Cada año, el rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) es uno de los más firmes candidatos al premio Nobel, algo que a él más bien lo hastía. Ayer, este gran escritor de la literatura europea contemporánea volvió a ser noticia, cuando ganó el premio Formentor de las Letras 2018, dos meses después de haber obtenido el Thomas Mann de Literatura.

Así, Cărtărescu volvió a ser premiado (con un galardón dotado en 50.000 euros e impulsado por la editorial española Seix Barral) por el conjunto de su obra, destinada a potenciar “la transformación radical de la conciencia humana”. El jurado integrado por el argentino Alberto Manguel (premio Formentor 2017), la francesa Aline Schulman y los españoles Francisco Ferrer Lerín, Andrés Ibáñez y Basilio Baltasar se reunieron en Buenos Aires, y señalaron que a lo largo de su obra, el rumano evidencia la realidad de la “cartografía de la memoria, la libertad de la imaginación y la pulsión de los deseos”, a la vez que destacó el ímpetu narrativo con el que “ha sabido expandir los límites de la ficción”. Y, con este reconocimiento, se suma a una importante lista de premiados, entre los que se encuentran Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Witold Gombrowicz, Carlos Fuentes y Ricardo Piglia.

Con una carrera que comprende todos los géneros (poesía, narrativa, ensayo y dramaturgia) y a la que críticos europeos han comparado con la de autores como Thomas Pynchon y Franz Kafka, Cărtărescu admitió estar “enormemente honrado por la concesión de este premio”, que acepta del modo “más humilde y con enorme emoción”, ya que el Formentor es uno de los premios literarios más prestigiosos. También agregó que su “humildad se acentúa” cuando se compara con los “brillantes escritores” que lo antecedieron, a los que respeta y reconoce como sus maestros en “múltiples sentidos”.

Manguel, que además de escritor y ensayista es el actual director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, se refirió a la lectura local de Cărtărescu: el trasfondo de “toda su literatura es la dictadura de su país, eso que él llama ‘los años robados’. Un argentino no puede leerla sin sentir esa misma relación con los años robados de nuestro país. Cărtărescu recrea ese ambiente de temor obligado, de amenaza injusta, de sentir que estábamos en una sociedad en la que ninguna regla era válida salvo el capricho de algunas personas. Eso se siente en las pesadillas que recrea, y lo convierte en un escritor muy argentino”, subrayó. La escritora y traductora Schulman, en su caso, planteó que el autor de Selenoid funciona como una suerte de serpiente. “Al principio, leyéndolo, me generaba malestar porque no sabes a dónde te va a llevar, porque siempre escribe al límite de lo sórdido, lo negro, la ironía. Luego te dejas llevar por los laberintos y caes en sus sueños, te los crees y ya no quieres salir”, analizó. Y para aquellos que no lo conocieran, recomendó comenzar con el pequeño relato “El ruletista”.

El muro del silencio

Cărtărescu dice que sólo quiere desenmascarar la realidad y “abrir puertas a laberintos imposibles de desentrañar”, y para esto “escribiría aunque no quedase ni un solo lector en el mundo”. Este autor de más de 30 libros, que despliega un mundo habitado por la violencia y la desesperanza, y sustentado por sueños y pesadillas recurrentes, debutó como poeta en el círculo literario El círculo de los lunes, hasta que fue clausurado por la Policía. De hecho, su obra fue prohibida durante la dictadura del estalinista Nicolae Ceaușescu, y, en esa época, escribió uno de sus poemarios más destacados, El levante (1990). Tres años después despuntó en narrativa con su obra maestra Nostalgia (se tradujo por primera vez al español en 1993, año en que Seix Barral lo dio a conocer en el mundo hispano), cuya primera edición, aunque se publicó durante la caída del régimen comunista, fue mutilada por la censura: su ligera evocación a Nostalgia, de Andréi Tarkovsky (1983, primer film que hizo afuera de la Unión Soviética), contribuyó al rechazo inicial, pero además se modificaron algunos subtítulos, se eliminó el primer capítulo y se cambiaron numerosos enunciados. Luego, con los años, se convirtió en uno de los libros de referencia de la literatura rumana y fue incluido en los planes de estudios escolares.

A Nostalgia le siguieron la experiencia límite de Lulu (1994), entre un artista adolescente y los quiebres de un encuentro sexual, y la trilogía Cegador (1996-2002-2007), sobre el obsesivo devaneo de los sueños. Luego publicó el libro de cuentos Las bellas extranjeras (2010) y El ojo castaño de nuestro amor (2012). Su último trabajo, Solenoide (2015), es una novela magistral que se convirtió en uno de los pilares fundamentales de todo su fantástico universo narrativo.

A lo largo de los años, Cărtărescu admite que el hecho de ser quien es se lo debe sólo a la literatura. “Yo provengo de un ambiente paupérrimo en donde no existían los libros. Toda mi educación y mi experiencia se las debo a la literatura, porque pasé mi adolescencia leyendo ocho horas diarias. La literatura me salvó de manera esencial de lo sórdido de la existencia y me ofreció un punto luminoso para contemplar en medio de la tragedia”, dice el autor, que se dedicó a explorar las variantes de la libertad política y creativa, desafiando su propio destino.