Cuarenta minutos de conversación con la mayoría de las personas se puede trasladar a dos páginas sin que quede mucha cosa afuera. Pero con Tabaré Rivero hay que usar casi tres, ya que dispara palabras a una velocidad mucho más rápida que la media. La excusa para la charla es el toque del viernes en Sala del Museo, donde su banda La Tabaré presentará Blues de los esclavos de ahora (a las 22.00, con entradas en venta por Abitab). Pero enseguida el palabrómetro se pone rojo y no se sabe qué temas pueden salir.

El disco nuevo se llama Blues de los esclavos de ahora, pero en el primer tema, “Pagar y pagar”, queda claro que los esclavos de ahora siguen siendo los de antes: esclavos del dinero.

Sí, somos más que nada esclavos del dinero, que mueve todo, pero también hablo de la esclavitud de tener que llenar espacios vacíos, que uno no sabe cómo llenarlos; entonces, se hace dependiente de algo para aliviar la vida. Y la esclavitud va mutando, aunque evidentemente hay esclavos de verdad, como gente boliviana laburando por nada en Argentina. Yo en los últimos cinco años fui esclavo de la Intendencia [de Montevideo], que nunca había sido. Me mandaron a una oficina, porque era categoría administrativo, después de haber dado clases de teatro y yoga durante 30 años.

¿Ya no trabajás en la Intendencia?

No, me jubilé. En los últimos cinco años fue una tocada de culo total.

¿Qué hacías como administrativo?

Nada. Yo les dije: “Administrativo no solamente no me gusta sino que además soy inútil, no puedo hacer absolutamente nada”. No puedo administrar mi casa... la administra mi mujer. Cuando daba clases tenía la ventaja de que me iba de un centro comunal a otro y no tenía que repetirme con los mismos compañeros de trabajo, cosa que a mí me cansa mucho, y más si son municipales, me hace peor. Pero la cuestión es que me metieron en una oficina. Me mandaban a arreglar una biblioteca por orden alfabético, y me pasaba cuatro horas porque no era lo mío; entonces, me mandaban a hacer otra cosa, pero al final, como sabían que me faltaba un año para jubilarme, decidieron dejarme un poco en paz. Igual significaba estar seis horas adentro de una oficina sin hacer absolutamente nada y con la rabia a mil.

Se cumplió lo que cantabas en la canción “Malambo delictivo”: “Mediocridad mediante, me puede ir mal, y cuando sea grande ser sólo un municipal”.

Sí, la mediocridad me atrapó. Yo hubiera querido ser como Onetti o Benedetti, que eran municipales y largaron, pero yo no pude.

Así que ahora estás abocado 100% a la música.

Siempre estuve abocado 100% a la música y al teatro. A la Intendencia le dediqué muy poco tiempo y fui el peor de los municipales de la historia. Entré y me jubilé con el mismo sueldo, el más bajo de todos, porque nunca di un examen para subir de categoría ni nada. Creo que si subí fue por antigüedad. Yo sabía que si dejaba la Intendencia iba a tener que ponerme a hacer carnaval y todas las cosas que no me gusta hacer para sobrevivir.

¿Militaste en Adeom?

No, pero era socio, y un día me rezongaron porque hubo un paro y se fue a quejar todo el gremio del teatro Florencio Sánchez, del que yo formaba parte, y le dijeron al jefe del gremio: “Vamos a defenderlos a todos menos a Tabaré Rivero, porque en una canción habló muy mal de los municipales, en esa que dice lo de la ‘mediocridad mediante’”. Le contesté que la compuse cuando el intendente era el colorado [Jorge Luis] Elizalde, hace 30 años. Aunque tiene mucha vigencia esa canción.

¿Pensás que aún siguen vigentes los primeros dos discos de la banda?

Sí, sobre todo el segundo [Rocanrol del arrabal, de 1989]. El primero [Sigue siendo rocanrol, de 1987] fue un disco muy distinto a todos los que había en la movida de rock de ese momento, pero también fue una recopilación de canciones que yo traía de todas mis ganas de sacar un disco alguna vez en mi vida. Elegí las que más me gustaban, que eran las que tocábamos en ese momento, pero el segundo disco ya marcó lo que iba a ser La Tabaré, aunque después fuimos por otras ramas e hicimos de todo.

