un trámite accesible para todas y todos. Se lleva adelante mediante un largo proceso judicial que requiere gastos y en el que deben presentarse testigos y finalmente se debe contar con la aprobación del juez de turno.

En 2017 el Consejo Nacional de Diversidad Sexual crea el Proyecto de Ley Integral Trans. Propone que el trámite de cambio de nombre y sexo registral deje de ser judicializado y pase a ser un trámite administrativo, como es en el caso de Argentina. Este proyecto, que como dice su nombre es integral, abarca distintas áreas de la vida de la persona e intenta brindar herramientas básicas, como son becas de estudio o cupos laborales en los llamados que realiza el Estado.

También plantea un resarcimiento económico para las personas trans que hayan nacido antes del 31 de diciembre de 1975, es decir, quienes en dictadura y durante los primeros gobiernos democráticos hayan sufrido terrorismo de Estado por causa de su identidad de género. Esta reparación fue tergiversada por los medios masivos de comunicación: instalaron la idea de que todas las personas trans, por el solo hecho de ser trans, recibirían ese dinero, que equivale a tres BPC (Base de Prestaciones y Contribuciones). En la posverdad todo vale.

Las personas trans hemos sido históricamente discriminadas en los medios. Nuestras historias han sido ridiculizadas, nuestra realidad ha sido contada desde una visión sesgada, desde una visión que no es la nuestra. Por eso es necesario que nuestras voces, como tantas otras, sean tenidas en cuenta. No sólo para ser entrevistadas como casos que se salen de la norma o para ocupar los titulares policiales. En primera persona, para generar contenidos y poder comunicarnos desde ahí, desde lo que nosotras tenemos para decir, desde esos espacios que aún siguen siendo de unos pocos.