A pocos kilómetros de la frontera uruguaya, en Mato Grosso do Sul, hay una lucha desigual. De un lado, el diezmado pueblo kaiowá guaraní, del otro las grandes empresas agrícolas (con sus bandas de asesinos a sueldo), el capitalismo, la Policía, el Estado. A Uruguay llegan pocas (o ninguna) noticias de esa desesperante situación. No hay conciencia de que los indígenas, auténticos y primeros dueños de estas tierras, están siendo exterminados. Es una política de Estado, no escrita, desde la colonia. En nuestra comarca lo resolvimos en Salsipuedes, el 11 de abril de 1831, y nos olvidamos del tema.

Las grandes plantaciones de soja, maíz y caña de azúcar y la minería están acorralando a este pueblo. Las zonas selváticas, ecosistema donde han vivido desde épocas remotas, son deforestadas a gran escala, y los indígenas, expulsados –si es necesario por métodos violentos–. Los asesinatos son moneda corriente y la impunidad también. Los moradores viven actualmente confinados en ocho pequeñas parcelas, alejadas unas de otras. Pero el terror y el hambre hacen que muchos se retiren a lugares más seguros, o monten campamentos al costado de las carreteras, con precarias chozas cubiertas con nailon negro.

“El indio tiene que venir para el lado del progreso, no podemos crear parques y zoológicos de indios”. Jair Bolsonaro, diputado federal. Entrevista en Diário do Amazonas. Diciembre de 2015.

El fotoperiodismo tiene un rol histórico que cumplir: difundir, informar y denunciar. Desde los pioneros del documentalismo del siglo XIX, que comenzaron a registrar las guerras (la de la Triple Alianza, por ejemplo), pasando por todos los sucesos del siglo XX y XXI, los fotoperiodistas han aportado imágenes que contribuyeron a la toma de conciencia de la ciudadanía. La guerra de Vietnam es un ejemplo muy conocido: cuando comenzaron a aparecer los ataúdes cubiertos con la bandera estadounidense se produjo una presión popular para acabar con el conflicto. Luego vino la censura de imágenes que aplican los gobiernos en guerra; ya no se ven muertos. Esto no hace más que fortalecer la idea de que las imágenes tienen un gran poder de sensibilización y, por eso, el fotoperiodismo es una profesión muchas veces riesgosa. Es visto como una amenaza por el statu quo, y está muy bien que eso pase, que no sea inocuo.

“Si asumo [la presidencia de Brasil] los indios no tendrán ni un centímetro más de tierra”. Jair Bolsonaro, diputado federal. Entrevista en el Parque de Exposiciones João Humberto de Carvalho, Dourados. Febrero de 2018.

Destaco esta rama de la fotografía porque creo que tiene un compromiso con la realidad; a diferencia de lo que puede pasar en el resto de la fotografía, no vale todo. No se admiten cambios en los contenidos de la imagen: sólo algunos retoques técnicos. Es importante para la profesión que el observador tenga confianza en que la publicación muestra una huella de la realidad, y no un montaje engañoso. Sobre todo cuando, como en la actualidad, se dispone de programas de edición digitales que hacen muy fácil, técnicamente, alterar una imagen. Desde esa base de honestidad, la fotografía de prensa mantiene aún un grado de credibilidad importante.

“Si exacerbamos la ocupación pretérita, vamos a tener que entregar a los indios mi ciudad maravillosa, Río de Janeiro”. Marco Aurélio Mello, ministro del Tribunal Supremo Federal. Entrevista colectiva en prensa. Mayo de 2008.

Ana Mendes y Pablo Albarenga exponen Mantengo lo que dije, una mirada desde adentro de una comunidad kaiowá. Ana es brasileña y descendiente de indígenas; con su madre (periodista), visitaba desde pequeña distintas comunidades. De ahí viene el interés-amor por la causa indígena, y también el conocimiento de lo que pasa. Pablo, uruguayo, comenzó a hacer fotografía en 2015, y se interesó en el tema antes de conocer a Ana, se informó y viajó a Mato Grosso. El azar y la necesidad (como siempre) los juntaron.

“Allí están anidados quilombolas [negros], indios, gays y lesbianas, todo lo que no sirve, están allí anidados”. Luiz Carlos Heinze, diputado federal. Audiencia pública sobre demarcación de tierras indígenas. Noviembre de 2013.

Los autores nos muestran una mirada que parece no ser foránea, sino desde adentro. No se nota que entre el fotógrafo y el retratado esté la aparatosa cámara profesional: la actitud es relajada, de confianza, algo que cualquier fotoperiodista desea lograr. Usan lente gran angular (nunca teleobjetivo), lo que transmite cercanía espiritual. Ana y Pablo tienen claro el objetivo; no es una muestra más de indios: es una denuncia periodística, informada, con conocimiento de causa y con toma de posición. Se ven la vida y la muerte, la felicidad de los niños en el agua y los grandes en pie de guerra. Los campos deforestados y con cultivos hasta donde se pierde la vista, las chozas al costado de carreteras. Intercaladas entre las fotos, aparecen frases de políticos y otros personajes que hablan del desprecio de los poderosos hacia los indígenas. Uno se pregunta si serán ciertas: lo son.

Creo, en síntesis, que hacen honor al mejor fotoperiodismo. Conmueven.

Vemos, también, dos miradas culturales que se cruzan, que se aceptan, que se quieren.