En una canción del nuevo álbum hablás de que la felicidad es un misterio. ¿Dónde la has encontrado?

La felicidad me cae de sorpresa, pero generalmente en todas las cosas que no se compran. Ni cuando creí que la felicidad eran el alcohol, las minitas o comprarme discos vinilo antes de que muriera –aunque es mucho más sano que el casete–. Lo material no llena un espacio vacío, pero a veces tampoco lo llena la espiritualidad; entonces los espacios vacíos son baches en el estado anímico de los seres de estos tiempos, y cuando uno es medio desequilibrado anímicamente la felicidad aparece de sorpresa o a veces no aparece.

¿Ahora cómo te llevás con el alcohol?

Como con todas las drogas: con mucho cuidado. A veces me agarro grandes borracheras que me están haciendo perder la memoria a pasos agigantados, y me preocupa. Últimamente mi mujer me dice que no tengo que tomar más, y tiene razón, porque tomo dos cervezas, subo al escenario y ya me olvido de las letras.

¿Le vas a hacer caso?

No es fácil. Soy un bebedor social. Lo que pasa es que si tengo tres toques o tres fiestas seguidas, vivo toda la semana en pedo.

¿Y la marihuana?

No fumo más, porque las últimas treces veces me vino paranoia y persecución total. Hace como cinco años fue la última vez. Me vino una especie de ataque de pánico, y eso que fueron pocas pitadas. Me han dicho “pero probaste terrible cañonazo...”. No sé qué probé, pero sé que fumamos varios y al que le cayó mal fue a mí.

¿Seguís enojado arriba del escenario?

No tanto, en los últimos años cambié, siempre estoy sonriendo. Pero en los primeros toques de la banda siempre estaba realmente enojado, no era una puesta en escena. Yo viví furioso mucho tiempo de mi vida. Un día una psicóloga me dijo: “Vamos a trabajar la rabia, para sacarla”, y yo le contesté: “No, por favor”. Porque antes de ser rabioso yo era un tipo nostálgico, y la nostalgia es un suicidio. “Así que dejame la rabia, que por lo menos ande a las puteadas con todo el mundo pero estoy vivo”. Y no me la sacó. La rabia manda mi vida, pero trato de convertirla para decir cosas y compartirlas con la gente sin hacer una catarsis barata.

En el rock uruguayo de la actualidad no hay rabia.

Hay muy poca, se perdió. En los 80 éramos todos rabiosos y tocábamos mal; ahora todos tocan bien, pero se olvidaron de contestar, de gritar y de pelear.

Capaz que no hay nada por lo que pelear...

Parecería como que todo funcionara maravillosamente bien, pero no sé si por eso o por una moda general a nivel mundial. Algún músico me ha dicho: “Tabaré, ser contestatario y transgresor es generacional, de otra época”, o tener una actitud política, no partidaria, también, porque “ahora está todo bien, vamo’ arriba, podemos cantar todos”. Entonces, ahí está la mezcla de la cumbia con el rock, de canciones rastas que poco tienen que ver con los rastas de verdad, que era una religión con conciencia política respecto de los negros, y todo ese merengue mezclado.

Has sido muy crítico con algunos fenómenos de cumbia, e incluso en Facebook le diste palo a Emiliano Brancciari, que junto a otros integrantes de No Te Va Gustar armó una banda de cumbia en verano. ¿Qué es lo que no te cierra?

Considero que estamos viviendo en una chatura intelectual que cada vez va más para abajo y que se está apoderando de todo. Los programas de televisión, con los chimentos, los parodistas y las revistas de carnaval, eso para mí es cultura cumbia. La otra vez un muchacho decía “la cumbia no es terraja”. ¿Por qué? ¿Porque se escucha en Punta del Este y en Punta Gorda? Eso demuestra que la cumbia es terraja, porque en Punta del Este y en Punta Gorda vive toda gente terraja. La cumbia uruguaya berreta, que dice pelotudeces en las letras, es de tipos que ni en dictadura tuvieron una mínima noción de para quiénes cantaban, y cuando [el presidente Jorge] Batlle hizo caer al Uruguay de cabeza eran músicos que cantaban las mismas pavadas como si el país estuviera bárbaro.

“Ella me bate como haciendo mayonesa”.

