Atravesar el escáner es atravesar un umbral de olvido, penetrar la miseria y alcanzar a tocarla: los órganos estrujados en la pantalla, las moscas en la vuelta. No traemos más que la cédula, los lentes de sol, nosotros mismos. Alguien pintó un paisaje casi onírico en el primer muro. ¿Cómo imaginar un paraíso si tu visión es un alambrado, tras otro, tras la nada campestre y la ruta a lo lejos como una serpiente de libertad domada por libélulas?

Veo que el muro no lo pintó gente presa, privada de su libertad, ¿vos cómo les dirías? O la pregunta es, ¿cuántas veces tenes en cuenta que hay gente presa, que está encerrada, privada de su libertad?

Aquel es el Polo Industrial, con la materia prima apilada por los recursos humanos activos. Estar activo es redimir penas, achicar el viaje, colgarse en algo, aprender un oficio, alcanzar un hábito. Más allá está el Polo Educativo, esa cosa vareliana que a todos nos parece tan normal. Alrededor como salpicados, los módulos, para algunos escuelas, para otros casas, para otros el frío tránsito por el infierno. La cuestión es dónde poner la culpa, o dónde queda la culpa cuando la herida es de otro, o dónde queda la herida cuando no es el cuerpo lo que sangra. Hay cicatrices coloreadas que son los nombres de tu vida, los ángeles verdes de la esperanza, el escudo del cuadro. Hay otras, hay variedad. Hay gente que transita el encierro, vive la inmovilidad. Los ojos semiabiertos casi siempre, la palabra compañero como una bisagra entre la traición, la confesión y la amistad.

Y en el medio de todo este cemento y hierro (balcones muertos, callecitas sin romance), nosotros, y unas cuantas líneas de cal que encierran otros límites. Son como paredes imaginarias para no terminar de cara contra el alambre, colchones de aire para atravesar y siga siga, para delimitar el terreno de juego, para ubicar los jugadores y las porterías, que son como destinos inmediatos para la euforia o el dolor, como inyecciones de alertas, como pozos sin salida cuando el gol es en contra, y como túneles al espacio cuando roza las piolas de la red del otro, el cuero de la pelota. En el medio de todo este cemento y hierro, eso inimaginable que pasa. Ese destino que es solo correrla y que alguien más corra la misma gallina por el arco contrario. Es eso, que una jugada no se parezca nunca a otra. Es eso, pararse con los brazos en jarra para esperar un silbatazo que no quiere decir quedate quieto, apenas si quiere decir pegale como sabés o como puedas. El partido se está jugando siempre. Mientras afuera encierran al fútbol con monopolios y empresarios, adentro el fútbol es la libertad. Mientras afuera se enferman los gurises con contratos millonarios, adentro se juega por el tabaco y las sedas, que son como los tres puntos cuando suena la tranca de la reja.