La historia no se repite, pero enseña desde el pasado cómo somos, porque nos muestra nuestra construcción como sociedad.

El Uruguay es un país especial en América Latina, y haber renegado de esa especificidad fue negativo. Nuestro país vivió un proceso socializante y reformador a principios del siglo XX que determinó muchas cosas, entre ellas nuestro imaginario como sociedad. Nos pensamos a nosotros mismos en clave social y estatista, con todo lo real y fantasioso que eso tiene.

El batllismo de Pepe Batlle y luego el ciclo de su sobrino, Luis Batlle Berres, generaron un Estado intervencionista y una cultura de amparo, en la que el Estado fue el “gran empleador” pero también un protector social, un agente económico, un poder disciplinador, educativo, dador de salud, de alimentos, y un largo etcétera que abarcó, incluso, un “Estado hotelero”.

Con todas sus virtudes, esa cultura tuvo también grandes defectos. La burocracia estatal, afín a los partidos tradicionales, pero principalmente al Partido Colorado, generó formas, estilos, costumbres, maneras de gestionar, bolsones de poder. La burocracia colorada, casi, fue el Estado.

De esa realidad nos hicimos cargo en 2005. En las elecciones del año anterior, el Frente Amplio aniquiló al Partido Colorado; en consecuencia ocupó su lugar tanto en el poder como en la historia. Ocupar desde la izquierda el Estado construido a lo largo del siglo XX implicaba reformarlo profundamente, para terminar con sus vicios y sus defectos. No transformar las bases del Estado colorado te puede transformar en él.

Asimismo, el Estado liberal uruguayo tuvo como virtud alentar el desarrollo de los movimientos sociales sin caer en la tentación de cooptarlos. El movimiento obrero, históricamente, tuvo autonomía respecto del poder político estatal, y en los gobiernos del Frente Amplio esta característica se mantuvo. Sin embargo, el proceso contemporáneo muestra una preocupante burocratización del PIT-CNT en desmedro de la militancia.

Los intereses de la nueva élite gobernante –salarios, poder, prestigio– genera el “freno” para los cambios. Mientras el primer batllismo tuvo en la crisis económica de 1913 y en la reacción imperial conservadora la causa del “freno” a las reformas, el batlleberrismo tuvo, también, su crisis y sus corrupciones que causaron su derrota. ¿Pasará algo similar hoy? La burocratización frenteamplista es una de las causas del enlentecimiento para los cambios, o de su total detención. No llevar a cabo la reforma del Estado, como demostramos que se pudo hacer en varias áreas, sólo nos puede jugar en contra. Eficacia, transparencia y claridad son bases fundantes para el cambio social desde el Estado y no una mera consigna yuppie, como sostienen algunos compañeros.

El Frente Amplio ha hecho grandes obras, profundos cambios en todos los ámbitos, que no tienen marcha atrás. Pero la contrarreforma conservadora de la derecha, presente en todo el mundo, busca su espacio en el Uruguay para plasmar su proyecto regresivo. Flaco favor le hacen a la izquierda aquellos que en vez de hacerse cargo de lo realizado para profundizar y radicalizar la reforma y la democracia, se muestran ajenos a la obra realizada y añoran caminos que no existieron, utopías que fracasaron, proponiendo atajos... hacia atrás.

Ideología y partido

La ideología juega un papel central en nuestra obra. Las ideas impulsan o acompañan en la construcción política y democrática, pero poner a la ideología por delante de la política sólo nos puede llevar al totalitarismo. Nosotros no estamos para cumplir profecías ideológicas de antaño, existimos para cambiar para mejor la vida de la gente, para sentar las bases de un país desarrollado, justo, que nos permita pensar en un futuro distinto y mejor construyendo un presente de beneficios y disfrute para todos. Poner el dogma por encima de la historia siempre terminó mal; la experiencia lo muestra tanto hacia la izquierda como hacia la derecha.

El Frente Amplio es un partido de nuevo tipo. La mayor construcción política del pueblo uruguayo. Pero para perdurar y seguir siendo un instrumento democrático necesita cambiar. De lo contrario se transformará en una caricatura de sí mismo, irreal, útil para las elecciones y nada más. Tal como fue el Partido Colorado. Salir de sus burocratismos, de sus inercias, de su inoperancia, en definitiva, implica una transformación de sus estructuras, pero también debe ser un cambio profundo en las formas de hacer política.

La izquierda existe para la transformación social, y esta no se realizará sin el permanente cambio en formas y en acciones. Lo único permanente son los cambios, y no nos podemos negar a ellos. Desgraciadamente, la burocracia, siempre conservadora, ni siquiera se anima a discutir el punto.

La nueva forma de hacer política implica reglas claras e indiscutidas, basadas en la legalidad y en la ética. En la izquierda no hay lugar para corruptos. Los costos políticos que hemos pagado por nuestros titubeos a la hora de ser claros con aquellos que traicionan nuestra mejor historia son casi tan graves como los propios actos de corrupción. La burocracia debe comprender que la política tiene límites, los límites de la ética. Y en eso somos intransigentes e intolerantes.

Ahora debemos poner proa en un cuarto gobierno, que no puede ser uno más ni debe ser el resultado de la inercia. Sería lamentable ser votados no por nuestras ideas, sino porque nos transformamos en lo menos malo. Eso marcaría el inicio de nuestra derrota. Hoy el programa a escribir no debe ser un espacio de disputa para imponer puntos de vista. Eso dividiría al Frente entre duros y blandos, entre revolucionarios y reformistas. Esto no sólo es anacrónico, es contraproducente. Llegar a aprobar un programa fundado en el dogma sesentista para que luego el gobierno haga con él lo que pueda o quiera sería engañar a la gente. Nuestro pueblo no se merece eso. Nosotros no nos merecemos transformarnos en demagogos o en cínicos posibilistas.

Mucha gente está decepcionada, desilusionada, embroncada. A veces con razón, otras no tanto. Pero se percibe una sensación de insatisfacción que, creemos, refleja que hay un proyecto de la izquierda que está terminando. Este proyecto que está en sus fases finales implica el agosto de una manera de hacer política, de comunicarse con el pueblo, de presentar los problemas, de gestionar el Estado, de relacionarse con la sociedad. El síntoma de malestar social con el Frente es innegable. Y sólo hay una solución: cambiar para seguir cambiando.

Enrique Canon, Fernando López D’Alesandro, Ramón Rivarola | Canon es director nacional de Aduanas, López D’Alesandro es docente del CERP y de la Universidad de Montevideo, Rivarola es dirigente de Banderas de Líber