Exactamente, y “Bicho bicho” y todas esas pavadas juntas. Nunca se pusieron a pensar que le estaban cantando a gente que no tenía un mango y que tendrían que hacerla pensar de otra manera, pensar todos juntos, porque yo tampoco hago pensar a la gente. Entonces le tengo mucho fastidio a toda esa cultura de cumbia que va más allá de la musiquita, si me gusta o no, o si la puedo bailar o no; no se trata de eso, sino de si acepto esta cultura de la chatura total que invade todos los medios de comunicación. Me parece que hay que estar por fuera. Y que una banda como No Te Va Gustar, de buenos músicos, inteligentes y educados, no se dé cuenta del valor que tiene su palabra arriba del escenario, con todo el público que arrastran... porque yo puedo equivocarme, total, me escuchan 2.000 personas, pero a ellos los escuchan 100.000.

Haciendo de abogado del diablo: alguien te podría decir que esa cumbia es para gente que se quiere divertir un rato y no pensar en nada.

Eso es lo que dice la mayoría de la gente, pero para divertirse un rato está toda la música. Nadie hizo música para aburrir un rato. Ni John Coltrane, ni Astor Piazzolla ni Beethoven. Entonces, me parece que lo ideal sería que la gente tuviera la ambición de divertirse con algo que además de guaranguear la pueda llevar a otros planos de sensibilidad. A mí la música me abrió un montón de puertas, que no sé si sirvieron para algo, y no me creo más vivo que los demás, pero sí me creo un tipo que cuando me está atacando el dolor en el alma tengo una puerta de escape. Si me hubiera criado escuchando “Bicho bicho” toda la vida no tendría ninguna puerta de escape: me hubiera pegado un balazo.

Me hablabas de que “la nostalgia es un suicidio”, pero en la canción “Rasga corazón”, del nuevo disco, hay un poco de nostalgia.

Sí, y por primera vez digo algo de mi vida en serio, sin ninguna ironía. Dudé mucho si poner ese estribillo en el medio que canta Lucía [Ferreira], cuando hablo concretamente de mi familia, y de que golpeó la tristeza en mi casa. En 1966, cuando tenía nueve años, se separaron mis padres, y empecé a dejar de ser niño y a darme cuenta de que la vida tenía otras aristas, más jodidas. No me di cuenta inmediatamente, pero fue como mi primer encuentro con la adultez, ver a mi familia que se desarmaba un poco. Igual había mucho amor. Fue un año que marcó mi vida, hasta musicalmente con The Beatles, y también con los partidos de fútbol que jugaba en la vereda. Yo vivía en 18 de Julio. Parece joda pero armábamos partidos de fútbol en pleno 18 de Julio, con pelota de cuero, porque había otro tránsito y no había tanta gente.

La canción que cierra el disco, “Rapsodia melodramática”, dura 12 minutos. Es mucho para los tiempos que corren.

Incluso en un momento pensé en hacer todo el disco en un solo track, y los músicos me dijeron: “Bo, Tabaré, siempre pateando el tablero”. Porque es una característica mía. Algunos músicos que pasaron antes por la banda se ofendieron mucho y me dijeron: “Loco, no puede ser que cada vez que nos empieza a ir bien vos querés ir en contra; vos querés que la gente no te escuche”. Yo quiero que la gente me escuche y todo el disco de corrido, no que saquen dos canciones, las pongan en un pendrive y las escuchen junto con los temas de un melódico internacional.

Blues de los esclavos de ahora suena más rockero que el disco anterior, Que revienten los artistas, de 2014. Supongo que te propusiste “vamos a dejarnos de pavadas”.

Exacto. Toda la vida pensé, y mucho, sobre el valor de la música; tanto que en un momento llegué a decir “yo no puedo hacer rock en este país, no tiene sentido”.

Como Jorge Bonaldi.

Más o menos. Nunca fui tan extremo, pero sí tenía aquella idea de que vivimos en este lugar del mundo. Además, por ejemplo, yo estuve en Italia, y cuando escucho una banda italiana que canta en inglés y que hace rock de no sé de qué país, digo: “Esto ya lo escuché cien mil veces”. En todos los países hay bandas como esas que cantan bien y que no tienen personalidad. Por otro lado, lo que escucho en mi casa es blues y rock. También escucho alguna milonga, pero en un plan muy secundario. Entonces, me di el gusto de hacer un disco sobre todo que tuviera bastante blues, como este. El blues me gusta desde el de 1900, que tocaban con una guitarra destartalada y lo grababan con un grabador a cinta piojoso. El swing, el alma y la tristeza que tiene eso me apasiona, y no se lo encuentro a la milonga.

Pero asumo que Alfredo Zitarrosa te gusta.

Me gustan mucho sus letras y la voz nostálgica de él, pero no es la música que yo más disfruto. Me gusta mucho Dino, pero tiene la ventaja de que mezcla rock. Tiene la voz nostálgica, pero el golpe de la batería y del bajo es del blues y del rock.

¿Qué te pasa con las cantantes, que te duran poco?

No es un problema de género. Me pasa lo mismo con los músicos. La verdad es que algunos se pelean conmigo, o yo me peleo con ellos. Otras veces, y la gran mayoría, ellos se pelean entre ellos. Y otra gran cantidad de veces me dijeron: “No puedo dejar a mi hijo, irme a trabajar ocho horas, hacer un toque y volver de Tacuarembó con 2000 pesos en el bolsillo”. Eso con suerte, porque hemos venido de toques sólo con lo bebido.

Tenés fama de complicado.

Era mucho más complicado antes. Los últimos ocho años dije “chau”. Incluso ahora les digo al trombonista [Enzo Spadoni] y al guitarrista [Leo Lacava]: “Muchachos, ustedes manejen este monstruo, porque yo no puedo”. Como no soy un líder nato... La gente dice “el líder de La Tabaré”, pero no, el líder soy yo porque soy el que canto.

Pero por algo se llama La Tabaré...

Porque cuando armé la banda, en 1985, fue para sacarme el gusto en un ciclo en el teatro Circular. Pero pensaba que después de ese ciclo volvía al teatro, entonces le puse “La Tabaré”, como las actrices que tienen el “la” antes, que les da un estatus, como “la Medina”. Era para joder un poco al ambiente teatral, porque nunca me imaginé que fuera a trascender el ambiente teatral. Pero es una banda. Y es una cooperativa: todos cobramos igual, yo no cobro más excepto por los derechos de autor.

¿Pensás que por no vivir de la banda, paradójicamente, eso hizo que sobreviva? Al no depender de sacar discos para comer...

Sí. Eso me lo enseñaron en el teatro independiente en la época de la dictadura. Si vos necesitás vivir del teatro vas a hacer una comedia de enredos bien barata para que se llene de gente, como las del teatro Metro... Siempre tuve esa cabeza con la música: “Tengo que vivir de otra cosa para poder mandar a la concha de la madre a este país, del voto amarillo y de viejas y jóvenes quietitos y con miedo”. Esa era mi idea a la salida de la dictadura. Creo que eso fue lo que mantuvo la dignidad de La Tabaré. Nunca hicimos nada ni para la famita, ni para quedar bien ni para estar primeros en el ranking.

Cuando venías para la entrevista una mujer te pidió una foto. ¿Cómo te llevás con la fama?

Mal, me gustaría que mis canciones fueran mucho más famosas de lo que son y yo mucho menos conocido de lo que soy. Me hubiera encantado la cosa de los Redondos, que al Indio [Solari] no lo conocían por la calle. Porque soy un tipo muy tímido, aunque la gente no lo crea. Pero prefiero mil veces más la foto que firmar el autógrafo. Tengo una letra que es casi de disléxico, y encima me pongo nervioso porque me viene la timidez y tengo miedo de que algo me salga mal.

¿Nunca tuviste algún problema?

Me han puteado: “te vendiste” o “volvé al rock”, en la época en que hacía canciones no tan rockeras. Y mucha gente por la calle me grita: “¡Arriba, Tabaré Cardozo!”. Una vez una mina divina se me acercó y casi se me tira arriba. Yo pensé: “Epa, pero esta mina que me quiere besar no lo está haciendo por La Tabaré”. Me dijo: “¿Cuándo tocan?, igual voy a Buenos Aires a verlos”, entonces le pregunté: “¿Quién te creés que soy?”. Me contestó: “Ay, Pelado Cordera”...